Los cerdos al poder

Cuando los cerdos logran expulsar al dueño de la granja crearon sus propias reglas para la convivencia entre las distintas especies, que apuntaban a crear un enemigo común. “Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo”, eran dos de los Siete Mandamientos de la granja. Ninguno debía usar ropa, ni dormir en una cama, ni tomar alcohol pero sobretodo, los mandamientos establecían que no se podían matar entre ellos ya que “todos los animales son iguales”.

Los cerdos se erigen en líderes de la granja hasta que surgen discrepancias entre los dos máximos dirigentes: Napoleón (el alter ego de Stalin) y Snowball (o Trotsky). Éste debe huir por las amenazas de Napoleón quien se convierte en el jefe indiscutido y va modificando los Mandamientos fundacionales con sutilizas como Ningún animal matará a otro animal, sin motivo”. Así fue como los cerdos comenzaron a usar las ropas del antiguo propietario, aprendieron a caminar como bípedos y copiaron las conductas de los humanos mientras los demás animales trabajaban continuamente y sufrían escaseces que no habían tenido en los tiempos del propietario.

Finalmente, Napoleón modificó la máxima original en la que todos habían coincidido: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

A lo largo de la novela, los distintos cerdos que encabezaron la rebelión personifican el papel que Lenin jugó en tiempos de la revolución, Napoleón a Stalin y Snowball a Trotsky. El proletariado es representado por los caballos, el cuervo Moisés es la Iglesia, el burro Benjamín es la intelectualidad que especula y los perros que terminan obedeciendo a Napoleón representan a la policía stalinista (la terrible NKVD).

El humano que negocia con Napoleón, el Sr. Pilkington, sería Winston Churchill quien traza una endeble alianza con los cerdos rebeldes. Al final ningún animal puede distinguir las diferencias entre cerdos y humanos cando se sientan a beber y jugar al poker.

Animal Farm (Rebelión en la granja) de George Orwell es una clara alegoría al régimen soviético y las alianzas y conflictos surgidos a finales de la Segunda Guerra Mundial cuando muchos creían inevitable el enfrentamiento entre occidente y el bloque soviético.

Este libro, que se volvió un clásico y llegó a ser leído en colegios tanto en Inglaterra como en el resto del mundo (menos, obviamente, en los estados soviéticos), tuvo bastantes dificultades para ser editado porque, originalmente, Orwell escribió un prefacio atacando la censura británica (recordemos que entonces Inglaterra y la Unión Soviética eran aliadas contra Hitler). Este prólogo terminó siendo eliminado, cayendo en una irónica autocensura.

El subtitulo original era Rebelión en la granja, un cuento de hadas, mientras hay poco de hadas en una historia que pinta un régimen tiránico y despiadado, donde el poder corrompe y el uso de las palabras cambian sutilmente (a veces no tan sutilmente) el sentido original de principios idealistas en un pragmatismo dictatorial donde Napoleón “siempre tiene razón”.

“En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”, pone George Orwell en boca de uno de sus personajes, y se convierte en la esencia de la lucha de este escritor que volcó su ingenio y su talento en mostrar los peligros y la hipocresía de los tiempos que le tocaron vivir.

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