Muammar Kadhafi, de perro rabioso a panqueque

     Muamar Gadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento beduino cercano a la ciudad portuaria de Sirte; por entonces el país se llamaba Noráfrica Italiana. El niño Gadafi, un beduino no muy aceptado por sus compañeros de clase, se transformó en un joven militar que absorbió en la academia el sentimiento que más unía a la sociedad libia: un anticolonialismo furioso.

   Mientras tanto, en el país crecía el descontento contra el rey Idris I, de tendencias claramente pro-occidentales, cuya postura no intervencionista en La Guerra de los Seis Días lo había hecho muy impopular entre los libios pro-árabes. El malestar del pueblo fue aumentando progresivamente hasta que Idris I fue derrocado el 1 de septiembre de 1969 por un golpe de Estado militar (del que Gadafi era parte importante) mientras se encontraba en el extranjero recibiendo un tratamiento médico. Idris I fue juzgado y condenado a muerte “in absentia” por el nuevo gobierno y se exilió en Egipto.

    Cuando participó en el golpe de Estado contra la monarquía Gadafi era un simple capitán del Cuerpo de Señales, sin armas a su disposición. Pero era carismático y muy respetado por sus compañeros oficiales, que lo nombraron presidente con sólo 27 años, instaurando el Consejo Supremo de la Revolución (siempre esos nombres rimbombantes que nunca faltan en las revoluciones).

   En 1973 Gadafi declara la “Revolución Cultural” (suena parecida a la de Mao, ¿no?) para crear “una sociedad nueva” (sí, como decía Mao). Adopta el código moral islámico y el nacionalismo pan-arabista, que sostenía la necesidad de la unidad árabe. Imitando a Mao y su “Libro Rojo”, publica en 1975 el “Libro Verde”, una obra en tres volúmenes en la que expone su original concepción de un islam politizado, exponiendo además los principios teóricos de la “Jamahiriya” (“República de las masas”, que él definía como “la democracia perfecta”), un sistema político creado por él, en el que los partidos eran reemplazados por asambleas o “comités revolucionarios” en todos lados: escuelas, centros de salud, administración pública, etc. Tan perfecto era el sistema, decía Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no necesitaba tener un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales. Bueh. En realidad, esas asambleas y comités se convirtieron en la herramienta para desinstitucionalizar al país y entregarle el poder absoluto a él y a su entorno familiar y tribal.

    Gadafi fue en sus inicios un abanderado del socialismo, declarándose admirador del egipcio Gamal Abdel Nasser, líder del nacionalismo panárabe y considerándose él mismo como una alternativa tanto al comunismo como al capitalismo, pero siempre más cerca de la izquierda.

     La llegada del coronel Gadafi significó inicialmente para el pueblo libio un mejoramiento del nivel de vida debido a que los ingresos petroleros fueron mejor distribuidos, llegando a más sectores de la población. En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo que permitió a Gadafi establecer un régimen basado en servicios sociales gratuitos para la población, recurso tan conocido como útil para obtener la adhesión popular.

    Su indudable carisma y sus iniciativas anticolonialistas llevaron a muchos a llamarlo “el Che Guevara árabe”, apodo que le gustaba, ya que admiraba al Che. El cierre de las bases militares, la nacionalización de los bancos y las empresas importantes y la generosa distribución de la recién descubierta riqueza petrolífera le granjeó muchas simpatías entre la izquierda. Así, con el paso de los años Gadafi se convirtió en un líder anti-occidente y su imagen personal derivaba hacia la de un personaje cada vez más macabramente pintoresco.

     Intentó lograr la unidad árabe fusionando Libia con Egipto, Siria, Túnez y Sudán, pero su intento en favor de la unidad árabe fracasó, como todos los intentos de ese tipo a lo largo de la historia. Y respaldó a los tres tiranos más sangrientos del África postcolonial (Bokassa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda y Mobutu en Zaire).

