Político, escritor, editor, inventor, científico y diplomático, Benjamin Franklin (1706-1790) fue uno de los artífices de la independencia norteamericana y considerado el más importante de los Padres Fundadores, a punto de ser llamado “El primer Americano”.
Fue él quien sintetizó la ética estadounidense con una normativa que guió a una nación creando una sociedad que hizo del ahorro, el trabajo duro, la educación, el espíritu comunitario y la libertad individual las bases del país, contrapuesto al autoritarismo político y religioso. Muchos de estos valores se han perdido sin ser culpa de Franklin. En su persona se fusionan las virtudes del puritanismo sin sus defectos y la iluminación de la ilustración sin fuegos de artificio.
Desde el “Pennsylvania Chronicle” criticó las políticas británicas en sus colonias. Se hizo rico editando “El almanaque del pobre Richard” y pasó a la historia como inventor del pararrayos (aunque la popular histórica de la cometa volando en medio de una tormenta no haya sido del todo verdad) y de los lentes bifocales, entre otros desarrollos.
Fue uno de los impulsores del progreso de Filadelfia mediante la fundación de organizaciones cívicas como bibliotecas, escuelas y el primer cuartel de bomberos.
Gracias a su formación (casi autodidacta), fue representante de las colonias ante el Parlamento británico con la misión de lograr la derogación de la Ley del Timbre. Tiempo más tarde, lo nombraron embajador americano en Francia, donde también desarrolló una interesante actividad académica y científica, colaborando en el esfuerzo conjunto para desenmascarar la moda pseudocientífica del Mesmerismo.
Fue el abolicionista más vehemente entre los Padres Fundadores. Aunque muchos de ellos proclamaron en su Constitución que “todas las personas nacen iguales”, incurrían en la incoherencia de ser terratenientes esclavistas. No fue el caso de Franklin, quien, como todo hombre, tampoco escapaba a ciertas contradicciones: en su autobiografía –que, curiosamente, comenzó a escribir a los 40 años– dedicó un capítulo a su “Plan para lograr la perfección moral”, donde destacaba virtudes como la templanza y la frugalidad, a pesar de que en los últimos años vivió con un marcado sobrepeso.
También promovía la castidad, aunque tuvo un hijo extramatrimonial llamado William. Nadie es perfecto, pero lo más importante es no exigir la perfección de los demás (y menos aún en cosas que uno mismo no sabe o no puede hacer).
Quizás la parte más interesante del legado de Franklin esté en las anécdotas y enseñanzas expresadas en frases breves y contundentes como su célebre reflexión sobre la inexorable falta de escapatoria ante la muerte y los impuestos, concepto reforzado sobre el inevitable paso del tiempo. “Tú puedes retrasarte, pero el tiempo no lo hará” o “Un hoy vale por dos mañanas”.
Después de haber sido actor principal en la vida política se su país y Europa, sostuvo que “quizás sea más provechosa e interesante la historia de los errores de la humanidad que la de sus descubrimientos”, idea que sintetizó en la expresión: “las cosas que duelen, instruyen”.
En un mundo tumultuoso, advertía que “la ira nunca carece de razón, aunque rara vez es buena”, y que frecuentemente solo conduce a la venganza.
Hombre de negocios práctico y perspicaz sabía que “los acreedores tienen mejor memoria que los deudores” y que “el dinero nunca hizo la felicidad” , porque “mientras más se tiene, más se desea”, y en este caso, “no se posee riqueza, sino que la riqueza posee a uno”.
Franklin fue fundador de la Universidad de Pensilvania, miembro de la Royal Society y la de la Academia de Ciencia en Paris. Entusiasta de la docencia, sabía por experiencia propia que la educación es una de las tareas más importantes de cualquier gobierno. Con esta premisa en mente, dejó una frase para la posterioridad: “Dímelo y lo olvidaré, enséñame y puede que lo recuerde, involúcrame y aprenderé”.
Franklin fue venerado por una generación de estadounidenses que vieron en él la fuerza moral de un líder natural.
Su salud se deterioró por las complicaciones sistémicas de una psoriasis, afección cutánea que compromete al 3% de la población, generada por una alteración inmunológica hereditaria. Esta afección puede asociarse con cuadros de artritis, trastornos vasculares (mayor riesgo de infarto), hígado graso e incluso fibrosis pulmonar. A veces, estas complicaciones pueden preceder a las lesiones cutáneas.
Como decíamos, a pesar de propugnar la frugalidad –“Un vientre lleno hace un cerebro aburrido”, “Desde que mejoró la cocina, la humanidad come el doble de lo que requiere la naturaleza”, “Come para vivir, no vivas para comer”–, en los retratos que se conservan de él, se lo ve luciendo sus gafas bifocales y un sobrepeso que bien podía estar ligado a su psoriasis y las limitaciones físicas de la artritis que puede complicarla.
Su última aparición en público fue durante la Convención Constitucional, representando a su estado natal, Pensilvania.
En sus últimos años sufrió ataques de gota y desarrolló un gran cálculo en la vejiga cuya expulsión lo dejó postrado. Algunos creen que parte de su deterioro físico puede deberse a una intoxicación crónica por plomo, posiblemente a través de la vajilla que utilizaba.
A principios de abril de 1790 contrajo una neumonía complicada con un derrame pleural infectado que se abrió como un absceso a la piel del tórax .
Irónico hasta el final, sus últimas palabras fueron: “Un moribundo no puede hacer nada fácilmente”.
Fue enterrado el 21 de abril en el Christ Church Burial Ground, al lado de su esposa Deborah –fallecida 25 años antes– y muy cerca de su hijo Francis, muerto a los 4 años víctima de la viruela.
Más de 20.000 personas asistieron a su funeral, en una ciudad que entonces apenas contaba con 28.000 habitantes.
“La vida es como una obra dramática, no solo debe ser conducida con regularidad, sino que debe terminar con elegancia”. Y así lo hizo Benjamin Franklin.