En el póker existe una combinación -dobles parejas de ases y ochos- considerada portadora de mala suerte. La carga supersticiosa es tal que trasciende el póker, de forma que la mano del muerto, pues así se llama, está estampada en el casco de moteros con voluntad forajida así como hecha tatuaje, en la piel de los que quieren expresar que sienten su destino fundido con una forma cualquiera de fatalismo. Asociarse uno a esas cartas viene a ser como aceptar que una bala aguarda en algún recodo del futuro.
La mano del muerto es la que aún agarraba el cadáver de Wild Bill Hickok después de que otro jugador rencoroso, Jack McCall, le disparara por la espalda en la nuca el 2 de agosto de 1876, en la taberna Nuttall & Mann’s de Deadwood (Dakota del Sur). Cuando acudía a jugar a ese saloon, Hickok, que no en vano podría haber dicho lo mismo que el personaje de William Munny -“Cuando veo llegar a un hombre, siempre creo que es alguien que viene a vengarse por algo que hice en el pasado”-, solía sentarse siempre con la espalda pegada a una pared y con visión sobre la puerta de entrada. Ese día de verano encontró ocupadas las sillas seguras y aceptó sentarse dando la espalda a una puerta detrás de la cual acechaba oculto Jack McCall. Murió esperando a que le fuera repartida la quinta carta.
Cuando llegó a Deadwood, atraído por el oro y el juego, sin haber cumplido todavía los cuarenta años, Bill El salvaje era al mismo tiempo una leyenda abrumadora y un pistolero algo disminuido por una enfermedad ocular, el tracoma. Antes de llegar allí, su vida fue tan intensa como para contener por sí sola todos los clichés destilados por la mitología del western. Incluidas las heridas por ataque de oso. Hasta inventó el duelo singular, en una avenida vaciada para dejar sitio a los pistoleros, cuando, en Springfield (Misuri, 1865), colocó una bala en el corazón de David Tutt a 60 metros de distancia. Un jurado lo absolvió porque no encontró ninguna circunstancia contradictoria con la ley no escrita relativa a los duelos justos.
Hickok encarnó la ambigüedad moral de los hombres que, en una época fronteriza en todos los sentidos, lo mismo podían portar en el pecho la estrella de latón de la Ley que combatir ésta. Su origen, sin embargo, no prefiguraba a un personaje del Far West. Nació en una granja de Illinois que estaba incluida en las estaciones de lo que se dio en llamar el underground railroad, es decir, los lugares dispuestos a auxiliar y esconder a los esclavos en fuga. Se dice que Wild Bill, de niño, aprendió a tirar porque estaba convencido de que algún día tendría que proteger a su familia de los esclavistas. En cualquier caso, aunque estaba destinado por cuna a la existencia estática de la granja, su padre siempre supo que lo perdería porque ese niño, que aún no había obtenido el apodo de Salvaje ni consagrado la imagen de los dos Colt Navy con empuñadura de marfil cruzados en el cinto, estaba tentado por la llamada de la aventura y se quedaba mirando las praderas hacia el Oeste como un aspirante a grumete de Stevenson habría mirado el mar.
Se entregó a esa llamada a los 17 años. Huyó a Kansas durante el tiempo, precursor de la Guerra Civil, en que la tensión entre abolicionistas y esclavistas estalló en un conflicto irregular, miliciano: el Bleeding Kansas. Combatió con los jinetes del general Jim Lane, en cuyas filas se hizo amigo de William Cody, quien más tarde fue Buffalo Bill.
Los dos Bill servirían juntos como exploradores para el ejército del Norte durante la guerra y, al terminar ésta, se dedicarían, también juntos, a la caza del búfalo. Sólo se separarían cuando Cody derivó hacia el espectáculo circense que lo haría célebre. Hickok prefirió seguir viviendo con munición real. Volvería a trabajar como explorador para el ejército, nada menos que para el 7° de Caballería del general Custer durante las guerras indias. Y se haría contratar como sheriff en diferentes pueblos de Nebraska y Kansas. En uno de los cuales, Rock Creek, se ganó definitivamente el apodo de Salvaje después de masacrar al clan de los McCanles durante un tiroteo exagerado por la prensa. Porque, para entonces, Hickok era un protagonista recurrente de las dime novels al que atribuían hazañas y listados de duelos ganados y de muertos absolutamente hiperbólicos.
Cuando fue asesinado, Deadwood pertenecía todavía a un territorio ajeno a la Ley. Por ello, Jack McCall fue absuelto en un simulacro de juicio improvisado. A la comunidad que iba creándose no le importó deshacerse de un pistolero y tahúr temible.
Jack McCall se dedicó a presumir en las tabernas de ser el hombre que mató a Wild Bill Hickok. Hasta que, instaurada la Ley, le cayó un segundo juicio, auspiciado por un hermano de Bill, que lo envió al patíbulo. Muchos años después, cuando hubo que abrir su tumba para trasladar los restos, se descubrió que el esqueleto de McCall, como en una maldición ultraterrenal, todavía llevaba la soga ceñida al cuello.