Canibalismo

Si bien es cierto que no hay información exacta sobre las comunidades desaparecidas hace milenios, la arqueología ha demostrado que muchos pueblos antecesores de las comunidades mínimamente organizadas ejercían el canibalismo. Se han encontrado muchas calaveras decapitadas y huesos humanos fracturados. Esto por sí solo no demuestra nada, pero el análisis microscópico de los restos hallados demostró que los huesos habían sido quebrados para extraer la médula ósea, que habían sido descarnados con los mismos instrumentos y de la misma forma que los huesos de animales encontrados en las mismas cuevas, y que no se trataba de rituales funerarios porque los huesos no estaban enterrados sino dispersos por las cuevas, entremezclados con los huesos de animales.

En varios lugares del mundo son muchas las culturas aborígenes que practicaban (y quizá algunas aún hoy, en entornos aislados de las sociedades conocidas) el canibalismo. Los caribes de Centroamérica atacaban a los pacíficos arawaks, robaban sus niños, los castraban y los criaban para comérselos. Los yanomami, indios americanos que habitan Brasil y Venezuela, y los wari (Brasil) practicaban el canibalismo endogámico (se comían a sus parientes fallecidos) como ritual funerario, además de utilizarlo como recurso alimentario.

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Canibalismo en Brasil, descrito por Hans Staden (1557).

Canibalismo en Brasil, descrito por Hans Staden (1557).

 

En África Occidental, los “hombres leopardo” eran una sociedad de religión animista que creían estar poseídos por espíritus de animales carnívoros y ejercían el canibalismo como ritual para fortalecer su sociedad. En el siglo XX, el gobierno de Liberia proscribió esta sociedad, aunque se cree que sigue funcionando de forma clandestina.

Los amahuacas, una comunidad en territorio peruano que se mantenía aislada del resto del mundo, se comían los cadáveres de sus muertos para que sus almas se mantuvieran vivas dentro de ellos.

Entre los korowai de Nueva Guinea, cuando uno de sus miembros fallece como consecuencia de una enfermedad, creen que esto se debe a que una posesión demoníaca; por eso se comen el cuerpo del fallecido cuando el demonio aún se encuentra en él.

Los aghori, una secta de monjes hinduistas devotos de Shiva en el norte de la India, efectúan meditaciones sobre los cadáveres y luego se comen la carne humana y se beben la sangre. Creen que el consumo de carne humana tiene efectos medicinales y rejuvenecedores y llegan a consumir comida podrida, orina y excrementos, usando los cráneos humanos para comer y beber.

 

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Representación de Theodore de Bry de 1592
Representación de Theodore de Bry de 1592

 

Además se ha reportado canibalismo frecuente en los pigmeos y nativos de la cuenca del río Congo, en las tribus anasazi de Norteamérica, en tribus de Fiji hasta el siglo XIX y en Nuku Hiva (Polinesia francesa) hasta el siglo XX.

Muchas culturas practicaban el canibalismo bélico: el consumo de los cuerpos de los prisioneros de batallas y guerras; esto ocurría muchas veces como cierre de ceremonias públicas luego de torturar a las víctimas. El acto de comerse al enemigo dejaba entrever dominación sobre el derrotado, era una manera de reafirmar el poder.

Estas costumbres fueron cambiando con el devenir de la historia, ya que a medida que iban surgiendo sociedades más evolucionadas, los enemigos capturados como prisioneros comenzaron a ser utilizados como mano de obra. En sociedades que ya conocían la agricultura, el almacenamiento, la organización comunitaria, las jerarquías y los intereses comunes (y por lo tanto los tributos necesarios), es razonable pensar que la matanza y el consumo de cautivos restaría mano de obra, lo que disminuiría las posibilidades de desarrollo económico; resultaba más provechoso consumir el producto del trabajo del esclavo o cautivo que consumirlo a él mismo. En cambio, las sociedades más primitivas que no eran organizadas, no tenían capacidad para producir excedentes y no tenían clases gobernantes que tomaran decisiones para el bien común, no podían beneficiarse en el largo plazo de la captura de enemigos. Más aún, el prisionero era una boca más que alimentar, así que era más previsible que mataran y se comieran a sus cautivos.

