Después de meses de asedio, Barcelona fue tomada con poca resistencia por parte de las tropas republicana. El general Yagüe se paseaba por las calles de la ciudad mientras el gobierno de la República emprendía el duro camino del exilio.
Para fines de 1938, el gobierno no contaba con los medios para resistir el ataque de los sublevados. Las 400 toneladas de oro del Tesoro español que entregaron a los soviéticos se habían evaporado. No había medios para sostener la defensa. A esto debía sumarse los constantes enfrentamientos entre las facciones republicanas, especialmente entre comunistas y anarquistas, que llegaban a las agresiones físicas y hasta el asesinato.
Cuando, el 20 de enero el gobierno republicano optó por trasladarse a Gerona, muchos españoles comprendieron que el fin se acercaba y temían las reprimendas por parte de los sublevados como las que se habían sufrido en otras ciudades (Badajoz, Valencia, Málaga, etcétera). Cientos de miles se encaminaron hacia Francia, pero sus fronteras se habían cerrado.
El 23 de enero el gobierno declaró un insólito “estado de guerra” en todo el territorio de la República, después de tres años de feroz contienda. Era una forma de no claudicar.
Después de abandonar Barcelona, el presidente Manuel Azaña (jurisconsulto, premio nacional de literatura, republicano de izquierda) decidió pernoctar en San Andrés de Llavaneras, donde se encontró con Mariano Gómez González, presidente del Tribunal Supremo que había depositado en el Banco de España de Gerona el Gran Collar de la Justicia, emblema simbólico de su jerarquía. Este collar creado en tiempos de Isabel II era de España y a España se lo devolvió.
Esa noche el pueblo fue bombardeado por la aviación sublevada. Impedidos de quedarse allí, al día siguiente continuaron viaje, a fin de mantener una serie de reuniones con el embajador francés, M. Henry. Era menester que el vecino país abriese sus fronteras a los exiliados. La vida de cientos de miles de españoles estaba en juego. En Figueras, la Junquera y Gerona, la población estaba siendo hostigada por la aviación y permanecía expuesta a las inclemencias del tiempo. Recién a partir del 28 de enero la frontera de Francia se abrió para ellos.
Nuevamente el gobierno de la República se reunió en La Vajol a la espera de las disposiciones de París. La situación tampoco era fácil para los franceses, hostigados como estaban por Hitler.
El ejército franquista entró a Gerona el 4 de febrero, que, al igual que Barcelona, cayó sin pelear. Aun acorralado, el presidente Azaña afirmó que ningún otro gobierno español tendría “la paridad de representación y categoría que la suya”. Ellos habían sido elegidos. Ellos eran la República.
El 5 de febrero le fue permitido entrar a Francia al titular de la Corte Suprema, Mariano Gómez González. Desde La Junquera se dirigió a París para entrevistarse con el ministro del Interior, a fin de que Francia lo asistiese en este desastre humanitario. A lo largo de la frontera se improvisaron campos de refugiados (que los franceses llamaban elípticamente “de clasificación”) custodiados por tropas senegalesas y marroquíes. Muchos españoles se quejaban del destrato de estos soldados.
Las condiciones de hacinamiento de estas 410 mil personas comenzaron a cobrar vidas españolas. Mientras las autoridades republicanas mantenían un diálogo con los franceses, estos comenzaron conversaciones en paralelo con los sublevados. El 27 de febrero tanto Francia como Inglaterra reconocieron al gobierno del general Franco. El nuevo embajador en España era nada más y nada menos que el mariscal Pétain, próximo presidente del gobierno títere de Vichy.
Ese mismo día el presidente Azaña dimitió a la presidencia de la República y fue sustituido por Diego Martínez Barrio.
En esos aciagos días de febrero, se conformó el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, bajo el patrocinio de Juan Negrin López, médico español, de orientación socialista, que fue un ferviente opositor al régimen franquista, aunque su actuación dentro del bando republicano haya sido muy discutida. De él nos ha quedado su frase que hizo historia: “Resistir es vencer”.
Mientras tanto, en estos primitivos campos de concentración, los refugiados españoles ofrecían un ejemplo de dignidad y conducta; sin embargo y a pesar de la buena voluntad, las condiciones de estos centros de reclusión, como el Gurs, lograron que en pocos meses casi la mitad de los refugiados volviesen a España. Era preferible correr el riesgo de un juicio sumario a morir lentamente de enfermedades o tristeza.
Los españoles fueron separados en distintos grupos y enviados a diversos campos: los vascos fueron destinados a Gurs, los catalanes, a Agda, los ancianos, a Bram. En Le Vernet continuaron los enfrentamientos entre anarquistas y comunistas, como en las viejas épocas.
Cuando Francia cayó bajo el dominio alemán, casi 12 mil republicanos españoles fueron trasladados a campos de concentración del Tercer Reich como Ravensbrück y Mauthausen. Cinco mil de ellos murieron en los años de la Segunda Guerra.
El grupo más resilente del comunismo español pudo ir a la Unión Soviética, donde también fueron remitidos 3 mil niños. Estos niños fueron conocidos como los niños de Rusia. Para 2004 solo pudieron hallar a 240…
Otros miles de exiliados terminaron en la Argelia francesa, donde fueron sometidos a trabajos forzados en la construcción de las canteras del Transsaharien, en condiciones infrahumanas. Varias decenas de miles de españoles fueron más afortunados y desde Francia pudieron dirigirse a América, especialmente a México, gracias a la gestión del presidente Lázaro Cárdenas. Allí los republicanos fueron recibidos con los brazos abiertos.
Gran parte de la intelectualidad española terminó integrándose a nuestra sociedad, aunque la guerra civil se vivió en la Argentina con una intensidad que no se conoció en otras partes, dada la inmensa colectividad española que vivía en el país. Rafael Alberti, Manuel de Falla y miembros del gobierno republicano, como el ex presidente Niceto Alcalá Zamora y al mismo Mariano Gómez González, vivieron en Argentina, dejando su impronta intelectual, política y masónica.
Por último, merece destacarse que varios miles de voluntarios españoles se incorporaron al Ejército de la Francia Libre. Desde allí pudieron seguir combatiendo al régimen fascista que asolaba a Europa. Fue justamente a un grupo de españoles republicanos del Ejército del general Philippe Leclerc a quienes les cupo el honor de ser los primeros en tomar París. Los tanques en los que llegaron a la Ciudad Luz lucían los nombres de las batallas que habían peleado en su España natal.