Hay lugares de este mundo que no tienen suerte en la historia o parecen malditos. Maarat an Numan es una pequeña ciudad de la parte occidental de Siria que seguramente a más de uno le sonará porque en 2012 fue el escenario de una cruenta batalla entre las tropas de Bachar al Asad y el Ejército Libre Sirio. A la postre, este último fue el vencedor y pasó a controlarla, aunque desde entonces el régimen la bombardea sistemáticamente, algo plasmado en la imagen, no por habitual menos terrible, de muertos, heridos y desplazados. Sin embargo, Maraat no es nueva en esas lides y, aunque parezca difícil superar la gravedad de esa situación, en el siglo XI ya pasó por otra similar o peor.
Fue el asedio a que la sometieron varios ejércitos cristianos durante la Primera Cruzada y que terminó en una paroxística masacre, una orgía de sangre tan demencial como innecesaria, habida cuenta que la ciudad se había rendido. Los hechos se enmarcaron en el intento de control de la región de Antioquía, entre Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento, una vez que el territorio cayó en su poder. Raimundo, el notable más veterano de todos los que participaron en la cruzada, deseaba morir en Tierra Santa -cosa que consiguió- y por eso no dudo en acudir a la exhortación del papa Urbano II, mientras que Bohemundo llevaba un ejército poco numeroso pero de élite. Pese a que la ciudad antioqueña fue tomada por Raimundo, Bohemundo consiguió adueñarse de la región.
Esos hechos tuvieron lugar en 1097 y durante su desarrollo se encontró la presunta lanza de Longinos, que exacerbó los ánimos de los cruzados y les dio fuerzas extra para expulsar a los musulmanes de Kerbogha, quien había puesto sitio a la ciudad tras llegar tarde a socorrerla. Las disputas entre Raimundo y Bohemundo duraron cinco meses y terminaron cuando sus propios soldados les exigieron dejar Antioquía y continuar la marcha hacia Jerusalén, amenazando con prender fuego a la urbe. Así que tuvieron que ceder y reemprender el camino. En la ruta se encontraba Maarat.
Aunque estaba bien defendida, pues contaba con recias murallas y foso, era necesario tomarla para asegurar las líneas de abastecimiento, uno de los principales puntos débiles de los cruzados. Pero la cosa se presentaba difícil: el primer intento, a cargo de una fuerza expedicionaria dirigida por Raimundo Pillet, tuvo lugar en verano de 1098 y los defensores lo rechazaron sin mayor problema, pese a que en su mayor parte no eran sino ciudadanos y milicianos sin apenas experiencia. Ya en otoño, el grueso del contingente cristiano se concentró alrededor de Maraat e inició un sitio más serio, con material de asedio incluido.
Las operaciones duraron aproximadamente un mes. El 11 de diciembre de 1098 los atacantes lograron tomar las murallas, obligando a los defensores a refugiarse en la ciudadela. Esa noche se produjo el saqueo de la parte urbana no protegida y al día siguiente los musulmanes aceptaron parlamentar. El acuerdo alcanzado con Bohemundo suponía rendir Maraat a cambio de permitir la salida y dejar marchar con vida a la población, pero las condiciones se incumplieron y los cruzados se lanzaron a una matanza salvaje e indiscriminada. Cuenta Ibn al-Atir que «durante tres días pasaron a la gente a cuchillo, matando a más de cien mil personas y cogiendo muchos prisioneros». Como suele ocurrir con las crónicas de época, el número de caídos se ha rebajado hoy a unos veinte mil pero sigue siendo una cifra impresionante.
Además, también hay fuentes cristianas que corroboran las proporciones de aquel exterminio, como el sacerdote Alberto de Aquisgrán, que estuvo presente y años después escribió una obra titulada Chronicon Hierosolymitanum de bello sacro (Cronicón jerosomilitano de la guerra santa) en el que cuenta la Primera Cruzada citando algunos pasajes espeluznantes; uno de ellos, el del canibalismo que practicaron los asaltantes en su arrebatado frenesí. Asimismo, esas desconcertantes prácticas antropofágicas fueron atestiguadas por el francés Raoul de Caen, quien especifica la preferencia gastronómica por los niños, y Fulquerio de Chartres, que incluso entra en detalles y dice que las nalgas eran la parte más consumida.
La explicación hay que buscarla, como decía antes, en la pésima logística de los cruzados, que les había llevado a un período dramático de hambre. Al parecer, al entrar finalmente en la ciudad y no encontrar las provisiones que esperaban perdieron el control. Es lo que decía una carta enviada a Roma por algunos mandos cristianos para aclararlo o justificarlo: «Un hambre terrible asaltó al ejército en Maarat y lo puso en la cruel necesidad de alimentarse de cadáveres de sarracenos».
Estos testimonios parecen indicar que no se mataba ex profeso, como sugerían algunas versiones algo exageradas sobre sádicas torturas previas, sino que se aprovechaba a los muertos, igual que tampoco se dejó un perro vivo. También se apunta a que los protagonistas de los hechos fueron los tafures, soldados francos muy pobres que además eran supervivientes de la matanza sufrida años atrás durante la cruzada de Pedro el Ermitaño y así vengaban sus desdichas.
En cualquier caso, el horror que desataron aquellas tropas a su paso, primero en Maraat y después en Jerusalén («A la población de la Ciudad Santa la pasaron a cuchillo y los frany [francos] estuvieron matando musulmanes durante una semana. En la mezquita Al-Aqsa mataron a más de setenta mil personas» insiste Ibn al-Atir) quedó grabado para siempre en el subconsciente colectivo islámico y las referencias negativas actuales que desde ámbito se hacen a las Cruzadas parten de ahí. «Cuantos se han informado sobre los frany han visto en ellos a alimañas que tienen la superioridad del valor y del ardor en el combate, pero ninguna otra, lo mismo que los animales tienen la superioridad de la fuerza y de la agresión» dejó escrito el cronista Ibn Mundiqh.