La historia de los médicos que diseñaron las maniobras de resucitación cardiovascular

Peter Safar nació en Viena en 1924. Hijo de médicos – padre oftalmólogo y madre pediatra–, creció en un hogar dedicado a la ciencia y la salud. Como sus  progenitores se negaron a unirse al Partido Nazi, requisito sine qua non para ejercer la medicina en su país tras el Anschluss (la unificación entre Austria y Alemania durante el gobierno de Hitler en 1938), no pudieron ejercer la profesión y Peter fue enviado a un campo de trabajo en Baviera, donde recibió todo tipo de maltrato por su condición de “no ario” (tenía una abuela judía). Simulando padecer una enfermedad de piel, logró evitar el servicio militar y fue enviado a trabajar como enfermero en un instituto para quemados. Finalmente, pudo volver a Austria, donde siguió sus estudios de medicina. Se graduó en 1948 y obtuvo una beca para especializarse en Yale.

En 1950 retornó a Viena, se casó y decidió retomar su carrera como médico en EEUU. Sin embargo, debido a problemas de visa, debió pasar un tiempo en Perú, donde creó un servicio de anestesiología. Más tarde, instalado en Maryland, obtuvo un puesto en la prestigiosa John Hopkins University. Allí investigó y perfeccionó un método simple para ventilar a pacientes inconscientes. Para demostrar la efectividad de este método, que consistía en la hiperextensión del cuello para mantener la vía aérea permeable, junto a James Elam, inyectó curare –una droga paralizante que usaban los aborígenes peruanos– en voluntarios para “resucitarlos” con las maniobras que más tarde se harían populares.

Que James Elam estuviese vivo era también un milagro. Nació prematuro en Austin, Texas, un lugar de cowboys donde no existían las comodidades que hoy se disponen para mantener a un niñito de 600 gramos. Pero lo logró y, desde entonces, padeció problemas respiratorios, circunstancia que no le impidió continuar con su formación como médico especializado en fisiología respiratoria. En 1954, él y Safar se dedicaron a perfeccionar las maniobras de resucitación basadas en los descubrimientos de Knickerbocker y Jude, quienes hallaron que la comprensión torácica permitía mantener la circulación sanguínea al cerebro  y al corazón. Pocos minutos de isquemia cerebral pueden causar un daño neuronal irreversible; de allí la importancia de iniciar las maniobras lo antes posible.

En 1961, al ser nombrado jefe del departamento de Anestesiología en Pittsburgh, Safar se encontró frente a una sociedad con altos índices de accidentes automovilísticos (que obligó a Eisenhower a iniciar una inmensa inversión para replicar las carreteras que había visto en Alemania) y con una epidemia de poliomielitis. Era imprescindible que más personas, muchísimas más, aprendiera estas maniobras para salvar a la mayor cantidad de enfermos o traumatizados.

Los avances soviéticos en este campo, encabezada por médicos como Vladimir Negovsky, fueron claves en el desarrollo de la resucitación cardiopulmonar. Safar  se reunió con su colega soviético y compartieron información. Este fue uno de los pocos casos de colaboración soviético-americana en plena Guerra Fría.

Para enseñar las maniobras de resucitación, desde 1958 Safar organizó cursos masivos de capacitación. El primer grupo entrenado estaba compuesto por gente de color –un hecho controversial en una nación que vivía disturbios ante la intención de una integración racial–. Sin embargo, a alguien que había sido víctima del nazismo poco podía importarle las barreras impuestas por la discriminación.

Para tener un prototipo apto para enseñar estas maniobras, Safar contrató a Asmund Laerdal, un conocido fabricante de muñecas de plástico. Cuando llegó el momento de otorgarle rostro al modelo, Laerdal recordó una máscara que sus abuelos habían comprado años en París.

En 1880, en el Quai du Louvre sacaron de las aguas del Sena a una joven de unos 16 años que había muerto ahogada. No llevaba ninguna identificación. Fue trasladada a la morgue, donde se hizo una máscara mortuoria que se expuso a fin que se la pudiese identificar. Como el cuerpo no tenía signos de violencia, se supuso que la joven, a quien los empleados de la morgue comenzaron a llamar Anne, se había suicidado por mal de amores (lo que llamamos Síndrome de Werther).

Como las facciones de Anne eran armónicas, de una serena belleza, comenzaron a hacerse réplicas de su máscara que adornaban los hogares y hasta se vendían como souvenir. Una de estas máscaras fue comprada por los abuelos de Laerdal, quien decidió usarla como rostro de su maniquí, que pasó a llamarse “Resusci Anne”. Desde 1960, todas las muñecas de resucitación llevan su nombre.

Así fue como a una joven a la que alguien le “rompió” el corazón terminó salvando los de muchos otros. Y los labios a los que le fueron negados los besos de su amado, hoy reciben  los de miles de personas que buscan aprender cómo salvar al prójimo.

Michael Jackson le dedicó una canción: “Smooth Criminal”, cuyo coro repite: “Annie, are you OK?”,  honrando al muñeco que salva vidas.

Gracias a su desarrollo y promoción, Peter Safar y James Elam se convirtieron en los médicos que más vidas salvaron –y seguirán salvando– en el planeta.

James Elam falleció el 10 de julio de 1995. Peter Safar, el 3 de agosto de 2003 .

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