El más odiado y más calumniado hombre de su tiempo. – Friedrich Engels, en el funeral de Marx en el cementerio de Highgate, Londres
“Todo lo que sé es que no soy marxista”1
Una parte de la humanidad afirma lo mismo; lo extraño es que lo dijera Karl Marx, un prusiano que revolucionó a la sociedad burguesa con sus escritos y acuñó el término “marxista”, al que decía no pertenecer.
Realmente era así: la vida de Karl Marx no era la de un marxista, era la de un burgués, como lo definía Aldous Huxley. Como su oficio de filósofo anticapitalista no estaba bien remunerado, el pensador necesitaba pedir dinero prestado a cuanto familiar y amigo se le cruzara por su camino. Con lo recaudado, intentó darle a su familia el mejor pasar burgués que podía ofrecerle. Pero, eso sí, jamás trabajó en relación de dependencia: una sola vez se postuló para trabajar en los ferrocarriles ingleses y fue rechazado por su pésima caligrafía. ¡Cómo no detestar al capitalismo!
Durante los últimos quince años de su vida, sobrevivió gracias a una renta fija que le asignaba su amigo y colaborador Friedrich Engels, con quien desarrolló la crítica más punzante al sistema capitalista.
Con estas trescientas cincuenta libras asignadas, pudo vivir con cierto desahogo y permitirse algunas licencias de pequeño burgués, como tener un hijo no reconocido con su mucama Helene Demuth, a la que no remuneraba. Efectivamente, nunca le pagó un sueldo a su criada-amante (detalle burgués que se daba el lujo de obviar), aunque sí le permitió ser sepultada junto al resto de su familia.
Karl Marx murió a consecuencia de una bronquitis. El 14 de marzo de 1883, se quedó dormido en su sillón, negándose a dejar un último consejo a la humanidad: consideraba que esas últimas palabras eran solo para los idiotas que nada habían dicho en vida, y él había dicho en vida todo lo que tenía que decir (y también algunas palabras de más).
Fue enterrado en el cementerio de Highgate, Londres, donde aún descansa, bajo la frase que inmortalizó: “Trabajadores del mundo, únanse”. El lugar se convirtió en sitio de peregrinación para algunos de sus seguidores y muchos que no están de acuerdo con sus ideas y que solo visitan su tumba para estar seguros de que sigue bien muerto en aquella necrópolis que cobra seis euros para poder visitar la tumba de quien propuso abolir la propiedad privada.
Curiosamente, a pocos metros, está enterrado quien en vida fuera su antítesis política: el pensador liberal Herbert Spencer (1820-1903).
Al final del camino, las diferencias se reducen a polvo.
1- Frase de Karl Marx dicha a Friedrich Engels, citada por este en una carta dirigida a Conrad Schmidt en 1880.
Texto extraído del libro Trayectos Póstumos (Olmo Ediciones).