La obra hacía un año que estaba en cartelera y, probablemente, los policías que la condujeron a prisión hayan visto el espectáculo y quedaron deleitados con la música y el humor chispeante de Mae.
West fue multada con 500 dólares, pero ella prefirió la condena de 10 días de prisión, que terminaron siendo 8 por buena conducta. “Es la primera vez en la vida que me premian por comportarme bien”, comentó al ser liberada.
Así era ella, cuando era buena, era muy buena, cuando era mala, era mejor.
Esta rubia platinada con aspecto de comehombres, que había debutado en los escenarios como una baby vamp, era una astuta empresaria, una maestra del doble sentido y la picardía como la mostraban los guiones que ella misma escribía para las obras que producía, dirigía y actuaba, como la tan mentada “Sex” que le costó una cómoda visita a la prisión de Roosevelt Island a donde llegó en una limusina rosa. Durante su permanencia fue invitada a una cena con el director de la penitenciaría y su esposa. Para ellos era un honor contar con la presencia de la estrella más popular del momento. Aprovechó su encierro para planear su próximos musical, “The Drag”.
Si “Sex” tocaba temas sensibles para la moralidad imperante, “The Drag” trataba sobre la homosexualidad, cuando aún era un absoluto tabú. No la dejaron ni estrenarla.
Incansable, Mae West compuso otro musical que se llamaba “Diamond Lil”. Este fue un éxito y le abrió las puertas de Hollywood, justo cuando Hollywood necesitaba alguien como Mae. Fichó para la Paramount y gracias a la excelente acogida de “Night after night” salvó a la empresa de la quiebra ya que el film ganó 2 millones de dólares en tres meses.
Era el momento más oscuro de la historia americana con millones de desocupados por el crack del 29, una nación desorientada que se debatía en la miseria, la segregación racial y el puritanismo que imponía la abstención y la censura. Hollywood no fue una excepción y el Código Hays impuso su manual del censor con restricciones a lo que se expusiera en la pantalla gigante: los besos no podían durar más de 3 segundos, no se podía decir Dios, las mujeres no podían sacarse las medias ante la cámara ni mostrar el ombligo…
La Paramount se fijó en esta rubia bajita pero exuberante, que ya contaba con 38 primaveras para sortear los caminos de la censura y crear un film que concitase la atención del público. Para eso era necesario el escándalo, una especialidad de Mae West … Ella escribió el guion sobre una cantante en un antro de prostitución que se liga con un matón a la vez que lo engaña con un joven del Ejército de Salvación. Los perspicaces lectores adivinarán que la oficina de censura rechazó el guion.
Bueno, dijo Mae, vamos a sacar al muchacho del Ejército de Salvación que no andan con cantantes en ambientes prostibularios…pero el recorte no fue suficiente. Una vez más fue observada. Así fue y volvió de la oficina de Hays hasta que se pudo estrenar. Aún resulta curiosa que los pacatos del departamento de censura no hayan detectado algunas frases con doble sentido como la que Mae West le dirige a uno de los miembros de la banda de matones: “¿Llevas pistola o te alegra verme?”. El éxito de taquilla permitió salvar a la Paramount donde uno de sus estudios pasó a llamarse como la diva.
Mae, también tenía habilidad para encontrar talentos. Ella descubrió a Cary Grant. Dicen que lo vio esperando para un casting y le dijo al productor: “Salvo que sea mudo, quiero a este muchacho en la película”. Y como Grant no era mudo, comenzó su carrera junto a Mae West.
A lo largo de diez años mantuvo el conflicto con el Sr. Hays y su estructura de censores. “Yo apoyo a la censura”, solía decir la Sra. West, “He hecho fortunas con ella…”.
Al cabo de una veintena de películas, cansada de reescribir sus guiones, dejó el cine y volvió al vaudeville y a los night clubs, después de un breve pasaje por la radio donde dio rienda libre a comentarios de alto contenido sexual que terminaron por su expulsión de ese medio dada “la impureza que ha invadido el aire”.
En 1949 retornó a Broadway donde Mae era ella misma, autentica, explosiva, ingeniosa que le encantaba jugar al borde de lo permitido, de los límites que le quería imponer la moralina de una sociedad hipócrita. “Ya no hay caballeros”, sostenía. “Si un hombre te abre una puerta es para entrar a tu dormitorio o porque se trata de un portero”.
En 1959 publicó su autobiografía titulada “El bien no tiene nada que ver” (“Goodness had nothing to do with it”) que inmediatamente fue un best seller.
“He escrito mi autobiografía”, anunció a los medios, “es sobre una joven que perdió su reputación y nunca la echo de menos”.
En esos años sus presentaciones en la televisión se alternaban con los discos donde reeditaba antiguos éxitos y experimentaba con el rock and roll (después de todo, esta era una expresión que usaban los jóvenes en lugar de sexo).
Murió en 1980 de un accidente vascular, pero sus frases chispeantes siguen con la frescura de hace casi un siglo cuando la llevaron presa por hablar de lo que todos hablamos.
“Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”