Carta de Manuel Lavalleja relatando el episodio de Salsipuedes y la muerte de Bernabé Rivera
“El Gral. Bernabé Rivera para exterminar a los indios charrúas dio principio a su plan, invitándolos para entrar al Brasil a traer los ganados que allí había, los cuales, según él, los brasileros los habían robado de este país en todas épocas y por tal razón nos pertenecían de derecho y a los indios charrúas más que a todos. Los charrúas siempre dispuestos contra los brasilero, y enemigos naturales de estos, no vacilaron en aceptar la invitación porque les interesaba invadir el Brasil.
Muy fácil le fue a Rivera poner a los indios en masa para darles el golpe de muerte que les tenía preparado en campos de Salsipuedes; sin embargo los charrúas, antes de marchar e incorporársele, consultaron si debían o no hacerlo y hubo dos de ellos que no se conformaron tomando la invitación como sospechosa –el cacique Polidoro y el Adivino- ambos y las familias de ellos, con sus tolderías se separó de los otros y se pusieron en marcha hacia el Cerro del Pintado. Los demás, con sus familias, marcharon al campo que Rivera había elegido para asesinarlos; como llegaron con la falta del cacique Polidoro, Rivera sintió la falta de quien quedaba fuera de su plan.
Mandó dos indios charrúas en su alcance con la excusa de que era necesario reunirse para traer el ganado de los portugueses. Polidoro fue alcanzado por los emisarios y les dijo “Frutos, corazón malo y traidor” y los emisarios quedaron de su lado y no volvieron. Por lo que se salvaron de la matanza de Salsipuedes y demás atrocidades que allí se ejecutaron con los demás charrúas y sus familias.
Concluida la operación del asesinato, marchó Bernabé Rivera con un escuadrón a buscar al cacique Polidoro que no había ido y a algunos que habían escapado del lugar de muerte. En su marcha, encontró al cacique Venado con doce charrúas que habían escapado de la matanza y como los separaba el arroyo Cañitas, solo pudieron hablar y de allí resultó un acuerdo: Bernabé se comprometió a entregar su familia a Venado a todos los que lo acompañaban y Venado se sometería al gobierno, comprometiéndose a vivir donde se le indicase. Así se entregaron y es de advertir que Venado y su gente, estaban todos armados de lanzas, habiendo uno que tenía un cárcax de flechas.
En ese estado marcharon y estuvieron dos días con Bernabé. Temiendo que se le escaparan al ejecutarlos, los envió al Durazno, haciéndole entender a Venado que allí se les entregarían sus familias. En efecto Bernabé dio una carta a Venado y un oficial para que los acompañase.
Antes de la marcha de Venado con el oficial, Bernabé envió a un capitán con cuarenta hombre para que en la Estancia de Bonifacio, sita en el Queguay arriba, los emboscaran y los mataran a todos.
Llegaron una hora antes del amanecer, hacía mucho frío y el oficial los hizo entrar a todos a la cocina. Les proporcionó yerba, carne y todo lo que pudieron ofrecerles para tenerlos en descuido total. En ese momento, estaba el capitán en otra pieza, preparando las armas para fusilarlos. Los indios al entrar a la cocina, dejaron sus armas del lado de afuera, a sugerencia del oficial que los acompañaba. El indio del cárcax no había soltado su arco, por consiguiente, era el único armado.
Atacaron a fuego vivo por la puerta y la ventana de la cocina a los indefensos que rodeaban el fogón; el del cárcax hizo uso de él hasta que lo voltearon. Así terminó Venado enviado a asesinar por Bernabé Rivera y así también, en breve, pagó el horroroso crimen que cometió siendo jueces de su causa y verdugos de su cuerpo, los mismos charrúas.
Los charrúas que se batieron con él y que le hicieron prisionero, le formularon cargos sobre los asesinatos de Salsipuedes y Queguay, cometidos a sus familias, lo mataron y mutilaron.
Los que con él se batieron, fueron unos pocos que se escaparon de Salsipuedes y que se habían ido a unir a Polidoro y componían treinta y cuatro hombres, número insignificante que se habían internado en las costas del Cuareim, campos desiertos en aquella época.
Luego del asesinato de los charrúas, se sublevaron Tacuabé y el indio Lorenzo, fieles a Rivera, y Bernabé les dio alcance, haciéndolos emigrar a Entre Ríos (estimaba a esos dos indios fieles). Como eran demasiados con él, los mandó para atrás y él con unos pocos hombres, marchó río Uruguay arriba hasta “Bella Unión” con el fin de encontrar a algunos de los de Tacuabé, sin saber que Polidoro y los suyos, allí se habían refugiado. Bernabé dio con el campamento, no con los treinta y cuatro, sino unos dieciséis que estaban acampados quienes se pusieron en retirada con las chinas a todo galope. Los más aptos para la pelea, incluso Polidoro, hacía dos días que andaban por el Cuaró buscando yeguas.
Seguía Bernabé persiguiendo a los otros y cuando los hubo perseguido como a legua y media, desesperado por alcanzarlos con el convencimiento de despedazarlos sin resistencia, ya estaba toda su fuerza a gran distancia, con los caballos cansados, mientras el pequeño grupo de indios conservaba su retirada en masa.
Bernabé iba tocando la retaguardia de los indios, pero era él solo y tenía a su fuerza dispersa. Ahí volvieron cara los indios y empezaron a lancear a los enemigos sin la menor resistencia; en este estado de desorden, rodó el caballo de Bernabé, dejándolo a él prisionero. Habían muerto quince hombre de los suyos y no murieron más, porque los indios no dieron un paso más y se contentaron con él.
Comenzaron a hacerle cargos de la muerte de sus familias; el teniente Javier, indio misionero, era de la opinión de no matar a Bernabé, para poder así recuperar a sus familias. Los otros, incluso las chinas, pedían su muerte. Y Bernabé les ofrecía de todo.
Cuando se habló de Salsipuedes, un indio llamado “cabo Joaquín” quien es ni mas ni menos que el cacique Sepe, lo pasó de una lanzada y a su ejemplo, lo siguieron los demás. Le cortaron las venas del brazo derecho para envolver la lanza del primero que lo hirió y lo tiraron a un pozo con agua.
Así concluyó Bernabé; lo sé por los mismos indios ejecutores, de quienes me he informado muy detenidamente, de los indios más capaces de explicarse; diez meses estuve con ellos en el año 1833 y siempre era la conversación dominante, como mataron a Bernabé Rivera”.
Manuel Lavalleja