Algunos sostienen que se trató de la crónica de una muerte anunciada. Si bien fue asesinado en octubre de 1858, el por entonces todavía gobernador de San Juan, Nazario Benavídez había tenido una revolución en su contra, al poco tiempo de haber vuelto de la firma del famoso Acuerdo de San Nicolás. Si bien fue sofocada rápidamente, debido al sitio a la ciudad que impedía dotar de agua y alimentos a sus enemigos, el antiguo federal rosista nunca pudo volver a lograr la pacificación que buscaba en su provincia.
Sin duda, Benavídez fue un caudillo que excedió los límites de San Juan para hacerse fuerte en todo cuyo, y que tal como se estilaba en el siglo XIX, su ascendente carrera militar lo había ayudado a consolidarse como dirigente político. El caos producido tras el asesinato de Facundo Quiroga determinó la elección de Benavídez en febrero de 1836; y durante mucho tiempo, tuvo en sus manos el “equilibrio” entre acatar las directivas de Juan Manuel de Rosas, y la benevolencia para con sus opositores, siempre y cuando no alteraran el orden público en San Juan.
José Nazario Benavides (así aparecía en su acta de bautismo), llegó a este mundo el 28 de julio de 1805, aunque diversas fuentes mencionan que su año de nacimiento fue 1802. De lo que sí no hay duda es que este hecho se produjo en la ciudad de San Juan de la Frontera, mejor conocida como San Juan, por entonces perteneciente a la Intendencia de Córdoba del Tucumán. Era hijo de Pedro Benavídez y de su madre Paulina Balmaceda, y desde chico aprendió las actividades básicas dentro de la finca familiar.
Sin embargo, influenciado por la muerte de su hermano, que había sido fusilado por haber acompañado la campaña del militar y político chileno José Miguel Carrera, decidió abandonar su actividad en el ámbito familiar para dedicarse al oficio de arriero, que le ayudó muchísimo no sólo por sus contactos comerciales, sino también para su posterior carrera militar y política.
Más tarde, se sumó al ejército de Facundo Quiroga y fue ganando la confianza de este último. En 1833, contrajo matrimonio con Telésfora Borrego Cano, siendo padrino de la boda el mismísimo Quiroga. Cabe destacar que la familia de Telésfora no estaba muy convencida de aceptar dicho casamiento, ya que provenían de un status social más alto que el de Benavídez. Pero la influencia del Tigre de los Llanos fue clave, y además del sentimiento amoroso para con su mujer, Benavídez se aseguraba contactos con parte de la elite sanjuanina.
Asesinato de Quiroga y llegada a la gobernación de San Juan
Benavídez había participado de enfrentamientos en el marco de las llamadas guerras civiles entre unitarios y federales, del lado de estos últimos, acompañando generalmente a Quiroga. Inclusive, no solamente había formado parte de las campañas contra el general Paz y Lamadrid, sino que también fue uno de los militares que acompañó al Tigre de los Llanos en la famosa Campaña de Rosas al Desierto, planificada desde fines de 1832, justamente cuando culminaba el primer mandato del Restaurador.
A pesar del éxito parcial, ya que una partida de soldados fue asesinada por los partidarios del cacique ranquel Yanquetruz, Benavídez volvió a su provincia natal. Cuando todo parecía estar apaciguado, llegó la noticia del asesinato de Quiroga en Barranca Yaco, Córdoba, el 16 de febrero de 1835. Cuyo perdía así a su principal caudillo, más allá de la influencia del famoso fraile y militar mendocino José Félix Aldao y los suyos.
El entonces coronel Martín Yanzón, que había estado con Benavídez en la citada campaña al desierto, ambos a las órdenes de Aldao, era el gobernador de San Juan desde 1834, gracias al apoyo de Quiroga. Sin embargo, ya sin vida el Tigre de los Llanos, Yanzón sufrió una revuelta en su contra, acusado de haber formado parte de un intento de revolución en Mendoza, apoyándose en los unitarios, con el coronel afro descendiente Lorenzo Barcala entre los destacados; contra Aldao, quien ostentaba el poder militar, y el gobernador federal Pedro Molina.
