Amalia Celia Figueredo nació en la ciudad de Rosario (Santa Fe), allá por 1895, pero vivió toda su vida en Buenos Aires, provincia a la que se mudó junto a su familia para comenzar una nueva vida, cuando apenas tenía cinco años. Lo cierto es que su pasión por los aviones fue algo que surgió de más grande, por esas casualidades del destino. Fue a los 19 años, en 1914, cuando conoció al reconocido piloto argentino Jorge Newbery. Ella vivía en los alrededores del aeródromo de Villa Lugano, por lo que estaba acostumbrada a ver pasar los aviones.
Sin embargo, su vida cambió por completo cuando experimentó en carne propia lo que era subirse a uno. Newbery la invitó a dar un paseo y quedó encantada. Tan solo bastó que la motivara un poco para que comenzara el curso allí. Sin embargo, había algo que no le cerraba, y era que la mayor parte de la enseñanza se hacía en tierra, y ella lo único que tenía en mente era volar. Una vez que tomó la decisión de abandonar, se anotó en mayo de ese año en la Escuela de Aviación de San Fernando, donde el aprendizaje se ajustaba a lo que realmente deseaba.
Un instructor especial
En un comienzo, su instructor fue el talentoso piloto francés Marcel Paillete, aunque por desgracia el “placer” duró poco, ya que al estallar la Primera Guerra Mundial debió abandonar Argentina para ponerse a disposición de la Fuerza Aérea de su país. Quien quedó a su cargo, entonces, fue Ricardo Detomasi, de 23 años y sin mucha experiencia. Eso poco le importó a Amalia, ya que sus ganas de progresar seguían intactas. Mientras sumaba conocimiento y experiencia, ella de a poco se iba construyendo un avión a su medida. El objetivo estaba entre ceja y ceja y pronto llegarían los resultados.
El día tan soñado por esta inquieta mujer rosarina fue 1 de octubre de 1914, después de cinco meses de prácticas y mucho sudor. Se subió al biplano Farman de 50 caballos de fuerza y convencida demostró lo que sabía hacer. Con una soltura que sorprendió a los examinadores, Amalia fue superando las pruebas. Una de ellas, por ejemplo, consistía en hacer “ochos” alrededor de dos pilotes separados por quinientos metros de distancia, para luego elevarse, apagar el motor y bajar planeando.
Ese fue un día histórico: Amalia Celia Figueredo se transformó en la primera mujer piloto de Argentina y Sudamérica. En esa época, con suerte se veía alguna que otra dama conduciendo por las calles. Pero era extraño. Por eso, la noticia llegó a los principales diarios del país y fue un tema bastante hablado por esas fechas.
Con licencia
¿Qué vino después? El estreno de su licencia. Fue en el Hipódromo de Belgrano, donde el Jockey Club cedió las instalaciones. Una multitud de gente se acercó para ver a la flamante piloto de Santa Fe. La idea era deleitar a los presentes con algunas acrobacias en el aire. Fue una jornada mágica. De hecho, la recibieron con una tremenda ovación, además de la expectativa lógica por ver sus piruetas. Su nombre y su foto habían aparecido en los grandes medios de la época y comenzaba a ser una figura reconocida, al menos en el nicho.
Al año siguiente emprendió un viaje por distintos lugares del país, siendo el primer destino Rosario, donde comenzó su vida. Si bien tenía un gran futuro por delante, dos años después, en 1916, el amor la separó para siempre de la aviación. Se casó con Alejandro Pietra y de ahí en más se dedicó a la crianza de los hijos. A pesar de que enviudó en 1928, se mantuvo alejada de los “cielos”. Así y todo, hasta el día que partió, en 1985, recibió reconocimientos y premios en distintas partes del mundo.