Cuando a Santiago Ramón y Cajal se le otorgó el premio Nobel, Ortega y Gasset opinó que este galardón era una vergüenza para España porque, en lugar de ser algo natural para la ciencia española, era la excepción.
Años más tarde, Severo Ochoa, médico español nacionalizado norteamericano y también galardonado con un Nobel, dijo que la investigación en biología y medicina en España era pobre, pero que antes de Ramón y Cajal había sido nula. El mismo Cajal decía: “Al carro de la cultura española le falta una rueda, la de la ciencia”.
En Santiago Ramón y Cajal coincidieron varios factores que, sumados, le permitieron un logro que conmovió a España: el país de Cervantes, Quevedo, Bécquer y tantos otros poetas y escritores también producía científicos.
Su premio impresionó al alicaído imperio que había conquistado medio mundo a punta de espada y coraje y lo había perdido por burócratas y estúpidos.
El reconocimiento de Cajal hizo tomar conciencia a la España de Goya, Murillo y Velázquez que también podía producir un talento empeñado en investigar a la naturaleza, capaz de revolucionar el mundo al develar los misterios del cerebro.
Entonces comprendieron los españoles que, además de describir los vericuetos del alma con sus escritos y sus versos, también podían descifrar al laberinto de neuronas y sinapsis donde se generaban las glorias y abismos de la naturaleza humana.
Detrás de todo gran hombre…
En Ramón y Cajal convivía un espíritu inquieto, con una habilidad innata para el dibujo que le sirvió en sus estudios para plasmar lo que él veía en al microscopio. Su padre, médico, alineó al hijo díscolo y bohemio hacia el camino del estudio científico, pero quien más lo asistió para llegar a la cima fue su compañera de vida, que todo gran hombre necesita. En el caso de Ramón y Cajal, esta mujer se llamaba Silveria Petra Josefa Fañanás García.
Santiago y Silveria se casaron en julio de 1879 en Zaragoza, ciudad donde se habían conocido, a pesar de que este enlace no fue bien visto por el padre del joven médico ¿Que podía darle a su hijo está joven huérfana?
En Silveria, Santiago encontró el apoyo que necesitaba para triunfar. “La mitad de Cajal es su mujer”, reconoció el mismo científico. No solo fue madre, ama de casa, sino también colaboradora en los trabajos del laboratorio. No muchos saben que era ella la responsable de preparar las placas fotográficas con las que su marido pudo mostrar su descubrimiento: el cerebro era enorme red de células llamadas neuronas que contactaban entre sí por espacios llamados sinapsis.
Cuidando la economía familiar como ama de casa, Silveria logró ahorrar el dinero que permitió el viaje de Santiago Ramón y Cajal a Berlín. Allí asistió al congreso de la Sociedad Anatómica Alemana en 1889, donde se inició el reconocimiento internacional de sus investigaciones.
Los inicios
Cuando la pareja se conoció en 1879, Santiago Ramón y Cajal acababa de volver de Cuba, donde sirvió como médico militar. Allí estuvo a punto de morir, no a causa de las balas rebeldes, sino por la malaria, que redujo al joven teniente a una bolsa de huesos que apenas podía ponerse de pie. Él mismo cuenta en su autobiografía que, para conseguir que le abonasen las pagas atrasadas –negados por la engorrosa burocracia de lo que quedaba del imperio–, debió sobornar a un funcionario. Con esos ahorros compró su primer microscopio, que le permitió investigar la intimidad de las estructuras neurológicas.
Los conocimientos adquiridos le permitieron ganar el concurso para dirigir los Museos Anatómicos de la Universidad de Zaragoza, casa de estudios donde había cursado la carrera y obtenido el doctorado.
