Somos herederos del Imperio español y su estructura burocrática, que muchas veces no se adaptaba ni en tiempo ni en forma a las necesidades de esas vastas dimensiones.
Esta ineptitud, especialmente antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata, se sintetizaba en una expresión que usaban los cabildantes y funcionarios para evitar disposiciones que solo podían traer desgracias: “Se honra, pero no se cumple”. Es decir, no desconocían a las autoridades, pero la orden no se aplicaba por ingenua e inconducente, y pasaba a archivarse. Como pasaban meses antes que se enteraran en España, para cuando eso sucedía, el panorama ya había cambiado y todo quedaba en el olvido.
El Imperio español fue construido por aventureros que se adueñaron de fortunas incalculables. La corona, para proteger sus intereses, impuso una pesada burocracia proclive a arbitrariedades, codicia, favoritismo e ignorancia… No es que los españoles fuesen los únicos, ni quizás los peores, en caer en estos pecados.
El espíritu de las normativas hispanas era proclive a la desconfianza, razón por la que todos los virreyes debían someterse a un juicio de residencia al concluir su mandato. Si bien la corrupción era moneda corriente, pocos fueron los virreyes condenados. La ambición de muchos funcionarios españoles era enriquecerse para regresar a su país como señoritos y pavonearse en la corte. Los menos pensaban en establecerse en el Nuevo Mundo para iniciar una nueva vida que implicaba esfuerzos, trabajo e incertidumbre. Eso estaba reservado a las clases más bajas.
Estas sombras del imperio fueron aprovechadas por los ingleses para crear la leyenda negra de un enemigo al que ellos mismos estaban expoliando con sus piratas elevados a la jerarquía de Sir, como Drake y Raleigh .
La leyenda negra fue una crítica infundada, como si los ingleses no hubiesen cometido crímenes religiosos, ni decapitado a opositores políticos, ni vivido el enriquecimiento ilícito de algún funcionario…
Además, los ingleses exageraron victorias como la de la Gran Armada, pero callaron cuando fueron derrotados en las costas gallegas o por la pericia de Blas de Lezo.
La constitución del Virreinato del Río de la Plata estuvo motivada por las evidentes complicaciones del mercantilismo español, el hostigamiento de las colonias españolas por piratas ingleses y al ánimo expansionista de nuestros vecinos portugueses. No podemos dejar de mencionar el escandaloso nivel al que había llegado el contrabando en las orillas del Plata.
Es que cuando los pueblos son marginados por leyes estúpidas, lo más probable es que quiebren esas normas jurídicas para sobrevivir, como ocurrió en Sicilia, lo que terminó con la formación de la Cosa Nostra, que duró siglos; como sucedió durante la Ley Seca en Estados Unidos, con el imperio de la mafia; o como el mercado negro en la Rusia soviética. Una vez que se encuentra el método de evitar impuestos, es muy difícil volver al curso legal de las cosas, porque el Estado ya ha demostrado ser superfluo, ineficiente, gravoso y sensible al cohecho…
¿Cómo funcionaba el mercantilismo español?
Felipe II, para evitar que corsarios ingleses depredaran sus naves y se adueñaran de las riquezas obtenidas, dispuso que los galeones que transportaban el oro americano salieran custodiados por naves de guerra de la Armada española. Ese convoy debía partir de La Habana rumbo a Cádiz dos veces al año. Razón por la cual el oro y la plata del Perú debían ir hasta el istmo de Panamá por el Pacifico, cruzar tierra a lomo de mula y, desde allí, embarcarse hacía La Habana, donde los cargamentos estaban obligados a esperar el momento de zarpar hacia España.
Ahora, cuando los productos debían llegar a Buenos Aires, lo hacían sentido inverso, es decir, vía Panamá hasta el Callao y, de allí, en mula o carretones hasta Buenos Aires.
Para colmo, existía en Córdoba una aduana seca que cobraba un impuesto del 50%. ¿Entienden por qué Buenos Aires se convirtió en la ciudad del contrabando? Para peor, la inquisición portuguesa se había instalado en Brasil persiguiendo a todos los “marranos” (como se llamaba a los judíos). Estos se trasladaron a Montevideo y Buenos Aires, donde la furia inquisidora era menos feroz, y se dedicaron a la única actividad redituable: el contrabando.
En 1776, Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata y promulgó el libre comercio entre España y América, poniendo fin a la ruta monopólica del mercantilismo. Con esta disposición se abrieron 13 puertos en España y 25 del otro lado del Atlántico, donde se creó una estructura burocrática para controlar al contrabando.
Como eran tantas las posesiones en el mundo, hicieron que las Filipinas dependieran del Virreinato de México y la Guinea Ecuatoriana con la isla de Fernando Poo del Virreinato del Rio de la Plata (de hecho, después de la definitiva derrota de los españoles en América, el virreinato continuó en este rincón del continente negro).