El propio Barcala responsabilizó al ministro de gobierno, Domingo de Oro, de formar parte de la conspiración. Pero, mientras Barcala, que se encontraba en San Juan al igual que el resto de los cabecillas de la fallida revolución, fue pasado por las armas, Oro consiguió exiliarse en Chile. Benavídez, que era mayor de la Plaza de San Juan, fracasó en su intento por deponer a Yanzón porque el gobernador estaba al tanto del plan, y por lo tanto lo esperó en el cuartel militar desde donde pensaba actuar Benavídez.
En septiembre de ese mismo año, este último partió obligadamente rumbo a Mendoza, y más tarde, se instaló en Buenos Aires, donde consiguió la protección del nuevamente gobernador y máximo líder federal, Juan Manuel de Rosas. Yanzón aprovechó la circunstancia para invadir La Rioja, apoyado por los montoneros del “Chacho” Peñaloza, provenientes de la zona de los “Llanos”. Pero fue derrotado por el ex lugarteniente de Quiroga, general Tomás Brizuela, quien en enero de 1836, obligó a Yanzón a huir a Chile, además de ocupar militarmente la ciudad de San Juan.
La Legislatura provincial eligió como gobernador provisorio a José Luciano Fernández. Tras la renuncia de éste, fue electo Nazario Benavídez, también en carácter de provisorio, y asumió el cargo el 26 de febrero de 1836. En mayo de ese mismo año, pasó a ser el gobernador titular.
Gobernador y hombre fuerte de San Juan por casi dos décadas
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Rápidamente, Benavídez demostró su habilidad no solo militar sino política y social. Se fue ganando la adhesión popular, sobre todo por las vivencias y experiencia que le había dado su oficio de arriero, además de su actividad militar. También tuvo el tino de sumar, en la práctica, a la provincia a la laxa confederación. Se puso así bajo la tutela de Rosas, delegándole al gobernador porteño la representación de las relaciones exteriores, además de decretar el uso obligatorio de la cintilla punzó.
Como contrapartida, Benavídez fue un baluarte importante para lograr la Ley de Aduanas, que protegía a las producciones cuyanas, y en las que San Juan salía beneficiado porque necesitaba en gran parte a los consumidores de Buenos Aires para mantener su producción y venta. Sin embargo, el control del comercio internacional a través del único puerto de ultramar que tenía Buenos Aires, le daba la superioridad económica sobre el resto, amén de la propia situación de San Juan.
El famoso fray Justo Santa María de Oro, uno de los firmantes del acta de independencia en Tucumán y tío del ex ministro Domingo de Oro, tuvo que interceder en la negociación con las autoridades riojanas y las de San Luis, que exigieron dinero, animales, armamento y uniformes militares para retirar sus tropas de San Juan; como una suerte de indemnización por la invasión sufrida meses antes durante la gobernación de Yanzón.
Conforme al paso del tiempo, la economía sanjuanina se fue acomodando mejor. En cuanto a lo político, Benavídez fue llamado el “caudillo manso”, ya que a diferencia de otros dirigentes del federalismo rosista, imprimió un equilibrio entre sus seguidores y opositores, sin la persecución contra ellos. Inclusive, permitió la permanencia de unitarios en la provincia, sin que los mismos intervinieran en cuestiones políticas, además de respetar a ministros de su propio gobierno, como Saturnino Laspiur y Amán Rawson. Estos fueron padres del futuro miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Saturnino María Laspiur, y del ministro del interior de Mitre, Guillermo Rawson.
Cuando Benavídez pasó a ser gobernador titular, reemplazó al unitario Rawson por el federal Timoteo Maradona como ministro de gobierno. Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento, que había vuelto de su primer exilio a Chile gracias a la autorización de Benavídez, publicó su famoso periódico El Zonda, emulando al famoso viento que sopla en esa zona. Esa actitud benevolente del gobernador en un comienzo fue contrarrestada con el paso del tiempo, al anoticiarse de que se trataba claramente de una marcada oposición política al caudillo.
El Zonda fue gravado con impuestos imposibles de pagar, y posteriormente, dejó de circular, forzando así el segundo exilio del padre del aula. Pero, cuando Sarmiento se encontraba en la cárcel, le perdonó la vida, diferenciándose de otros jefes militares tanto unitarios como federales, como Lamadrid y el propio Rosas.
