Hace 194 años, un 27 de febrero de 1827, hacía su aparición en el horizonte una poderosa escuadra de guerra con intenciones de ingresar al río Negro. El pueblo de Patagones y Viedma debieron organizarse para enfrentar el mayor desafío de su larga historia.
Debemos remontarnos bastante más atrás del 7 de marzo de 1827 para comprender como se desencadenó la guerra con el Brasil y la pretendida invasión al otrora Fuerte y Población Nuestra Señora del Carmen que fue derrotada por los milicianos aquél día de gloria.
La Banda Oriental siempre tuvo una mentalidad más democrática que el resto, signada por la figura de Artigas, el ejecutor de la ideas federales de Dorrego. Las divergencias entre Buenos Aires y la Banda Oriental, por otra parte, se remontan a 1813 cuando son desconocidos los representantes de Artigas. En razón de ello, el patriota oriental, desde siempre, tuvo que pelear contra un doble enemigo: Buenos Aires y los portugueses. En 1814 Artigas está muy solo. Debe enfrentar a las tropas portuguesas que ingresan al territorio uruguayo y en vez de colaborar con él lo dejan librado a su suerte para que desgaste su poder. Finalmente, en 1820, se produce la batalla de Tacuarembó que Artigas pierde y determina su exilio al Paraguay.
Buenos Aires hace poco y nada frente a este estado de situación hasta que advierte que los portugueses se roban el ganado de la Banda Oriental, lo pasan al Brasil y se dedican a la industria del saladero. El tasajo, que sustentaba buena parte de la economía de Buenos Aires, comienza a ser vendido también por Brasil y a menor precio. Esto significa lisa y llanamente una competencia para los grandes estancieros que concentraban el negocio. Paralelamente, patriotas como Oviedo y Lavalleja escapan del Uruguay y vienen a Buenos Aires para reclamar una acción contra el enemigo.
Sin duda, la competencia del tasajo fue determinante. Las guerras, ya lo sabemos, esconden siempre en sus causas razones económicas. Los grandes estancieros, en consecuencia, no dudan en financiar la expedición de los 33 orientales para librar al Uruguay. En poco tiempo todo el país se insurrecciona en contra de los invasores. Sólo logran conservar la ciudadela de Montevideo. Paralelamente se convoca a un congreso y allí los uruguayos reafirman su voluntad de continuar perteneciendo a las Provincias Unidas del Río de la Plata, con lo cual, formalmente, se desencadena la guerra. Una vez desatadas las hostilidades, los imperiales logran bloquear el puerto de Buenos Aires. Patagones, empero, continúa operando a través de los corsarios contratados por las Provincias Unidas. Su puerto se constituye en un objetivo militar y Brasil decide enviar una escuadra para destruir el Fuerte.
La guerra llega a la Patagonia
A las 9 de mañana del 28 de febrero de 1827, la infantería de negros del coronel Pereyra abrió fuego de cañón y metralla contra el bergantín el “Escudero” de la Escuadra Imperial del Brasil. El barco, que enarbolaba la bandera de las Provincias Unidas para engañar a los defensores, izó la bandera de su país al ganar las tranquilas aguas del estacionario y celebró su victoria. Detrás de este bergantín ingresó una poderosa corbeta, la “Itaparica”, que traspasó la línea de la defensa sin dificultades porque ya no quedaban municiones para atender la batería ni existían otros medios para enfrentar la agresión.
Sobre el mediodía, y en plena bajante, un tercer barco intentó franquear la desembocadura pero quedó varado en los bancos exteriores, impidiendo el desplazamiento de la cuarta nave que avanzaba detrás.
A esta altura de los hechos, y sin posibilidades de trabar combate con los invasores, la infantería se replegó en dirección al Fuerte junto a los corsarios de los comandantes Harris, Dautant y Soulin y a los hombres del gaucho Molina. Dos negros y el corsario Fiori, de origen Italiano, mueren durante estas acciones.
La población se prepara para resistir
Luego del choque en la desembocadura, y sin que se volvieran a producir nuevos enfrentamientos, el comandante de la “Chacabuco”, capitán Jorge Santiago Bynon, es designado para ejecutar el plan defensivo.
No todos los vecinos están de acuerdo con la decisión adoptada por el jefe militar, el coronel Lacarra. Hay quienes opinan que el Fuerte no puede ser un punto de resistencia y aconsejan armar las naves corsarias para salir al encuentro de los agresores.
El informe de Melchor Gutiérrez será decisivo. Adelantado con un puñado de hombres al escenario controlado por los brasileños, Gutiérrez examina el deplorable estado que presenta la Escuadra por el desconocimiento que sus jefes tenían del río. La suerte de la “Duquesa de Goyaz”, que había varado el 28 de febrero en los bancos exteriores, era irremediable. El oleaje, y el insistente viento proveniente del mar la estaban demoliendo. A su vez, la “Itaparica” presentaba una encalladura en el estacionario. Estas novedades producen un giro en los planes: Bynon debe preparar una escuadra para pasar a la ofensiva y atacar la debilitada fuerza del comandante James Shepherd. Sin embargo, el desconcierto parece reinar entre los defensores. Algunos proponen, como el corsario Doutant, concentrar todas las fuerzas en Patagones y esperar a los brasileños. Otros, como Ambrosio Mitre – padre de Bartolomé Mitre -, no confían en la fortaleza de las instalaciones y son partidarios de atacar por el río con las naves corsarias.
Patagones no tiene un fondo estratégico para retirarse si el enemigo logra llegar al puerto. ¿Para dónde marchar? ¿Remontar el río con toda la población? ¿Internarse en el campo? ¿A quién acudir en caso de una retirada en pleno confín del mundo? No hay muchas salidas. Con el río bloqueado en poder de los invasores y a mil kilómetros de Buenos Aires, el pueblo debe tomar las armas para enfrentar al enemigo.