Vale destacar que en 1777 estalló la revolución americana y que tanto Francia como España apoyaron a los colonos rebeldes, mientras en la parte sur del continente mantenían sus prerrogativas como si no viesen contradicción alguna. Por tal razón, las guerras de independencia de Hispanoamérica fueron un flagrante error de un monarca tan estúpido como Fernando VII, la maldición de España, ya que bien podría haber aprendido de los ingleses y su conflicto con los colonos americanos.
Volviendo al virreinato y su estructura burocrática, en Buenos Aires y en todos los puertos abiertos al comercio con la península, había una secretaría de cámara, otra superintendencia de hacienda, una audiencia pretorial, un tribunal de cuentas, una real audiencia de cuentas, una junta superior de real hacienda, una de árbitros, otra de apelaciones, una junta de temporalidades, otra de diezmos, una de almonedas, un montepío, una comisaria de la Santa Inquisición, una tesorería de ejército, una real aduana, una de tabacos, un contaduría, una tesorería, una administración general, contadurías, almacenes y un real tribunal del consulado… pero el contrabando jamás dejó de existir.
Esta estructura redundante es una prueba más que elocuente para explicar nuestra burocracia parasitaria, que, de una forma u otra, ha sobrevivido dos siglos.
Diez años antes de la creación del virreinato, la fuerza movilizadora de la economía colonial había sido la Compañía de Jesús, que construyó un imperio dentro del imperio. Esta no solo actuó como una propagadora de la fe, sino que también manejó importantes intereses económicos que competía con el poder de la monarquía .
La Compañía funcionaba como una especie de multinacional, con el manejo de extensas propiedades y una organización empresarial con estructura verticalista (recordemos que San Ignacio había sido militar), pero que educaban con igual esmero a los niños, independientemente de su raza u origen .
Su crecimiento, gracias a la educación que impartían y la organización administrativa, le creó problemas con los gobiernos de España, Portugal y Francia, generalmente en manos de masones, que veían con preocupación su crecimiento, más cuando, además de crear riquezas, armaron a los indios para defenderse de los bandeirantes portugueses, que esclavizaban a los indios misioneros, o tribus belicosas como los charrúas que hostigaban a las poblaciones jesuíticas.
Miles de indios se alinearon bajo las órdenes de los jesuitas para defender sus Misiones, que ellos habían construido bajo estricto sentido cristiano y siguiendo los principios de los comuneros castellanos.
El poder terrenal de los jesuitas era tal que los ministros europeos de origen masón, como el marqués de Pomabal en Portugal, el duque de Choiseul en Francia y el conde de Aranda en España, de forma coordinada y casi al unísono, el 2 de abril de 1767 tomaron sus conventos, sus colegios y sus mercaderías, y expulsaron a los jesuitas de América. Las misiones quedaron huérfanas y acéfalas, circunstancia que aprovecharon los lusitanos para adueñarse de los bienes de la Compañía en la actual provincia de Misiones y la Banda Oriental.
La primera tarea del primer virrey, Pedro Cevallos, fue auxiliar al gobernador Vértiz para expulsar a los portugueses que habían ocupado la Banda Oriental. Hacia allí dirigió una flota de 115 barcos con 1.900 soldados a bordo, que se dirigieron a Colonia del Sacramento, ciudad amurallada defendida por 137 cañones.
A pesar de la resistencia, Cevallos se impuso, destruyó las fortificaciones y cerró el puerto, pensando que los portugueses habrían de volver. Pero, a poco de concluir su tarea, se enteró de que, por el Tratado de San Idelfonso de 1777, se entregaba Río Grande do Sul a Portugal, y la Banda Oriental quedó para España. En el tratado se lee una frase muy particular: “Sacrificando esos lugares que nos sobran tanto”, una expresión de prescindencia que impregnó la política exterior de la Argentina, llevando a la pérdida de Bolivia, Paraguay y Uruguay, y que daría el origen a frases como “la guerra no da derechos”.
Buenos Aires, la nueva capital del virreinato, pronto llegó a tener 300.000 habitantes, con hospital, orfanato y el Colegio San Carlos en la Manzana de las Luces, colegio que había pertenecido a los jesuitas y que sería la sede del actual Nacional Buenos Aires.
Vértiz, que fue primero gobernador y después virrey, estimuló al comercio y la producción al punto que, en 1795, desde Buenos Aires se exportaban zapatos a Nueva York.
De esa época data el conflicto por las Malvinas, que continuaron bajo el poder español gracias a la perseverancia de Carlos III, quien intentó frenar al plan británico de adueñarse de las colonias españolas por la fuerza, como ocurrió años más tarde, en 1806 y al año siguiente. Como estos no prosperaron, apoyaron las revoluciones coloniales, como antaño los españoles habían apoyado a la norteamericana, y promovieron el “divide para conquistar”, a fin de dominar económicamente a las nuevas repúblicas.
