Todos conocemos la capacidad destructiva de la inflación. Lo vivimos a diario. Los alemanes la sufrieron en su forma más maligna (nosotros también vivimos la hiperinflación) y pensaron en utilizarla como arma de guerra.
Esa era la propuesta de la llamada Operación Bernhard: falsificar libras esterlinas para hacer colapsar la economía británica. Curiosamente, los encargados de llevar adelante este trabajo de falsificación eran artistas judíos alojados en Sachsenhausen, un campo de concentración a las afueras de Berlín.
La propuesta de usar la inflación como arma fue de Arthur Nebe, comandante de la SS, quien le comunicó esta idea a su superior, Reinhard Heydrich, más conocido como “El carnicero de Praga”.
La Operación Bernhard fue autorizada por el Führer y Heydrich puso a cargo de esta operación a Alfred Naujocks, conocido como “el comando que inició la guerra” al asaltar la Torre de radio de Gleiwitz en Polonia, excusa para que el Reich invadiese Polonia causando el inicio de la Segunda Guerra. El encargado técnico fue Albert Langer, un matemático perfeccionista encargado de reclutar de distintos campos de concentración imprenteros, artistas y dibujantes judíos para participar en este operativo. Langer, además, se encargó de descubrir la disposición de la serie alfa numérica de los billetes británicos.
Aunque la Operación Bernhard era ultrasecreta, los ingleses se enteraron y cuando detectaron los primeros billetes falsos, decidieron darlos por buenos para no crear pánico financiero y emitir menos. De esta forma evitaron la trampa mortal de la inflación.
La unidad de falsificación estaba en marcha, ¿con qué otros fines utilizarla? La idea surgió de Heinrich Himmler: usar el dinero falso para financiar las operaciones de inteligencia alemana. Como Naujocks había caído en desgracia por vender certificados de “pureza de sangre” a judíos holandeses, el nuevo encargado, Bernhard Krüger, congregó a los 142 prisioneros judíos en el bloque 19 de Sachsenhausen, donde también comenzaron a falsificar dólares.
El régimen dentro de este bloque era menos estricto, las raciones de comida mucho mejores y hasta contaban con una cancha de ping pong en la que organizaban campeonatos con sus guardias.
Se trabajaba en dos turnos de 12 horas para asegurar una producción continua y hasta se los pasaban los billetes nuevos entre los prisioneros para que parecieran viejos.
Con estos billetes pagaban sus gastos los espías alemanes, los cambiaban por francos suizos y le pagaban a agentes pro nazis, como al espía Elyesa Bazna –un albanés que robó datos de la embajada británica en Ankara–. Entre los datos obtenidos había importantes revelaciones sobre la invasión a Normandía, que no fueron aprovechados por discrepancias entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Servicio Secreto Alemán (era muy común entre los nazis crear recelos entre los funcionarios para generar un malentendido “espíritu de competencia”). Bazna recibió 300.000 libras falsas por sus servicios. Terminada la guerra, cuando se comprobó que eran billetes adulterados, le hizo juicio al gobierno alemán “por estafa urdida por el Tercer Reich”. De más está decir que el juicio no prosperó.
Los servicios prestados por este bloque 19 fueron tan satisfactorios para los nazis que tres prisioneros judíos fueron condecorados.
En 1944 se incorporó al grupo un tal Salomón Smolianoff, un pintor y falsificador convicto de origen ucraniano judío con una extraordinaria habilidad por su minuciosidad. Sin embargo, los demás prisioneros que trabajaban en la operación se quejaron de Krüger por tener que compartir las labores de falsificación con un criminal (paradójicamente, acusado de falsificador). Al final a Smolianoff le dieron su propia habitación.
Cuando la guerra estaba terminando, todos los miembros del bloque 19, fueron conducidos al campo de Ebensee con la intención de eliminarlos, pero los norteamericanos llegaron primero y encontraron enormes sumas de libras y dólares que arrojaron al fonde de los lagos Toplitz y Grundlsee en Austria (en los últimos años se han recuperados gran parte del botín) .
Muchos de los detalles de este operativo, la falsificación más grande de la historia, fueron narrados por Aldolf Burger, uno de los miembros del bloque 19 que inspiró la película Los falsificadores en cuya escenainicial aparece Smolianoff (en el film se llama Sorowitsch) adulterando pasaportes argentinos.
Una historia tan singular y compleja, acepta muchos temas debatibles, desde la discriminación de Smolianoff por sus compañeros, hasta el juicio de Elyesa Bazna al estado alemán por haberle pagado con billetes falsos. Sin embargo, lo que todos deberemos tener en mente que cuando algunos economistas afirman que la emisión no es inflacionaria, recuerden a la Operación Bernhard y a los falsificadores del bloque 19.
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Este texto también fue publicado en: Ámbito – 16 de julio 2022