Bismarck, a pique el orgullo del Reich

En la madrugada del 19 de mayo de 1941, el acorazado alemán Bismarck, el buque de guerra más grande, potente y veloz de su tiempo –podía alcanzar los 31 nudos-, zarpaba de la rada de Gotenhafen, en el mar Báltico, para realizar en el Atlántico su primera campaña de guerra. Lo hizo acompañado del crucero Prinz Eugen. El objetivo del alto mando de la marina alemana era que los dos buques se unieran a otros dos acorazados alemanes fondeados en puertos franceses y juntos atacarán a los cada vez más protegidos convoyes ingleses. Para ello era fundamental el papel del poderoso Bismarck, que haría frente al buque escolta enemigo, mientras los otros barcos atacarían sin problemas al resto del convoy.

El almirantazgo británico sabedor de la amenaza del Bismarck, botado el 14 de febrero de 1939 y que durante dos años había realizado prácticas en el Báltico, mantuvo una estrecha vigilancia de las costas danesas y noruegas. El 20 de mayo, los dos buques fueron avistados por el crucero sueco Gotland y un día después un avión de reconocimiento Spitfire británico fotografió al acorazado en el fiordo noruego de Grimstadfjord. A partir de ese momento comenzó una implacable persecución.

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Fotografía  tomada a las 13:15 del 21 de mayo por el Spitfire del Coastal Command a  unos 8.000 metros de altura. El
Fotografía tomada a las 13:15 del 21 de mayo por el Spitfire del Coastal Command a unos 8.000 metros de altura. El ‘Bismarck’ puede verse claramente a la izquierda fondeado en el Grimstadfjord con tres barcos mercantes

 

Los cruceros pesados Norfolk y Suffolk , escoltados por otros navíos, consiguieron avistar a los barcos germanos entrando en el estrecho de Dinamarca –entre Islandia y Groenlandia- pero los perdieron en los densos bancos de niebla. Solo gracias a los avanzados radares británicos de detección consiguieron rastrearlos y, en alguna ocasión, maniobrar para evitar las salvas del Bismarck, ya que los dos cruceros no tenían potencia suficiente para entablar combate.

Mientras se producía la persecución en el estrecho de Dinamarca, los barcos más poderosos de la flota británica se dirigieron a toda máquina a interceptar las rutas de evasión de las naves alemanas. Los cruceros Prince of Wales y Hood, los más cercanos, los divisaron en las primeras horas del día 24. La batalla fue breve. Tras los primeros cañonazos del Hood, el Bismarck devolvió el fuego con certera precisión. La quinta descarga penetró en la santabárbara del Hood y la explosión partió en dos al acorazado, que se hundió en menos de 6 minutos. Solo hubo tres sobrevivientes de una tripulación de 1.421 hombres. La pérdida del mayor buque de la Royal Navy conmocionó a la opinión pública británica. Winston Churchill rugió pidiendo acción y la consigna de “Hundid el Bismarck!” resonó en todos los puentes de mando. El Prince of Wales, ligeramente dañado, se escabulló detrás de una cortina de humo

El Bismarck, alcanzado por tres proyectiles, sufrió una pequeña fuga de combustible y debió limitar su velocidad máxima a 28 nudos. Aunque la avería no afectó su capacidad de combate anuló cualquier posibilidad de participar en la campaña contra los convoyes británicos. El almirante Lutjens decidió que el Prinz Eugen se adentrará en el Atlántico y llevar el Bismarck a un puerto francés para repararlo. Pero los ingleses no estaban dispuestos a permitirlo. El día 26, un hidroavión de la RAF divisó al acorazado y el resto de buques británicos disponibles se dispusieron a interceptarlo. Una primera escuadrilla de aviones Swordfish lanzó erróneamente torpedos contra el Sheffield al confundirlo con el acorazado alemán, pero, afortunadamente, no hicieron blanco.

Una segunda escuadrilla de quince Swordfish del portaaviones Ark Royal, consiguió, cuando el sol ya se ocultaba, que dos o tres torpedos impactaran en el Bismarck . Con la suerte que uno de ellos inutilizó los timones –su talón de Aquiles– y el poderoso navío quedó sin gobierno, navegando en círculos a merced de las olas. Era capaz de defenderse y el equipo propulsor estaba intacto, pero las hélices no respondían. Se convirtió en un objetivo fácil. El Bismarck informó al alto mando de la Kriegsmarine: “Buque incapaz de gobernarse. Lucharemos hasta la última granada. Larga vida al Führer”.

A las 8:47 del día 27 comenzó el último combate. Los acorazados Rodney, King George V y el crucero Dorsetshire lo dañaron irremisiblemente en menos de dos horas. El golpe de gracia lo ejecutaron los propios alemanes al hacer estallar las cargas de autodestrucción. De una tripulación de más de 2.220 hombres, sólo hubo 115 supervivientes, de los que 110 fueron hechos prisioneros. El almirante Lutjens y sus comandantes se hundieron con el buque. La carrera bélica del orgullo de la flota de Hitler había durado escasamente nueve días.

El 9 de junio de 1989, los restos del Bismarck fueron descubiertos a 4.700 metros de profundidad por una expedición científica al mando de Robert D. Ballard –el mismo que había encontrado el Titanic cuatro años antes-. Por el estado del buque se calculó que entre 400 y 600 proyectiles británicos habían impactado en el acorazado de los 2.876 que fueron disparados. Fue la demostración de la formidable capacidad de resistencia del Bismarck que sufrió durante 74 minutos un martilleo continuo que ningún otro buque habría podido resistir.

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