Arturo Umberto Illía, hombre que nació con el siglo (4 de agosto de 1900), fue presidente constitucional argentino y, derrocado por el golpe militar de corte corporativista, en 1966, encabezado por el general Juan Carlos Onganía, tres años después de comenzar su mandato. Este pacifista nato, al que la oligarquía intentó destruir simbolizándolo con una tortuga, era médico y oriundo de la provincia de Córdoba, cuyos destinos rigió como gobernador electo.
La muerte, que le sobrevino por un cáncer, lo sorprendió el 18 de enero de 1983 ocupando su lugar en el máximo órgano de conducción de su partido, la Unión Cívica Radical.
Su mandato se destacó por la estabilidad económica, el desarrollo de la educación, la cultura y la sanidad, la inexistencia del estado de sitio y su valiente posición ante Estados Unidos cuando Washington quiso imponer el envío de tropas argentinas para la ocupación de la República Dominicana, en 1965. El doctor Illía llegó al Gobierno en 1963, con el peronismo proscrito, lo que motivó que la única central obrera, CGT, desarrollara duros enfrentamientos contra el Ejecutivo.
El diálogo, por momentos violento, sostenido entre Illía y dos militares que fueron a su despacho presidencial a desalojarle es revelador de la calidad de hombre y estadista que debieron enfrentar los golpistas en 1966:
General Alsogaray: “Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe”.
Presidente Illía: “El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo. Mi autoridad emana de la Constituctón nacional, que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo, usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de esa juventud que no quiere ni siente eso”.
General: “En representación de las Fuerzas Armadas, vengo a pedirle que abandone este despacho. La escolta militar lo acompañará”.
Presidente: “Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted es, además, un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución y la ley. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que, como los bandidos, aparecen de madrugada”.
General: “Doctor Illía, su integridad física está asegurada”.
Presidente: “Mi bienestar personal no me interesa. Me quedo trabajando en el lugar que me indica la ley y mi deber. Como comandante en jefe, le ordeno que se retire”.
General: “Recibo órdenes le las Fuerzas Armadas”.
Presidente: “El único jefe supremo de las Fuerzas Armadas soy yo. Ustedes son los insurrectos. ¡Retírense!”.
Los militares abandonaron el despacho y regresaron unas horas después respaldados por un contingente armado. Fue entonces cuando consumaron su propósito. Una nueva esperanza democrática se desvanecía, para dar paso a la iluminación golpista, que duró siete años.