“Dr. Mandinga”, así se conocía a este hábil y versado jurisconsulto, autor de nuestro Código Civil, por su mefistofélico aspecto y endiablada picardía cordobesa. Enemistado y reconciliado con Rosas y Urquiza, frecuento la amistad de los emigrados unitarios que había conocido en su exilio uruguayo. Allí conoció a Sarmiento, con quien no solamente estuvo unido por afinidad intelectual, sino por la intima relación que éste mantuvo con su hija Aurelia.
La relación con Sarmiento siempre se mantuvo bajo un clima de discreción, aunque conocida por los corrillos de la sociedad, debido a la frecuente permanencia de Sarmiento en la quinta que el Dr. Vélez Sarfield poseía en Almagro (donde hoy se ubica el Hospital Italiano). Fue una relación entrecortada por los viajes y la política, pero de constancia epistolar que refleja el aprecio afectivo e intelectual que se profesaban.
Aurelia compartió los últimos momentos de Domingo Faustino Sarmiento cuando murió en Asunción. Cerro sus ojos y depositó el ramo de diamelas sobre el cofre que llevó los restos del ex presidente hasta su mausoleo en la Recoleta.
Después de la muerte de su padre y de su amante, Aurelia viajo por el mundo y relató sus impresiones en diversos artículos y libros, que hoy nadie lee. Donó el busto de mármol de su padre a la Facultad de Derecho -obra del escultor Romane- y murió a los 88 años de una vida prolífica en obras y afectos.