Cuando parecía estar casi en su plenitud, teniendo buena relación con el gobierno porteño y a su vez con la región cuyana y con Chile, país clave en la interacción comercial de productos y el transporte para el desarrollo de San Juan, Benavídez se vio obligado a delegar el mando y sumarse a la actuación militar en pos del cumplimiento del Pacto Federal, en detrimento del avance de la Coalición del Norte, o Liga del Interior, de filiación unitaria. Fue entonces el segundo jefe de las fuerzas federales de cuyo, por detrás del general José Félix Aldao.
Después de derrotar en julio de 1841 a Brizuela, que se había pasado a los unitarios en La Rioja, San Juan fue atacado por las fuerzas del general Mariano Acha, que cruzó a Benavídez y los suyos en la batalla de Angaco, más precisamente en un lugar ubicado a 24 km de la capital provincial, el 16 de agosto de 1841. Lavalle ya había sido vencido, y fallecería en circunstancias no del todo claras en octubre de ese mismo año en Jujuy, pero quedaba el contingente del general tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid, jefe de Acha. En lo que fue considerada la batalla más sangrienta de la historia de las guerras civiles argentinas, los unitarios de Acha resultaron ganadores, pero no por mucho tiempo.
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Acha y los suyos ocuparon la indefensa ciudad de San Juan, mientras Lamadrid había ocupado La Rioja, apoyado por otro opositor a Benavídez, el ya mencionado “Chacho” Peñaloza, quien no simpatizaba con los unitarios sino que era un claro oponente al centralismo porteño de Rosas, más allá de la representación de la federación que ostentaba el Restaurador.
En Angaco, las cifras oscilan en que Acha contaba con entre 400 y 600 hombres, y pese a eso, derrotaron a los aproximadamente 2 mil soldados y oficiales federales. Según el abogado, ensayista y político cuyano Damián Hudson, el júbilo de los unitarios por la victoria en Angaco, que incluyó el consumo excesivo de alcohol en algunos casos, hizo oídos sordos a las advertencias de que estaba viniendo una partida federal desde la ciudad de San Juan. Así las cosas, el “caudillo manso” se tomó revancha: con refuerzos provenientes de Mendoza, avanzó sorpresivamente sobre Acha, que otra vez tenía una marcada inferioridad numérica en cuanto a la cantidad de hombres para dar pelea.
El 19 de agosto, Benavídez derrotó a Acha en La Chacarilla, en las afueras de la ciudad de San Juan. El vencedor de Angaco resistió en la mismísima capital, pero finalmente, capituló y a pesar de que no era el deseo de Benavídez, el general unitario fue fusilado en septiembre de ese año. Quedaba Lamadrid, quien luego de conocer lo ocurrido con Acha y su reducido ejército, intentó vencer a los federales en Mendoza. Pero terminó siendo derrotado por otro general de renombre, el federal Ángel Pacheco, en la batalla de Rodeo del Medio, realizada el 24 de septiembre del agitado año 1841.
Benavídez fue un baluarte de esa victoria, que permitió el fin de la Coalición del Norte y el dominio del federalismo rosista en todo el territorio, por el espacio de una década. Luego volvió a San Juan, pero delegó nuevamente el cargo para luchar contra las montoneras de Peñaloza, quien tuvo sospechas de los unitarios, por algunas actitudes de él y Joaquín Baltar, que habrían hecho caso omiso a las órdenes de Lamadrid en la derrota de Rodeo del Medio. Más allá de esas suspicacias, Benavídez venció a las montoneras del Chacho y fue reelecto como gobernador, hecho que se desarrollaba con normalidad y duraría hasta casi 1855.
Más allá de lo militar y lo estrictamente político-dirigencial, Benavídez hizo desarrollar la ya existente producción vitivinícola en su provincia, además de darle importancia a la educación pública primaria, a pesar de los escasos recursos para sostenerla. Además, fortaleció los canales de riego para una mejor optimización del consumo del agua, especialmente en la ciudad, y durante su gobierno se creó el dique San Emiliano, que todavía persiste.
