Jane Austen es un personaje que todos conocemos en alguna medida, pero que aún nos resulta difícil de entender. Hemos visto una y mil veces adaptaciones cinematográficas o televisivas de sus novelas, y sin dudas reconocemos en ellas a las mujeres que pululan por bellos ambientes con hermosos vestidos buscando el amor y la seguridad financiera. El mundo de Jane Austen, sin embargo, es bastante incognoscible, aun partiendo desde su mismísima biografía.
Hay mucho que no sabemos de ella, en primer lugar, porque su hermana Cassandra, su confidente más cercana y celosa protectora de su reputación, destruyó muchos de sus papeles personales. A esta dificultad de base se suma, además, el hecho de que hacia 1870, luego de que falleciera el último hermano vivo de Austen, miembros de la familia se tomaron el trabajo de esbozar una biografía oficial de la autora que – probablemente para ajustarse a los estándares de la era victoriana – alteró significativamente lo poco que se sabía de ella. De ahí en más, apoyado visualmente por una reversión de 1873 del único retrato oficial de Austen, que la muestra rellenita y sentada con una cofia blanca llena de voladitos – muy distinta de las descripciones que tenemos de ella -, pasó a ser considerada como una especie de solterona que escribía para pasar el rato. Hoy, tras varios años de revisionismo en los que los investigadores intentaron llegar a la verdadera Austen, sabemos que casi todo en esa versión es inexacto.
Lo poco que sabemos con certeza se refiere a detalles esquemáticos de su vida. De ahí, por ejemplo, que podamos decir que nació el 16 de diciembre en 1775 en Steventon, dentro del condado de Hampshire, Inglaterra y que era la séptima de los ocho hijos de un vicario llamado George Austen y su mujer, Cassandra Leigh. Ambos padres eran ávidos lectores (la biblioteca del reverendo tenía 500 ejemplares) y contaban con una disposición bastante liberal en cuanto a la educación de sus hijos, por lo que sabemos que la joven Jane creció alentada a escribir e imaginar. ¿Qué mejor ejemplo concreto de esta actitud que el hecho de que en el registro de la parroquia figuren varios matrimonios ficticios entre Jane y hombres de su invención que su padre nunca borró?
Pero, más allá de estos juegos infantiles, es notable la seriedad con la que Austen comenzó a escribir a una edad temprana. En lo que se suele conocer como su “Juvenilia” – tres tomos de obras de teatro, fragmentos y cuentos que elaboró entre los 12 y los 17 años – ya queda claro que ella dominaba la literatura lo suficiente como para parodiar los códigos establecidos, especialmente dentro del género sentimental. Esto llama la atención, especialmente para sus lectores modernos menos avispados, porque – aunque Jane Austen rechazó dos propuestas matrimoniales, jamás se casó y, todo indica, llevó una existencia completamente satisfactoria como escritora – todavía hoy existe una tendencia a ver a su literatura como una extensión de su deseo “frustrado” por encontrar el amor. En esta línea, muchos han llegado a desestimar el trabajo de la autora como meras novelitas rosas, suerte de precursoras de la moderna “chick lit” (literatura para mujeres). Y, sin embargo, una mirada más atenta permite descubrir que Austen era una escritora muchísimo más sofisticada de lo que se le suele dar crédito, siendo alguien que realmente estaba interesada en hacer un comentario sobre la sociedad en la que vivía.
Pasando revista de su obra, no es casual que, luego de dar sus primeros pasos en el mundo de la literatura “seria” en la novela epistolar Lady Susan (que no sería publicada sino hasta mucho después de su muerte en 1871), Austen empezó a trabajar en 1795 en lo que se transformaría en Sensatez y Sentimiento. Este trabajo, además de ser – tras varias revisiones – la primera de sus novelas en aparecer publicada anónimamente en 1811, sería reconocido por muchos de sus contemporáneos como una novedad absoluta, llegando a ser llamada por algunos críticos como la primera novela moderna. La razón detrás de esta revolución se podría ubicar en el hecho de que, a diferencia de otras grandes ficciones de la época, Austen armó una historia alrededor de personajes “normales”. La elección, desde ya, no es casual y nos muestra la maestría de la autora para dar cuenta de una realidad que estaba en plena transformación. Una realidad, recordemos, dónde las crisis económicas golpeaban a la sociedad inglesa y, con la Revolución Industrial asomándose tímidamente, empezaba a aparecer un nuevo sector al que Austen pertenecía – llamado muchas veces la “pseudo” burguesía – que, sin tener los recursos de los grandes terratenientes, veía como su situación material se deterioraba cada vez más.
Este mundo, estos personajes – a pesar de la apatía respecto a los sucesos de su época que se le suele achacar – son los que Austen imaginó para un público que, sin dudas, sabía leer entre líneas para reconocer la situación y podía sentirse identificado. De ahí que, tanto en éste primer trabajo como en su segunda novela, Orgullo y Prejuicio (escrita en 1797 y publicada en 1813), o cualquiera de sus obras posteriores, se percibe claramente una obsesión por el dinero y la posición, especialmente entre las mujeres. Así, no sorprende que Austen nos muestre, como indicó una de sus analistas contemporáneas más lúcidas, Paula Byrne, un mundo donde, además de todas las limitaciones impuestas a su sexo, las mujeres son como “carne en el mercado matrimonial” y sólo las heroínas – las que no se dejan guiar por la codicia – terminan siendo capaces de conjugar el amor con un casamiento beneficioso.
Fue entonces cuando la autora retomó su arte y, además de procurar la publicación de sus dos primeras novelas, redactó Mansfield Park (1814), Emma (1815) y Persuasión, que finalmente vería la luz de forma póstuma en 1817 en una edición junto con Northanger Abbey, novela que había sido escrita entre 1798 y 1799. Confirmando que Austen era mucho más que una solterona que escribía cuando bajaba el tejido, en este momento, aunque sus libros seguirían saliendo en forma anónima durante su vida, ella pudo disfrutar del reconocimiento que éstos tenían. Lejos de ser una figura trágica, amparada por ese aliento, aun sufriendo un deterioro físico que, hoy se cree, podría haber sido la enfermedad de Addison, ella siguió escribiendo sin parar, comprometidísima con su profesión y su amor a las letras.
Cuando finalmente murió el 18 de julio de 1817, al poco tiempo de producido el deceso su hermano Henry anunció al mundo que la autora que se identificaba como “una dama” era Austen. Más allá de las primeras ediciones póstumas, el trabajo de esta “anti-Romántica”, aunque jamás se dejaría de vender, no halló su verdadera popularidad sino hasta la década de 1880. En este punto, a pesar de que se sentaron las bases para lo que probaría ser un éxito de largo aliento, las interpretaciones erróneas y las lecturas anacrónicas irían asentándose de a poco y dando lugar a los múltiples misterios que rodean a Austen. Sin embargo, la literatura siempre podría más. Así es que hoy, a más de 200 años de su muerte, aun teniendo poco y nada que ver con los hombres y mujeres del siglo XVIII, con su mezcla de modernidad y aguda crítica a su tiempo, sus libros continúan interpelando a los lectores modernos y funcionando como una puerta abierta al pasado que, de paso y por comparación, permite mirar a través de su lente las dinámicas sociales actuales.