Su cara, su figura alargada, su voz y su forma de ser -tan queriblemente calculadora como potencialmente cruel- son solo algunos de los elementos que contribuyeron a hacer de Bugs Bunny (inexplicablemente conocido en la Argentina simplemente como “el conejo de la suerte”) uno de los personajes más queridos de la historia del cine de animación y una de las caricaturas más reconocibles a nivel mundial.
Como tantos otros de los grandes personajes de la llamada “era de oro” de los estudios Warner, Bugs nació humildemente a finales de la década del treinta gracias al trabajo colaborativo de varios de los artistas que convivían en la famosa “Termite Terrace” (literalmente, terraza de las termitas), las oficinas miserables en las que funcionaba la división de animación del estudio. Aunque muchos se arrogaron ese rol, es difícil definir quién fue su padre, pero si se tuviera que elegir un punto de partida para contar su historia, este ciertamente fue un corto llamado Porky’s Hare Hunt que apareció por primera vez el 30 de abril de 1938. Actuando más como una prefiguración que como una verdadera introducción del personaje, para cualquiera que hoy mire la película probablemente resulte un tanto forzado establecer una relación entre Bugs y el anónimo animal desquiciado que Porky trataba de cazar. Y, sin embargo, ya por entonces el conejo que Charles Thorson diseñó para Ben “Bugs” Hardaway, director del corto junto con Cal Dalton, y que etiquetó “Bugs’ Bunny” (literal, “el conejo de Bugs”) logró cautivar a las audiencias lo suficiente como para hacer de él un personaje recurrente.
Cada vez un poquito más distinto, el conejo pasó por las manos de varios directores en distintos cortos, pero finalmente emergió como algo más parecido al Bugs que hoy conocemos en A Wild Hare (1940) del gran Tex Avery. Allí, por primera vez, el actor Mel Blanc (quien lo terminaría encarnando hasta 1988) definió la voz del personaje y le hizo decir su famosa línea “What’s up, doc?” (“¿Qué hay de nuevo, viejo?”) mientras masticaba una zanahoria en una clara parodia al personaje de Clark Gable en Lo que sucedió aquella noche (1934). Pero más allá de estas características, la brillantez de Avery radicó también en la innovación narrativa por la que fue capaz de establecer una dinámica simbiótica entre Bugs y su némesis, el cazador Elmer Gruñón, que sería reinterpretada incontables veces a lo largo de la vida del personaje.
Por regla siempre previamente provocado para evitar hacer de él un cretino, en los siguientes años Bugs tuvo enfrentamientos con todo tipo de adversarios que fueron forjando su legendario ingenio. A tono con el tipo de humor cultivado por los artistas de Warner, la cultura popular se colaba constantemente en los cortos de Bugs Bunny, aparejándolo con figuras relevantes del cine, por ejemplo, por lo que no sorprende que pronto, con su popularidad en ascenso, él mismo comenzara a influir en el mundo real. Para la década del cuarenta, el gobierno de los Estados Unidos lo aprovechó durante el esfuerzo de guerra y, además de protagonizar varios cortos nacionalistas, lo usó como vendedor de bonos. En paralelo, tras ser representado con su uniforme en un corto, Bugs recibió un nombramiento honorario del cuerpo de Marines, y, además, varios escuadrones de la Fuerza Aérea pintaron su cara en más de un avión y lo adoptaron como mascota oficial.
Sin embargo, las posibilidades de influencia de Bugs Bunny no se comprobarían con toda su fuerza sino a partir de la década del cincuenta. En esos años, sus más memorables, fue adoptado célebremente por directores que hoy son sinónimo del conejo como Fritz Freleng, Robert McKimson y Chuck Jones. Pero fue especialmente este último quién – además de dirigir unos cincuenta cortos, entre ellos la famosa serie conocida como “temporada de pato/temporada de conejo” que incluía el triángulo junto con Elmer Gruñón y el pato Lucas- sería instrumental en la elevación de las peripecias de Bugs al nivel de un arte. Como queda claro en sus cortos “operísticos” (“Rabbit of Seville” de 1950 y “What’s Opera, Doc?” de 1957), frecuentemente citados como algunos de los mejores jamás hechos, a través de su innovadora mezcla de animación, travestismo, gags absurdos y arias de óperas famosas, Jones logró desarrollar un tipo de caricatura único que, sin perder de vista la seriedad del material de base, lograba hacerlo funcional a la acción, atractivo (y hasta educativo) para los niños y gracioso para los adultos.
De este modo, hoy, a más ochenta años de su primera primitiva aparición, Bugs Bunny ha adquirido una vida propia más allá de lo que sus creadores pensaron para él. Como bien quedó claro en la revista TV Guide cuando fue nombrado el mejor personaje animado de todos los tiempos, él no sólo es eso, sino que también “es un gran comediante. Estaba bien escrito. Estaba hermosamente dibujado. Emocionó e hizo reír a muchas generaciones. Es lo máximo”.