     Gadafi comenzó a apoyar a diversos movimientos revolucionarios, desde el IRA irlandés y Septiembre Negro hasta la banda del venezolano Carlos Ilich Ramírez “el Chacal”, pasando por las Brigadas Rojas italianas, el Abu Nidal palestino y el Baader Meinhof alemán. Apoyó a los vascos de la ETA: “sin duda recurre a actos terroristas, pero sus reivindicaciones de independencia me parecen claras y precisas”, dijo Gadafi en 1981, creando un incidente diplomático con España. Llegó un momento en el que cualquier grupo armado era capaz de obtener dinero de Gadafi con sólo declararse “antiimperialista”. A cambio, Gadafi exigía favores de vez en cuando, como el asesinato de disidentes libios en suelo norteamericano o europeo; una mano lava la otra y las dos lavan la cara.

     El presidente estadounidense de entonces, Ronald Reagan, lo llamó “el perro rabioso de Oriente Medio”; Gadafi era el gran enemigo de Washington, y bajo el mandato de Reagan la CIA planeó varios intentos para derrocarlo.

     En 1985, luego de un doble atentado terrorista en los aeropuertos de Roma y Viena en el que mueren 19 personas, EE UU acusa formalmente al gobierno libio de estar vinculado con los terroristas. En 1986 se produce un atentado en una discoteca en Berlín frecuentada por soldados norteamericanos, con un saldo de 3 muertos y 300 heridos. Como represalia, aviones de EE UU bombardean Trípoli y Bengasi buscando terminar con el “el problema Gadafi”, matando a 44 personas, incluida una hija adoptiva de Gadafi; una escalada de muerte y acusaciones en pleno.

    Y llegó el episodio que definió durante mucho tiempo la relación de Libia con el mundo: el 21 de diciembre de 1988 un avión de PanAm estalló en el aire sobre la localidad escocesa de Lockerbie, muriendo 270 personas. El ataque fue atribuido a terroristas libios y la comunidad internacional señaló a Gadafi detrás del atentado. Por este y otros incidentes, Libia fue sometida a sanciones económicas y diplomáticas, lo que a la larga terminaría perjudicando enormemente su economía. La ONU exigió a Libia que entregara a los sospechosos (a esta altura, acusados) del atentado de Lockerbie, pero Gadafi se negó a entregarlos.

    En 1999, tras años de sanciones, un Gadafi muy debilitado y apaciguado inicia una estrategia de acercamiento a Occidente, en un intento de sacudirse la etiqueta de paria internacional: renuncia a su programa de armas de destrucción masiva, muestra cooperación total para desbaratar las redes del terrorismo mundial y acepta la responsabilidad por el atentado de Lockerbie.

     En ese contexto, Gadafi accede finalmente a entregar a los acusados del atentado del avión de Lockerbie para que sean procesados. Sólo hubo un condenado por la bomba, Abdelbaset Alí al-Megrahi, liberado por los británicos en las vísperas de la celebración de los 40 años del régimen libio por razones humanitarias (se alegó que le quedaban apenas meses de vida) en medio de una gran polémica según la cual ese acuerdo de liberación se había hecho a cambio de jugosos y espurios negocios (siempre pensando mal, algunos). En Trípoli, el terrorista liberado recibió una bienvenida de héroe y no parecía estar desahuciado, como alegaban sus abogados.

     Después de los atentados de las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, Gadafi vio una oportunidad para afianzar más su nueva imagen redimida: Libia fue el primer país en pedir una orden de arresto internacional contra Osama Bin Laden y en condenar los ataques.

   Como contrapartida, la ONU suspende las sanciones contra Libia, que restablece las relaciones diplomáticas con el Reino Unido. Continuando con el intercambio de figuritas, el régimen libio asume oficialmente su responsabilidad por el atentado del avión en 2003, acepta pagar indemnizaciones multimillonarias a los familiares de las víctimas.