Francisco de Miranda, ideólogo venezolano de la emancipación americana, buscó el apoyo de Inglaterra para liberar a las colonias del imperio, proponiendo políticas económicas y financieras que apuntaban a la colocación de los productos británicos en el mercado colonial. Vale recordar que, por años, Inglaterra tuvo el predominio del mercado de esclavos que entraban por el puerto de Buenos Aires (en el actual Retiro), para llegar después a Lima y especialmente a Potosí, por entonces la ciudad más rica del mundo por el oro y la plata que producían sus minas.
Justamente fue en esta parte del Imperio donde se vivió la rebelión más grande, que puso en peligro la estructura virreinal, donde los corregidores –a pesar de la real prohibición–continuaban repartiendo aborígenes para trabajar en sus propiedades.
José Gabriel Condorcanqui, que se hacía llamar Túpac Amaru siguiendo la tradición incaica, lideró la rebelión que, por su envergadura, desató el terror en las colonias, al punto que en España las daban por perdidas. Las autoridades virreinales lograron juntar 17.000 hombres y rodearon a las fuerzas rebeldes. A pesar de la superioridad numérica, Condorcanqui logró escapar, pero lo traicionaron. Las autoridades decidieron aplicar una sanción ejemplificadora, que fue llevada a cabo el 18 de mayo de 1781. El nombre de Túpac Amaru se convirtió en una inspiración de resistencia y martirio. Su gentilicio, “tupamaro”, se extendió hasta nuestros días como sinónimo de lucha contra el poder y sedición.
La corona española, a pesar de estas diferencias, logró mantener unido al entonces Virreinato del Río de la Plata, que hoy se ha divido en cinco naciones.
¿Por qué el gobierno porteño no pudo mantener esa unidad? Son varias las razones:
Una era esta decidía heredada del Imperio de “sacrificar eso que nos sobra tanto”.
En segundo lugar, hecha la excepción del Potosí, que era la gran fuente de ingresos del virreinato, los porteños no tenían demasiado interés en las tierras que abundaban. La elite porteña era comercial, y todo aquello que implicara esfuerzo industrial no estaba entre sus prioridades.
El puerto de Buenos Aires era poco adecuado como tal y estaba en franca desventaja con el de Montevideo, de allí la poca asistencia a la gesta artiguista que, para colmo, se oponía al designo unitario porteño. José Gervasio Artigas es más importante ideológicamente para Argentina que para Uruguay, ya que fundó al federalismo argentino. Artigas jamás quiso que la Banda Oriental se independizara porque bien sabía que la Banda Oriental sería incapaz de defenderse del imperio lusitano sin el apoyo de las provincias argentinas. Solo la intervención británica en 1828 pudo permitir el armado de la estructura para su independencia.
Además, y como ya dijimos, a lo largo de toda la existencia del virreinato y más aún durante el proceso de emancipación, los británicos aplicaron su política de “divide y reinarás”, atentando contra los lazos con España (que actuó con muy poca inteligencia después de la experiencia de las colonias inglesas) y fomentando la división entre las nuevas repúblicas del ex Virreinato
La discutible actuación de Sobremonte y la rebeldía porteña de implantar un nuevo virrey como Santiago de Liniers fueron los actos que precipitaron la revolución. Buenos Aires no necesitaba que alguien nos dijera qué había que hacer, y los criollos habían demostrado que se podían defender solos, más aún cuando España era sometida por las fuerzas napoleónicas. El virrey Cisneros, un héroe de la marina española, no pudo frenar el descontento de los criollos, más cuando España había perdido el dominio de los mares a manos de Inglaterra.
Muchos resabios culturales y burocráticos subsistieron y justificaron nuestra forma de ser, donde la normativa primaba sobre la ejecución y se encontraba el resquicio legal para incumplir normas, además de una excesiva tolerancia ante algunos delitos como el contrabando, el abigeato y varias formas de corrupción.
Somos los hijos de un imperio que cayó por una inveterada costumbre de no aprender de sus errores, ni los propios ni los ajenos.
Los virreyes del Rio de la Plata
Pedro de Cevallos 1776-1778
Juan José Vertiz 1778-1784
Nicolás del Campo 1784-1789
Nicolás de Arredondo 1789-1795
Pedro Melo de Portugal 1795-1797
Antonio Olaguer y Feliú 1797-1799
Gabriel de Avilés 1799-1801
Joaquín del Pino 1801-1804
Rafael de Sobremonte 1804-1806
Santiago de Liniers 1807-1809
Baltasar Hidalgo de Cisneros 1809-1810