¿Cómo murieron los hombres de Mayo? (Primera Parte)

La muerte física de algunos miembros de la Junta es relativamente conocida, aunque vale la pena recordarla. Don Cornelio de Saavedra su presidente, en noviembre de 1828 probablemente sintiéndose enfermo, escribió sus últimas voluntades aunque afirma: “Hallándome ya cargado de años, y por lo mismo en el ocaso de mi vida, sabedor por otra parte que el término cierto de ellas es uno de los arcanos reservados sólo a Dios, en precaución de que esto llegue y me sorprenda sin tener hecha mi disposición testamentaria he resuelto verificarla con tiempo, hallándome por la misericordia de Dios en pleno goce de mis potencias y sentidos”.

Lo firmó en la Estancia del Rincón de Cabrera en las orillas del Paraná en noviembre del año anterior, en esa heredad donde prosperan los ganados y algunas mieses, dispuso los bienes y mandas, entre ellas que de morir allí ser sepultado en la iglesia de la Exaltación de la Cruz y de ser en la ciudad en el cementerio público de la Recoleta; amortajado con el hábito franciscano, dejando en un papel aparte el pedido de la mayor austeridad en las exequias.

Visitaba a su hija Dominga Saavedra de Oromí, a pocas cuadras de la suya en la calle de la Paz 88 (hoy Reconquista al 400) sintiéndose indispuesto, fue llevado a ella, donde falleció a los 69 años el 29 de marzo de 1829, y sepultado al día siguiente en el cementerio de la Recoleta.

Casi un año después el viernes 13 de enero se celebraron los funerales en la iglesia de la Merced, al que concurrieron “su hermano, sus hijos, sus deudos y amigos.

El señor gobernador Juan Manuel de Rosas, acompañado de los ministros Guido y Balcarce, un gran número de generales, jefes y oficiales, le honraron con su presencia. Anotaba El Lucero un periódico de la época: “Por una singular coincidencia estos honores póstumos de un benemérito ciudadano, se tributarán el mismo día en que a petición del señor coronel Celestino Vidal, los batallones cívicos de la Capital, reasumían el título de Regimiento de Patricios”.

El 16 de enero el gobernador Rosas, había decretado levantar un monumento donde se depositarán finalmente sus restos, agregando que su nombre “solo pudo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias calamitosas en que el país se hallaba. Después que ellas han terminado sería una ingratitud negar a un ciudadano tan eminente el tributo al honor debido a su mérito y a una vida ilustrada que supo consagrar entera al servicio de su Patria”.

ALBERTI, EL CAPELLAN

El primero en fallecer de los miembros de la Junta fue el vocal Pbro. Manuel Alberti a los 48 años, capellán de la Santa Casa de Ejercicios, párroco de San Fernando de Maldonado en la Banda Oriental, ciudad cercana a Punta del Este y de San Nicolás en Buenos Aires, donde fue sepultado. Al abrirse la Avenida 9 de Julio el templo fue demolido y se perdieron para siempre los restos de su párroco, el obelisco recuerda en una de sus caras que la torre por primera vez en agosto de 1812 ondeó la bandera argentina creada por el Belgrano.

Murió a causa de un infarto, parece que ese día anterior había tenido un fuerte disgusto en la reunión de la Junta con el deán Gregorio Funes que se había incorporado a la Junta. Falleció en la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1811.

Juan Manuel Beruti dice en sus Memorias Curiosas que el 2 de febrero “por la mañana, se enterró en la parroquia de San Nicolás de esta capital al señor doctor don Manuel Alberti, cura rector y vocal de la excelentísima Junta, el que falleció el día anterior, a cuyas exequias y funerales asistió el excelentísimo señor presidente y vocales de la Junta, Real Audiencia, Cabildo y demás tribunales; los que se hicieron con la mayor esplendidez y magnificencia posible, y que correspondía a un sujeto de su representación y rango; habiendo sido sentida su muerte por los verdaderos patriotas por haber perdido en él un hombre virtuoso, íntegro, desinteresado y gran defensor de los derechos de su Patria, y que no será tan fácil reelegir otro que ocupe su plaza, que tenga las cualidades generales que adornaban al referido finado”.

MORENO, EL SECRETARIO

En esta mención que agrega Beruti que la Junta había perdido “como en el secretario de la Junta doctor don Mariano Moreno, que salió hace unos días para Londres, comisionado por dicha Excma. Junta, sin embargo, de haberse reemplazado su falta con otro gran patriota que es don Hipólito Vieytes, que ya está recibido de secretario”.

Efectivamente Moreno había embarcado el 24 de enero rumbo a Londres, algunos autores han deducido que fue envenenado por orden de la Junta, ya que eran conocidas sus disputas con algunos miembros.

Moreno era abogado y estaba ligado a don Martín de Alzaga, y era uno de los implicados en la fracasada revolución del 1º de enero de 1809, aunque Liniers con magnanimidad se abstuvo de confinarlo a Carmen de Patagones adonde fueron remitidos los conspiradores. Su hermano escribió que se mantuvo alejado y expectante, y en el Cabildo Abierto según Nicolás de Vedia, testigo presencial “no se colocó en lugar preferente, se acurrucó detrás de un escaño; no se oyó su voz, parecía que estaba allí sólo para observar y no dar la cara”. Votó siguiendo a Martín Rodríguez por la cesación del Virrey.

Mucho caviló seguramente los días siguientes y su hermano Manuel lo encontró en la casa de un amigo varias horas después de nombrado secretario de la Junta: “Envuelto en mil meditaciones sobre si debía o no aceptar el nombramiento”.

El padre Castañeda afirmó que fue godo y amigo de los godos, y fue elegido por estos como Larrea y Matheu. Hombre difícil tuvo medidas acertadas, pero en otras demostró cierta animadversión, o resentimiento. Nombrado representante del gobierno ante S.M.B, perdió su influencia, que según testigos intentó recuperar desacreditando a Saavedra o promoviendo una revolución con French.

A fines de diciembre se presentó en el Regimiento la Estrella del Sur a altas horas arengando a casi todos los oficiales menos a dos. Estos a las doce y media de la noche se toparon con un grupo de oficiales que daban escolta a un hombre vestido de fraile con hábito blanco, reconocieron a French y Moreno -el disfrazado de religioso- y comprendieron que llevaban al ex secretario de la Junta con el fin de sublevar a la tropa.

Su hermano Manuel en junio de 1812 escribió que la salud Mariano estaba “grandemente injuriada por la incesante fatiga de los asuntos públicos. los últimos disgustos abatieron considerablemente su espíritu”.

La navegación fue penosa por vientos contrarios, a la falta de medicación en el barco, describió los momentos finales a causa de la “administración de un emético sin nuestro consentimiento” por parte del capitán.

Murió al amanecer del 4 de marzo de 1811 a los 31 años; su cuerpo envuelto en la bandera inglesa fue expuesto toda la tarde en la cubierta y las aguas del Atlántico a las cinco de la tarde lo recibieron con los honores de una descarga de fusilería. Desde entonces quedó la sospecha del asesinato por envenenamiento, algunos autores afirman que murió de una endocarditis reumática y otros que el emético le provocó una apendicitis aguda con la fatal secuencia de perforación, peritonitis, pero también no son más que conjeturas. En una próxima nota, irán Castelli, Belgrano, Paso, Azcuénaga, Matheu y Larrea.

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