Si bien tuvo otras acciones como militar, se puede destacar su ferviente apoyo a Rosas ante el famoso Pronunciamiento de Urquiza, el 1° de mayo de 1851. El caudillo sanjuanino ejerció presión sobre la Sala de Representantes, para conseguir que su provincia depositara en el Restaurador la suma del poder público, además de catalogar a Urquiza como “loco traidor salvaje unitario”. Algunos sostienen que no llegó a tiempo para enviarle un contingente de soldados de cuyo en apoyo a Rosas para la batalla de Caseros, pero lo cierto es que conocido el resultado, el “caudillo manso” tuvo que ceder, y derogó esas disposiciones que había resuelto en favor de Rosas.
Del apoyo urquicista a las peleas internas y el asesinato
Una vez convertido Urquiza en el hombre fuerte de la “nueva” Confederación Argentina, prestó su apoyo a Benavídez en San Juan, a pesar de las fuertes críticas porque era considerado un acólito del régimen rosista. Primero, se suprimieron las laudas a Rosas promovidas en 1851, y hasta se prohibió el uso de la cintilla punzó. Además, Guillermo Rawson pasó a ser secretario de gobierno, y para mayo de 1852, Benavídez se encontraba en San Nicolás como representante de San Juan para el famoso acuerdo, luego de haber recibido la propuesta del emisario urquicista para lograr la transición, Bernardo de Irigoyen.
Interinamente, Zacarías Yanzi se hizo cargo de la gobernación. Pero, en complicidad con la Sala de Representantes, que se acomodó al juego político del momento, Yanzi le quitó la autoridad de Benavídez y le otorgó a Urquiza lo mismo que a Rosas: la representación de las relaciones exteriores. A pesar de esta intentona, el entrerriano apoyó la continuidad de Benavídez, a diferencia de otros mandatarios que fueron forzados a abandonar sus cargos, como Alejo Mallea en Mendoza. Mallea fue reemplazado por el general Pedro Segura, que volvía a ser gobernador. Este apoyó política y militarmente a Benavídez, quien recuperó la gobernación en San Juan, luego de firmar el Acuerdo de San Nicolás.
Yanzi le devolvió el cargo y el rango militar a Benavídez, pero a pesar de que mantenía su popularidad, el “caudillo manso” ya no era, desde lo político, el indiscutido hombre fuerte de la región que supo ser. Para 1854, Benavídez acató la formación de la guardia nacional en San Juan, una de las primeras medidas que tomó Urquiza como presidente de la Confederación, para que haya un cuerpo militar que sea organizado desde las provincias pero que respondiera a la nación (sin Buenos Aires, que se había declarado un estado aparte, con la sanción de su propia constitución incluida), y no a las provincias. En la práctica, los gobernadores igualmente siguieron teniendo el poder de decisión.
Si bien delegaba su mando cuando salía de San Juan, finalmente renunció a su cargo en diciembre de 1854, alegando razones de salud y que su provincia había alcanzado la anhelada paz. La renuncia fue aceptada el 4 de enero de 1855, pero el nuevo gobernador electo, Francisco Díaz, no tenía el poder real puesto que un decreto del vicepresidente Salvador María del Carril, sanjuanino de origen unitario, le otorgó a Benavídez el grado de Comandante en Jefe de la División Militar del Oeste, lo que significaba el mando de las tropas no solo de San Juan, sino también las de Mendoza, La Rioja y Catamarca.
Ese mismo año, Benavídez presidió la Convención que sancionó la constitución provincial, ya que su renuncia a dicha convención no fue aceptada. Cabe destacar que por ley nacional, cada provincia debía ajustar y sancionar su constitución, acatando los principios de la carta magna sancionada y jurada en 1853.
A esa altura, la provincia estaba dividida ya no en unitarios y federales, sino en grupos yuxtapuestos que apoyaban o no a Benavídez, independientemente de su origen político. Justamente, el 17 de marzo de 1857, el coronel Díaz fue separado de su cargo tras una revolución, acusado de relacionarse con los liberales porteños. Debido a que dicha revolución tuvo el apoyo civil, además del que prestó la Iglesia por un conflicto en relación con el obispo de Cuyo, la resistencia de Díaz fue nula. Por el mando militar que ostentaba Benavídez, ocupó por enésima vez la gobernación de San Juan, ahora con carácter de interino.