El canibalismo bélico tiene sus casos especiales: los guaraníes, por ejemplo, no maltrataban ni ingerían mujeres ni niños; sí devoraban a los guerreros enemigos capturados buscando impregnarse de sus virtudes. Y mucho más cerca en el tiempo y fuera de cualquier razonamiento antropológico, los soldados de la facción Khmer Rojos de Camboya, en pleno siglo XX, capturaban y asesinaban a los soldados enemigos para después sacarles sus hígados y corazones y devorarlos.

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Mujer caníbal, escultura en marfil de Leonhard Kern (c. 1650).

Mujer caníbal, escultura en marfil de Leonhard Kern (c. 1650).

 

El caso de los aztecas ha sido ampliamente estudiado, aunque con conclusiones diversas. Lo que sí es aceptado es que los aztecas comían carne humana con regularidad, y merecen una mención especial.

Los aztecas nunca lograron domesticar el tipo de animales con cuya carne sí contaban otras sociedades, así que no tenían carne suficiente. No tenían animales ordeñables (ovejas, vacunos, llamas) por lo cual no tenían leche ni queso, y tampoco conocían el cerdo. Sus principales fuentes de carne doméstica eran el pavo y el perro, que eran poco aptos para la producción masiva de carne y que además no consumen pasto ni plantas, por lo cual competían con los alimentos del hombre. Los aztecas consumían proteínas animales de variadas fuentes: serpientes, escarabajos, ranas, larvas, gusanos, hormigas, etc; también consumían animales más grandes como venados, peces y aves acuáticas, pero su cantidad era más que escasa si se distribuía entre más de un millón y medio de personas en el radio cercano a Tenochtitlán. Además, al usar a los cautivos como fuente de carne en festines multitudinarios, los jefes aztecas se transformaban en abastecedores y obtenían el apoyo de las masas mucho más. De manera que hay razones culturales, biológicas y políticas para comprender el canibalismo de los aztecas. En el sacrificio humano de prisioneros al dios del sol Huitzilopochtli, se obligaba a las víctimas a ascender la pirámide al encuentro de los sacerdotes; el sacerdote a cargo del sacrificio abría el pecho de la víctima con un cuchillo de piedra, extraía el corazón del prisionero aún latiendo y lo quemaba en el altar sacrificial. Después de eso el cuerpo de la víctima era descuartizado, troceado, asado y trinchado. Los mejores cortes de carne humana eran para el “dueño” del prisionero, que los servía después en el banquete familiar; las masas populares se alimentaban con una especie de guiso que se hacía con las sobras y los pumas, jaguares y otros animales roían los huesos. En el ritual en honor a Xipe Totec (el dios de la vegetación y la agricultura), luego de extraerles el corazón se desollaba a los prisioneros, que luego eran abiertos en canal y los oficiantes se lo comían.

Hay también muchos ejemplos de canibalismo en situaciones dramáticas de guerra o de hambruna extrema. En el tercer milenio a.C. se ejerció el canibalismo en Egipto como consecuencia de una hambruna que llevó a una insurrección y caos social. Otros casos conocidos son el holodomor (la hambruna soviética en la década del ’30), el sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, el canibalismo practicado por algunas tropas japonesas durante esa misma guerra contra prisioneros de guerra aliados en muchas partes de Asia y el Pacífico y el practicado como consecuencia de catástrofes o situaciones extremas como naufragios y otros eventos trágicos por todos conocidos.

Y sin necesidad de buscar costumbres antropófagas entre pueblos primitivos, hay situaciones muy bien documentadas de una especial forma de canibalismo no tan conocida: en los siglos XVI y XVII, los manuales de medicina ingleses recomendaban el consumo de “caromomia”, un preparado medicinal hecho a base de carne humana embalsamada, desecada y preparada, proveniente de alguien cuya condición era que hubiera muerto en forma repentina, preferentemente violenta. Las farmacias, sobre todo en Londres (esto luego también se extendería a Europa continental) estaban bien provistas de esta especie de panacea, aunque los médicos preferían que la misma fuera adquirida en comercios especializados exclusivamente en ese especial preparado.

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