Carlos Washington Lencinas: crónica de una muerte anunciada

TIEMPOS BRAVOS

Eran otros tiempos.

Había que ser muy hombre para meterse en política. Y si no, que lo dijera el Doctor don Marcelo T. de Alvear que era todo un “high life” y no tuvo ningún empacho en hacer detener el tren en una estación de Córdoba durante su campaña electoral y dar el discurso frente a la multitud con el revólver en la mano. Parece que al hombre le habían advertido que en el lugar “el horno no estaba para bollos”. O, sin ir más lejos, aquella vez en que Cantoni en San Juan le había enviado a don Marcelo un sujeto de avería para que lo acompañara en la campaña; y don Marcelo, siempre ocurrente, al verle la feroz cicatriz que le cruzaba la cara, le había contestado: “Andá y decile a Cantoni que mejor me mande al que te talló el barbijo”.

Es que el valor, allá por los años veinte, era una carta de presentación.

Aquí en Mendoza mandaban los Lencinas. El padre, José Néstor había sido gobernador, y la hegemonía de los “pericotes” (así llamaban los conservadores demócratas a los radicales) iba a continuar a través del hijo, Carlos Washington. De tal manera, desde el ascenso de los radicales en la nación, de la mano de Hipólito Yrigoyen, aquí en la provincia gobernaban el padre y el hijo, o mejor dicho “el gaucho y el gauchito”, como les decía la gente.

Se contaban muchas historias del estilo particular que le imprimía a su forma de relacionarse con el pueblo don Carlos Washington, algunas ciertas, otras, tal vez nacidas de la imaginación popular. Una de ellas, es la de los sacos. Viajaba Lencinas por los pueblos de la provincia y se paraba en todos los ranchos que encontraba. Hablaba con el dueño de casa y al despedirse, le expresaba de manera muy franca y campechana. “Disculpe mi amigo, no llevo nada pa’ obsequiarle, pero hágame el bien y acépteme el saco” y procedía sin más a sacarse el saco, quedarse en mangas de camisa y entregárselo al paisano. Lo que el buen hombre ignoraba era que Lencinas contaba con una provisión importante de sacos en el automóvil en que viajaba…

Ya desde tiempos del padre, don José Néstor, la fractura con el Radicalismo que gobernaba en la nación se había hecho evidente. No comulgaban los Lencinas con el modo de hacer las cosas de Yrigoyen, a tal punto que al fracturarse la Unión Cívica Radical en personalistas (partidarios de don Hipólito) y antipersonalistas (seguidores de Alvear) el lencinismo mendocino, abiertamente se apartó de las huestes yrigoyenistas.

LA ALPARGATA Y EL GAUCHITO

Carlos W. Lencinas nació en 1.888 en el departamento de Rivadavia en nuestra provincia, hijo, como dijimos, de José Néstor Lencinas y de Fidela Peacock. Se había graduado de abogado en Córdoba, y a los 27 años ya era diputado por Mendoza. Luego sucede a su padre en la gobernación de la provincia. El “lencinismo” en Mendoza, fue una clara oposición al conservadorismo del Partido Demócrata, que por aquellos tiempos tenía trascendencia nacional, y también al radicalismo. Apareció como una corriente política alternativa frente a los poderes nacionales, y adoptó como símbolo la alpargata. No era casual esto, se inauguraba en la provincia un estilo populista, enfocado, en su prédica por lo menos, hacia los sectores de más bajo poder adquisitivo. Algunos años más tarde, otra agrupación política, pregonaría “Alpargatas sí, libros no”. Pero esa es otra historia.

En fin, curiosidades…

En 1.929 ya era abierta la hostilidad entre radicales y lencinistas.

Carlos W. Lencinas en 1.926 es electo Senador por Mendoza, pero en la Nación, sus despachos de Senador son rechazados en virtud de una alianza entre radicales y conservadores. Sucede que lo vincularon en varios hechos de corrupción durante su gestión.

El diez de noviembre, el mártir decide regresar a Mendoza, y es advertido que se tejía una trama para asesinarlo. Se hablaba de que habían contratado a un tirador experto para que lo asesinase al llegar a Mendoza. No obstante, decide enfrentar esa eventualidad y regresa a la provincia.

¡VIVA HIPÓLITO YRIGOYEN!

Lencinas parte de Retiro en el tren “El Internacional” y al llegar a la provincia de San Luis le ofrecen regresar en un aeroplano, pero se niega terminantemente a tomarlo.

Ese domingo 10 de noviembre el hombre llegó a la estación de trenes en nuestra ciudad y fue esperado por una numerosa cantidad de correligionarios que escoltaron su marcha hasta el Círculo de Armas (actual calle Necochea frente a Plaza España). Una vez allí tenía previsto, dirigirse a la multitud desde un balcón.