En abril de ese año, apareció la intervención federal del doctor Nicanor Molinas, que fue apoyada por el propio Benavídez, y que tenía como objetivo principal la sanción efectiva de la constitución provincial, que teóricamente, había sido promulgada el año anterior. Así las cosas, se realizaron elecciones a gobernador con los preceptos de la flamante carta magna provincial, y el elegido fue el candidato liberal propuesto por el sanjuanino Sarmiento desde Buenos Aires, a través de su periódico “El Nacional”: Manuel José Gómez Rufino. Este último había participado en aquel movimiento contra Benavídez, en mayo de 1852.
Al igual que había sucedido con Díaz, el gobernador y Benavídez chocaban por las atribuciones de cada uno, ya que el “caudillo manso” continuaba con su cargo militar, pero como bien señala el historiador Ricardo Méndez Barozzi, la constitución facultaba al gobernador a crear dependencias militares bajo su tutela. A esto hay que sumarle que, a diferencia de Díaz, Gómez Rufino era un antiguo unitario opositor a Benavídez, por lo que la situación era más que tensa.
Urquiza resolvió este conflicto por las atribuciones castrenses en favor de Benavídez, pero sin ser del todo claro al respecto. Incluso, Benavídez llegó a temer por su vida y Urquiza le llevó 7 custodios. No se equivocaba, pero aún faltaba para el desenlace fatal.
Un hecho clave fueron las elecciones de mayo de 1858, cuando se renovaban los cargos legislativos de San Juan. Allí triunfaron los partidarios de Benavídez, pero el gobernador desconoció el resultado, y acusó a Benavídez y varios jefes y oficiales que respondían al “caudillo manso”, por conspirar contra el gobierno constitucional de Gómez y el del mismísimo Urquiza; y estar en consonancia con el de Buenos Aires. Benavídez y los suyos fueron apresados, y en el caso del primero, fue premeditado. En una riña de gallos que el gobernador sabía que se encontraba el general, fue detenido y Benavídez quedó preso desde el 19 de septiembre.
Su esposa Telésfora, y amigos del “caudillo manso”, movieron influencias y consiguieron una especie de “pueblada” para sacar a Benavídez de la prisión, ya que se temía por su vida. Fiel a sus excesos, Sarmiento había bregado por la eliminación del tirano. El 23 de octubre de 1858, los partidarios de Benavídez lograron liberar a varios presos, pero el exgobernador se encontraba en la planta alta del Cabildo que oficiaba de cárcel. Intentaron con un hacha derribar la puerta del lugar donde estaba encerrado, pero como se encontraba engrillado, poco pudo hacer, a pesar de que sabía que tenían la intención de matarlo.
Un antiguo opositor suyo, el Chacho Peñaloza, junto con otros, intentaron salvarlo. Pero un militar de apellido Rodríguez le disparó a quemarropa, y el “caudillo manso” cayó al piso. Los emisarios del gobierno nacional de Urquiza no llegaron a San Juan a detener el caos, y Telésfora apenas consiguió tener su cuerpo para darle sepultura.
Por este hecho, Gómez Rufino y su ministro Saturnino Laspiur fueron depuestos, pero el daño estaba hecho. En enero de 1859, un hombre de confianza de Urquiza, el general José Antonio Virasoro, se hacía cargo de la gobernación mediante una nueva intervención federal. Tampoco sirvió de mucho: el conflicto entre la Confederación y Buenos Aires continuó con la batalla de Cepeda, y el asesinato del propio Virasoro. En respuesta, el siguiente gobernador sanjuanino, liberal unitario y amigo de Sarmiento, Antonino Aberastain, también fue asesinado por fines políticos en enero de 1861. Pero esos hechos posteriores exceden a este artículo y a la vida del “caudillo manso”.
Al haber formado parte del entramado rosista, Benavídez casi no es recordado por la toponimia nacional, porque además, Sarmiento fue uno de sus mayores opositores. Por su parte, el fundador de la historiografía nacional, Bartolomé Mitre, y su grupo de intelectuales y políticos, tampoco simpatizaban con él. Sin embargo, en la ciudad y provincia de San Juan, es recordado por una extensa avenida, que divide los departamentos de Chimbas y Rivadavia en el oeste, y de Chimbas y Capital en el este (ver foto). También una cárcel de menores en San Juan lleva su nombre.
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