     En 2006 se restablecen las relaciones diplomáticas y económicas entre EE UU y Libia; Washington saca en 2007 a Libia de la lista de países que apoyan el terrorismo y George W. Bush celebra el “cambio” de Gadafi como un éxito de su guerra contra el terrorismo.

     Ya definitivamente cerca de las potencias de Occidente, Gadafi también deja de perseguir el liderazgo del mundo árabe y se reinventa como un abanderado de la integración africana. Justo él, que en 1973 había invadido el norte de Chad para anexionar la franja de Auzu, participando las tropas libias en la guerra civil de ese país. Pero todo pasa, y en 2008, los reyes y líderes del continente viajan a Libia para coronarlo “rey de reyes”; el año siguiente Gadafi preside la Unión Africana. 

     Gadafi ofreció contratos petrolíferos a empresas occidentales, renunció a combatir el neocolonialismo, se sumó a la “guerra contra el terrorismo” y llegó a hacer una propuesta para que israelíes y palestinos hicieran la paz compartiendo un país llamado “Isratina”; cuando vio que no le hacían caso, afirmó que israelíes y palestinos eran “idiotas”.    

     El rehabilitado Gadafi paseaba por el mundo con su tienda beduina, su harén y su séquito bizarro, y de la mano de Silvio Berlusconi se sentó a conversar con los líderes del mundo en julio de 2009 durante la cumbre del G8 en L’Aquila, Italia. Seguía siendo un invitado incómodo, pero todos creían que no sólo había dejado la violencia atrás sino que estaba sólidamente atornillado al poder.

  En septiembre de 2009, en el cuadragésimo aniversario del golpe de Estado que lo llevó al poder, hubo un fastuoso festejo propio que duró seis días y costó unos 40 millones de dólares. Gadafi estaba en la cumbre de su poder después de haber conseguido una asombrosa metamorfosis que le había permitido sacudirse la imagen paria internacional que había cultivado en otros tiempos.

   Gadafi cumplía todos los requisitos del tirano: estuvo más de 40 años en el poder, convirtió a Libia en una finca familiar, generó su propia dinastía, desarrolló el culto a la personalidad, reprimió a todos sus opositores sin miramientos. Pero, además de eso, aportó un toque cínico distintivo: le echaba la culpa de todos los males… al pueblo libio, ya que decía que él les había entregado el poder absoluto a ellos, a través de la “Jamahiriya”, su creación, la así llamada “república de masas”.

    Gadafi era un dictador excéntrico que carecía de todo límite: era capaz de irrumpir en una reunión de la Liga Árabe y ponerse a orinar en la sala,  de llegar a un acto oficial maquillado de manera estrafalaria o de insultar sin motivo. Gadafi era también un dirigente astuto y pragmático que supo abandonar a tiempo el papel de “perro rabioso”, azote de Occidente y  máximo financiador del terrorismo mundial para convertirse en un estadista elogiado en Washington y las capitales europeas por haber dejado de lado su pasado terrorista; en idioma del barrio, un panqueque con mayúsculas.

   Sin embargo, las fechorías de Gadafi no habían terminado: la “guerra contra el terrorismo” lanzada por la administración Bush llevó al régimen libio a convertirse en un centro de tortura de militantes islamistas, en el que se buscaba obtener información sobre Al Qaeda que después Gadafi les pasaba a los servicios secretos occidentales.

     Gadafi firma un tratado de cooperación con Italia en 2008, y en 2010 firma un acuerdo con la Unión Europea para frenar la inmigración clandestina. Gadafi se convirtió en el gran centinela contra la inmigración de subsaharianos a Europa, y su régimen trataba con mano más que dura a los inmigrantes torturándolos, asesinándolos o abandonándolos en medio del Sahara.

   En febrero de 2011, las revueltas populares de Túnez y Egipto terminaron produciendo un efecto dominó y contagiaron a Libia, donde comenzó un movimiento sin precedentes en contra de su régimen: las manifestaciones y protestas populares contra el gobierno de Gadafi derivaron en una sangrienta guerra civil que duraría nueve meses. Las tribus de Bengasi (muy influyentes, consideradas por Gadafi como una amenaza permanente a sus intereses) fueron las primeras en rebelarse contra Gadafi, seguidas por miembros disidentes del Ejército. 