Pero fue Barcelona la ciudad testigo de sus grandes triunfos y, a su vez, de las sombras que arrastró toda su vida. Como el mismo Ramón y Cajal reconocía, su esposa realizó grandes sacrificios para facilitar las tareas de su marido. Cajal delegó las preocupaciones de la paternidad en su cónyuge mientras se encerraba en su estudio a revisar sus preparados teñidos según la técnica de Camillo Golgi, científico italiano con quién compartió el Nobel .
En esa época se debía recurrir a pigmentos y tinciones con plata porque los distintos compuestos químicos tenían afinidad por diversas estructuras de las células y de esta forma las ponían en evidencia. Histoquímica se llama a esta técnica que aún hoy tiene valor aunque el microscopio electrónico la haya desplazado en gran medida.
Las sombras de una vida
El hijo mayor de los Cajal Fañanás, Santiago, padeció una fiebre tifoidea, lo que afectó su desarrollo mental y lesionó su corazón de tal forma que murió a temprana edad, antes del fallecimiento de sus progenitores.
Pero la enfermedad de su hija Enriqueta fue la mayor desventura que profundamente marcó la relación de la pareja.
Eran los tiempos en que la tuberculosis hacía estragos en la población. Se sospecha que el mismo Ramón y Cajal fue víctima de esa misma afección, al igual que su esposa y su hija Enriqueta, quien sufrió una meningitis de ese origen.
Santiago, enfrascado en sus estudios, delegó el cuidado a Silveria. Al ver que su hija se moría, Silveria llamó a su marido, pero este, concentrado en sus estudios encerrado en su biblioteca, no atendió sus reclamos. Cuando finalmente se percató de la situación, ya era demasiado tarde. En sus brazos sostuvo por largos minutos el cuerpo sin vida de la niña, mientras Silveria contenía su llanto.
Las glorias de Ramón
Los honores recibidos por Ramón y Cajal fueron innumerables. Basta decir que 5 universidades (Clark, Boston, México, La Sorbona y Cambridge) le concedieron el doctorado honoris causa. El gobierno español le otorgó la Real Orden de Isabel la Católica, Francia, La Legión de Honor, y Alemania, la medalla imperial Pour le Mérite.
El rey Alfonso XIII descubrió ante el mismo Ramón y Cajal un monumento en su honor, frente a la Universidad de Zaragoza, y fue el mismo rey quien inauguró otra estatua del científico en el Parque del Retiro de Madrid.
Ramón y Cajal rechazó ser ministro, pero aceptó ser senador vitalicio ad honorem. Cuando fue nombrado director del Laboratorio Biológico con un sueldo de 10.000 pesetas, devolvió 4.000 porque su sueldo le parecía excesivo.
A pesar de ser masón declarado, el gobierno de Franco le concedió s sus descendientes el título de marqués. De haber vivido el científico, en qué bando hubiese militado durante la guerra que enfrentó a los españoles? ¿Hubiese aceptado un título nobiliario? Se cumplía con este nombramiento una frase del mismo Ramón y Cajal: “La gloria, en verdad, no es otra cosa que un olvido aplazado”.
El mundo que ha vivido
La muerte de su esposa por tuberculosis fue la última sombra en la vida de Ramón y Cajal. Sabiendo que le quedaba poco de vida, escribió un texto autobiográfico titulado “El mundo visto a los 80 años”, que llegó a tener impreso entre sus manos antes de fallecer por una afección intestinal que complicó su tuberculosis.
“Lo peor”, decía Ramón y Cajal a sus discípulos, “no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”. El astuto aprende de los errores ajenos, el tonto ni siquiera de los propios.
Entre los muchos honores póstumos de Ramón y Cajal, además de estatuas, bronces y hasta películas que relatan sus proezas y pesares, hay un cráter en la luna que lleva su nombre.
A Silveria, en cambio, solo le han dedicado una calle en Zaragoza.
Detrás de todo gran hombre hay una mujer que merece un reconocimiento de una envergadura mayor, porque es ella la que conoce no solo sus luces, sino también sus tinieblas más oscuras.