Algunas historias de medicinas precipitadas

Pocas cosas son más irónicas (y estúpidas) que participar de una batalla cuando la guerra ha concluido. Y en los tiempos pretéritos esta falta de información era frecuente. Las tropas del Imperio alemán siguieron peleando bajo las órdenes de von Lettow aunque el Kaiser ya había dimitido y se iniciaban las conversaciones de paz en Versalles.

La batalla de Columbus durante la guerra civil americana se peleó una semana después que el general Lee se hubiera rendido en Appomattox.

En esa batalla, un coronel sureño llamado John Pemberton estuvo a punto de perder la vida. Cuatro años de guerra y morir en un enfrentamiento que no debería ocurrir es mala suerte, que el tal Pemberton no tuvo.

Mientras se recuperaba de sus heridas, Pemberton al igual que miles de combatientes se hizo adicto a la heroína, que se administró generosamente entre los heridos de esta contienda porque afirmaban que la diacetilmorfina NO era adictiva. Otro “pequeño” error de apreciación inducido con la intención de vender un producto sin el correspondiente estudio “desapasionado” y cronológicamente sólido. El tiempo, como siempre, suele ser el mejor juez.

Pemberton, que era boticario en la vida civil, tenía acceso a una cantidad de productos farmacológicos y comenzó a experimentar qué sustancias podían liberarlo de esta dependencia. Así recurrió a los productos disponibles como bálsamo de sangre botánica, píldoras tripex de hígado, jarabe para tos de flores globo, y la tintura de cabello para la reina india. Sea por el jarabe, o la tintura de la Reina, o por el tiempo (que cura muchas cosas) el coronel se recuperó de su adicción y destinó sus mejores esfuerzos a descubrir un analgésico no opiáceo para evitar esta siniestra dependencia. ¿Y saben con que comenzó Pemberton a experimentar? Con cocaína… ¿Cómo podía saber el coronel que también esta sustancia muy popular en Sudamérica, recientemente promovida en Francia como una panacea, también era adictiva? Bueno, tampoco lo sabía Sigmund Freud que promovía su uso para el tratamiento de la depresión y para aliviar los dolores dentales (su amigo el Dr. Carl Koller aplicó su capacidad como anestesia tópica para la cirugía de catarata).

Como decíamos, todo el mundo estaba muy entusiasmado con la coca y su “inocua” capacidad euforizante. Así se la mezclaba con vinos y otras bebidas (la Reina Victoria, tan seria ella, solía tomar una copita de Chianti con cocaína para entonarse).

Un Dr. italiano, Paolo Mantegazza, tan entusiasmado estaba que viajó a Perú para probar esta sustancia. “Yo prefiero tener una existencia de 10 años con coca, que vivir cien mil sin ella”, proclamó, evidentemente euforizado por los efectos de la Erythroxylum coca. Desde entonces toda vía de administración era lícita, y hasta se la usaba como supositorio (Roger Cocaine Pole) para el tratamiento de hemorroides.

El hecho concreto es que el coronel Pemberton ideó una formula a base de coca que comenzó a vender en su farmacia de la ciudad de Atlanta. Desde entonces, cada día, esta formula que el coronel mantuvo secreta, refresca mejor.

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