Las acciones sobre la orilla de Viedma
Luego de permanecer un día en alta mar, la “Constancia” logra atravesar la barra con los sobrevivientes de la “Duquesa de Goyaz”, la corbeta insignia de la expedición que se hundió en la desembocadura tras permanecer cinco días encallada en los bancos exteriores.
Sobrepasada en su tonelaje y con el peligro de varar en el estuario, el comandante de la “Constancia” decide un desembarco en inmediaciones de lo que hoy se conoce como el “Pescadero” para aligerar su carga y redistribuir a los náufragos en el resto de las naves.
El propósito de los invasores era desembarcar para marchar por tierra hasta la altura del estacionario donde estaba varada la “Itaparica” y el “Escudero”. Pero un grupo de milicianos que tenían la misión de custodiar la margen sur los tomó por sorpresa. Los invasores abandonaron sus botes de desembarco y gran cantidad de pertrechos que inmediatamente fueron incendiados por los defensores.
Los milicianos de Olivera
Patagones, pese a los días que ya habían transcurrido desde que la Escuadra Imperial había hecho su aparición en la desembocadura, no terminaba de adoptar un plan para hacerles frente.
El 5 de marzo se decide convocar un Consejo de Guerra con el propósito de establecer un curso de acción definitivo. La Escuadra, reducida a la mitad de su poder original por el hundimiento de la “Duquesa de Goyaz” y el encallamiento de la “Itaparica”, se había adelantado hasta la Estancia de Rial para aprovisionarse de víveres. Esta situación favorecía un ataque con los barcos corsarios aunque, de acuerdo con la opinión del práctico Guillermo White, la operación presentaba muchas dificultades por las características del río Negro.
Al tiempo que se cumplían distintas tareas en el Fuerte para protegerse de un posible ataque de la infantería brasileña y tomaban posiciones en el lugar los negros libertos del coronel Pereyra, la caballería, integrada por vecinos armados y los 22 “tragas” del gaucho Molina, eran adelantados a Laguna Grande – bajo las órdenes del subteniente Olivera -, con la misión de determinar la ubicación del enemigo y el posible escenario desde donde podrían consumar un desembarco.
La caballería tomó posiciones en el lugar en horas de la tarde, tras lo cual Olivera dispuso que un grupo de vecinos, a cargo de Cabrera, marche hacia el cerro de Pepe Rial para efectuar tareas de reconocimiento.
Alrededor de la diez de la noche del 6 de marzo, dos centinelas de este grupo avistan una división de infantes brasileños que había desembarcado más abajo de la estancia de Rial con la aparente intención de inspeccionar el terreno.
Frente a este cuadro de novedades Olivera decide que el Juez de Paz Alfaro marche hasta el Fuerte para transmitir la información y destaca a un nuevo grupo para que siga de cerca la acción del enemigo.
Por esas horas, el comandante de los invasores, James Shepherd, acababa de confirmar a sus oficiales la realización del plan que había articulado los días anteriores: avanzar por tierra durante toda la noche para sorprender a Patagones con las primeras luces del 7 de Marzo.
El triunfo
Alrededor de las dos de la mañana del 7 de marzo de 1827, las tropas brasileñas inician su marcha hacia El Carmen desde un punto ubicado a unos dieciocho kilómetros río abajo, al este del Cerro Dirección. La fuerza, compuesta por cuatrocientos efectivos y trece oficiales, fue conducida hasta el Cerro de la Caballada por un negro brasileño. El baqueano – que había vivido un tiempo en Patagones luego de ser tomado en una de las presas del corsario “Lavalleja” -, para eludir las zonas barrancosas y cortadas de la costa se internó por el monte cerrado, sometiendo a los invasores a una difícil travesía.
El calor sofocante y los terrenos arenosos de la ruta elegida, pronto comenzaron a minar la energía de los agresores que durante todo el trayecto estuvieron privados de agua y con el río demasiado lejos para obtenerla.
A las cinco y media de la mañana, cuando ya el negro del “Lavalleja” había enfilado la columna hacia el Cerro de la Caballada, distante a unos cuatro kilómetros, los hombres del subteniente Olivera apostados en Laguna Grande se preparaban para una nueva vigilia.
Ninguno de los dos bandos sabía, obviamente, que estaban separados por apenas un kilómetro de monte y que en pocos minutos se trabarían en combate.
En esos momentos, Francisco Herrero y Domingo Miguel son mandados por Olivera a buscar unas reses para carnear y racionar a los milicianos. Se internan hacia el norte. A poco andar comprueban una infinita cantidad de huellas que delatan la presencia del enemigo. En menos de quince minutos están frente a Olivera con la novedad y toda la caballada, a brida suelta, sale en busca de la gloria.
Los brasileños, por su parte, ignoraban que los milicianos estaban alertados y empeñaron los últimos alientos para trepar por el cerro desde el que pensaban rendir sin mayor trámite al pueblo de Patagones.
En los pliegues del uniforme del capitán James Shepherd – uno de los primeros enemigos que cayó bajo el fuego de los defensores – se encontró una carta en la que requería la rendición: “Permaneced tranquilos en vuestros hogares; vuestras personas y propiedades serán respetadas, en caso de acceder a mi justa solicitud; pero en caso contrario incendiaré todas vuestras propiedades”. Para su desazón, el comandante imperial comprobó que toda la población estaba en pie de guerra y que su demanda, en Patagones y Viedma, jamás encontraría destino.
TEXTO EXTRAÍDO DEL SITIO: http://www.lagazeta.com.ar/patagones.htm