Una pancarta antigadafista donde puede leerse “Gadafi es un carnicero” exhibida por manifestantes en Irlanda en 2011.

    Los grupos sublevados armados llegaron a tomar el control de algunas ciudades haciendo que el gobierno de Gadafi (que éste llamaba “Jamahiriya”, el mismo nombre que le daba a su país) perdiera el control sobre regiones importantes del país. Ante la negativa de algunos oficiales militares a cumplir sus órdenes, Gadafi recurrió a mercenarios de otros países africanos. Gadafi tenía una larga historia de apoyar a grupos armados en Chad y en Darfur, y fue a ellos a los que movilizó como mercenarios para intentar mantenerse en el poder, incluyendo a adolescentes a los que se reclutaba por poco más que un pasaje de avión y la promesa de emigrar a Europa cuando la guerra civil terminara.

      La respuesta armada de Gadafi ante los rebeldes provocó la reacción de algunos países de la OTAN (lo estaban esperando, agazapados), que calificaron la acción de Gadafi como “un atentado contra los derechos de la población civil”. Esos países, liderados por Francia, decidieron intervenir en el conflicto; “intervención humanitaria”, le llamaron. Ja.                   

    Después de la caída de la capital Trípoli a manos de las principales  fuerzas rebeldes –el CNT (Consejo Nacional de Transición, formado por militares desertores y voluntarios civiles) y el ELNL (Ejército de Liberación Nacional Libio)–, Gadafi y su familia huyeron de la capital en un convoy de varios vehículos hacia Sirte. El convoy fue detectado por las fuerzas de la OTAN y por la Fuerza aérea británica; aviones de la OTAN abrieron fuego contra el convoy, cayeron misiles enviados desde EEUU y aviones franceses continuaron el bombardeo, al que se unieron células del ejército de Libia Libre que estaban en la zona (le tiraron desde todos lados, digamos). Parte del convoy quedó destruido, pero algunos vehículos continuaron huyendo. Gadafi y su hijo se refugiaron en una casa precaria que fue bombardeada por el ELNL; luego siguieron huyendo en los únicos vehículos que aún quedaban y se refugiaron en unos pipe-lines (tuberías) con algunos guardaespaldas. En ese lugar un grupo de combatientes del CNT abrió fuego, hiriéndolo en una pierna y la espalda.

    Los testimonios sobre los últimos momentos de Gadafi son variados. Se dice que pidió que no le dispararan, que negó haber sido responsable de la masacre de Misrata (ciudad en la que se había librado una cruenta batalla), que pidió clemencia (“¡Tú perro! esto es Misrata, ¡Misrata te ha capturado!” le gritó un rebelde, escupiendo en su cara, antes que Gadafi gritara “¡Tengan piedad!”).  Según otra fuente, Gadafi fue atrapado por el CNT y al resistirse lo golpearon y lo mataron.

     Gadafi murió el 20 de octubre de 2011 en las afueras de Sirte, su ciudad natal, asesinado por militantes del CNT con dos disparos a quemarropa en la cabeza y en el abdomen que de acuerdo a la autopsia fueron los causales de su muerte.  

    El CNT se hizo con el control total del país; la guerra finalizó con la derrota de los partidarios de Gadafi, con la muerte de Gadafi y con 15.000 muertos, 50.000 heridos y 5.000 desaparecidos. Luego de la victoria rebelde, el 31 de octubre de 2011, el Consejo de Seguridad de la ONU determinó por unanimidad anular la resolución que había permitido su intervención en Libia.

  El Consejo Nacional de Transición se disolvió en agosto de 2012, iniciando la transición democrática con la fundación de la República Libia. En 2014 estallaría un nuevo conflicto, con más divisiones y más muertes (lo de siempre, bah). Pero eso es otra historia.

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