Al agruparse los seguidores del caudillo frente a los balcones del edificio, y reunirse los oradores en el ventanal, tomó la palabra el señor Antonio García Pintos. La arenga pronunciado por el orador produjo la consiguiente reacción del público que manifestó su encono hacia el Partido Radical y la figura de Hipólito Yrigoyen. Es en esa circunstancia en que Lencinas trata de aplicar a la concurrencia con ampulosos ademanes…

¡Viva Hipólito Yrigoyen! debe haber sido la última frase escuchada por el caudillo en su vida. Alguien la gritó desde la multitud e inmediatamente se escuchó un disparo.

Lo que siguió luego fue una gran conmoción, el tiroteo se generalizó y cayó abatido por balas, según algunos de seguidores de Yrigoyen, según otras versiones de “gente de acción” del Partido Demócrata, un tal José Cáceres.

El público en general había huido hacia la plaza, refugiándose en la estatua ecuestre de San Martín, e incluso en la fuente misma.

A todo esto, se cerraron inmediatamente las puertas del interior del edificio que daban al balcón donde habían estado los oradores.

Dentro del edificio, y en medio de la confusión, Lencinas caminó unos metros tambaleante y se desplomó despidiendo sangre por la boca.

Inmediatamente fue acostado sobre la mesa de billar que había en el Cículo.

¡CARLOS SE MUERE MUCHACHOS!

¡Carlos se muere muchachos!

¡Carlos se muere muchachos! Exclamaba desesperado el hermano de la víctima.

Llegaron algunas ambulancias al lugar, y el cuerpo, según algunos, ya sin vida del caudillo fue trasladado al Hospital Provincial.

Carlos Washington Lencinas murió con la tarde que se iba, ese domingo 10 de noviembre de 1.929.

¿Quién fue el matador?

La versión oficial establece que Carlos Washington Lencinas fue asesinado por un tal José Cáceres quien le disparó desde arriba de un árbol frente al Círculo de Armas, “motivos personales” fue establecido luego de la investigación policial como móvil del crimen.

Intervinieron en la autopsia los doctores Escudé y De la Zerda. La bala asesina en un principio no se encontraba y luego fue hallada, pues se había caído al suelo cuando la víctima fue desvestida.

El cuerpo de Lencinas fue embalsamado y velado en el domicilio paterno en la calle 25 de Mayo 750 de ciudad.

Sus restos descansan en el Panteón de la familia en el Cementerio de la Capital.

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EPÍLOGO: ¿QUIÉN MATÓ A CARLOS WASHINGTON LENCINAS?

Aún hoy, a casi ochenta y cuatro años del suceso, todavía hay cosas que no están claras:

-Algunas versiones indicaban que otro sujeto bien vestido de traje a rayas, también trepado a un árbol habría disparado hacia el balcón y aprovechó la conmoción para huir del lugar.

-Cuando se encontró la bala homicida, un tal Virgilio Sguazzini sería quien la habría hallado en el suelo. El Juez interviniente la guardó en un sobre y no le permitió a Sguazzini firmar el sobre.

-Nunca quedó claro cuál había sido el arma homicida, por un lado se hablaba de una pistola “Mannlicher” y por otro lado un revolver “Smith &Wesson” calibre 38 que fue el arma que según se dijo, portaba Cáceres. Lo cierto es que el arma fue hallada en un comité sin haber sido usada.

-El Juez de Crimen renunció y el Jefe de Policía fue sustituido.

-Se llegó a especular acerca de un posible móvil pasional de parte de Cáceres. Lo cierto es que jamás se obtuvo declaración alguna de dicho individuo, que fue baleado y muerto en la trifulca.

-Existe una versión que ha llegado a la actualidad por vía de tradición oral:

Según un testigo, ya fallecido, que contaba en aquellos momentos con 18 años de edad, y que se encontraba muy cerca de la víctima en el palco, habría aparecido momentos antes del atentado un automóvil en la intersección de las actuales calles Necochea y Avenida España un automóvil ocupado por sujetos que dispararon varias veces al aire, huyendo luego, y esto, lógicamente desvió la atención de todos. Ello posibilitó que uno de los guardaespaldas se acercara al caudillo y le efectuara un disparo a quemarropa, generalizándose luego la balacera.

Lo cierto es que muchos se beneficiaron con la muerte del caudillo. Los mismos radicales yrigoyenistas organizaron festejos más o menos desembozados en Mendoza y San Juan. Uno de ellos consistió en un asado llevado a cabo en San Juan, al cual habría asistido un joven abogado, Fiscal de la intervención federal en Mendoza, ordenada por el Presidente Yrigoyen, un tal Ricardo Balbín…

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