Todos los escritos, salvo los estrictamente académicos relacionados con las ciencias duras y objetivables, tienen cierto grado de sesgo. En muchos casos, sin embargo, ese sesgo está oculto. No declarar las preferencias pero expresarlas de manera sutil o implícita no es ni bueno ni malo, pero suele dejar bastante inmaculado al autor.
Bueno, este no es el caso. Queda ya aclarado desde el principio que este escrito es totalmente sesgado. Casi ni hace falta explicarlo, ya que el título lo sugiere. Este es un escrito sin críticas negativas, no abarcador, que describe cosas positivas y está basado en impresiones subjetivas. Así que puristas, sensibles, maestros de la crítica y buscadores de manchas, pueden evitar su lectura. El que avisa no traiciona. Dicho esto, vayamos a lo medular.
Japón es abrumador. Japón apabulla.
Quizá por la falta de costumbre de encontrar que todo lo público y lo cotidiano funcione de manera óptima en forma constante, uno se siente inicialmente desubicado al llegar a Japón. Pasados esos primeros días uno empieza a disfrutar eso y a sacarle el jugo a la perfección inesperada. En ese contexto, después de entregar algunos datos básicos, vale la pena destacar pinceladas de lo que uno se encuentra en la vida cotidiana.
Japón tiene 125 millones de habitantes, en una superficie de apenas 378.000 km2 distribuidos en un archipiélago formado por 6.852 islas, de las cuales sólo unas 400 están habitadas. Como todos los países, tiene su ciudad capital, Tokyo, sus grandes ciudades (Yokohama, Osaka, Nagoya, Kyoto, Sapporo, Hiroshima, Kobe, Fukuoka, etc) y sus ciudades pequeñas y pueblos. Pero tanto en el Japón cosmopolita de los grandes núcleos urbanos como en las poblaciones pequeñas alejadas de las grandes urbes la esencia japonesa es la misma.
En Japón coexiste una democracia parlamentaria con una especie de monarquía constitucional (en realidad no hay un monarca-rey sino un emperador). El poder del emperador está limitado a cuestiones ceremoniales y protocolares. El Estado está dividido en tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial); el poder ejecutivo lo ejerce un gabinete compuesto por el primer ministro y los ministros de Estado, y el poder legislativo es bicameral.
El shintoísmo es la principal religión en Japón. Los principios fundamentales del shintoísmo hacen hincapié en la armonía, la búsqueda de la pureza, el respeto a la naturaleza y a los semejantes, el respeto a la familia y la subordinación de las apetencias individuales a los intereses y necesidades del grupo de personas con las que se convive (familia, comunidad, país). Y si bien los japoneses no son muy religiosos formalmente, los principios del shintoísmo están muy implicados en sus tradiciones, en sus costumbres, en su vida cotidiana, en su manera de ser.
Pero vale la pena ver otro tipo de datos…
En las ciudades de Japón no hay tachos de basura en la vía pública. Ni en la calle, ni en los parques, ni en las estaciones de tren, ni en la gran mayoría de los baños públicos. Hace casi treinta años, a raíz de una serie de atentados graves en Tokyo en los que varios explosivos fueron colocados en los tachos de basura, el gobierno de entonces decidió eliminarlos; la medida se mantuvo en el tiempo y los tachos de basura nunca volvieron.
Dicho esto, resulta que en la calle no hay un solo papel en el piso. Ni en los parques, ni en las estaciones de tren o de metro, ni en los espacios públicos, ni en ningún lado. La gente se guarda su basura en su bolsillo, en su cartera, en su mochila, y se la lleva a su casa. La calle es inmaculada. Acostumbrados a lo opuesto, podría imaginarse que, sin un solo recipiente donde tirar la basura, las ciudades serían un chiquero. Ellos hacen lo contrario: como no hay dónde tirar desechos, simplemente no los tiran y se los llevan a su casa.
En las casas, por supuesto, la basura se separa de acuerdo a sus características, y son muy cuidadosos. El aceite, por ejemplo, no se tira por las cañerías de la cocina luego de ser utilizado; al aceite a descartar se le echa un polvo que lo lleva a estado sólido y esa es la forma en que se descarta, así no se deterioran las cañerías.
En las veredas hay sendas acanaladas para ciegos. Los ciegos se guían sin ayuda apoyando su bastón en el canal y así caminan derecho sin temor a chocar o tropezarse. En la calle, en la calzada, también.
En la calle, por todos lados, hay máquinas con bebidas. Todas funcionan. Ninguna está deteriorada, manchada con grafitis, vandalizada ni sucia. Al lado de algunas de esas máquinas sí puede encontrarse algún recipiente para tirar las botellas. Y uno encontratrá ahí sólo botellas; nadie aprovecha para tirar ahí otras formas de basura.
En algunos lugares hay como unos arcos de los que sale una especie de vapor refrescante. No moja, no mancha, refresca. Cuando hace calor, es un alivio.
Si el semáforo está en rojo para cruzar, nadie cruza, aunque por la calle no venga un solo auto. En las avenidas y en las calles principales de cada barrio de Tokyo, Osaka, Kyoto o Yokohama (cuatro de sus ciudades principales, por señalar algunas) hay mucha gente. Mucha. Siempre, a toda hora. Y esto se cumple. En muchos lugares hay semáforos de tres tiempos y uno de ellos es sólo para peatones, que pueden cruzar en diagonal; las oleadas de gente son enormes y el orden es absoluto. Las hordas de personas son ordenadas: los que van en una dirección van por “su” izquierda, los que vienen en la dirección opuesta van por “su” izquierda. Así, no se entremezclan los trayectos, nadie va esquivando gente, etc. Eso se cumple siempre y espontáneamente. Y así como las avenidas tienen mareas de gente constante durante todo el día, las calles laterales aparecen con frecuencia sorprendentemente poco concurridas.
Y a pesar de que hay multitudes interminables de gente, el tránsito que se observa en relación a eso es menor a lo esperable. No es que no hay autos o atascos de tráfico; sí los hay, pero sólo en horas pico (17 a 18 hs, por ejemplo) y en determinados lugares muy céntricos. O sea que el tráfico no es un gran problema en las grandes ciudades. La razón es que el sistema de transporte público es tan bueno y eficiente que no tiene mucho sentido usar el auto para ir a ningún sitio. Los japoneses dicen que si uno quiere llegar puntual a algún lugar hay que tomar el transporte público, cuya organización y puntualidad son perfectas. Y parece que es así, nomás.
El transporte público tiene sus grandes pilares en el tren urbano y el metro, y bastante menos en los buses. Hay una empresa de trenes estatal que es dominante (JR, Japan Rail) y opera casi todas las líneas de trenes y algunas líneas de metro, pero hay además otras empresas de trenes y metro privadas y todas se complementan perfectamente. Se puede llegar hasta al lugar más alejado sin problemas, siempre habrá una línea o combinación adecuada.
En las estaciones de tren (algunas son tan pero tan grandes que son como verdaderas mini-ciudades) todo (todo, eh), está perfectamente indicado (perfectamente, eh) en japonés y en inglés. Uno se asusta al llegar a la estación de Tokyo, pero es imposible perderse. Los “molinetes” funcionan todos, siempre. Ya sea con ticketes (se compran en máquinas muy fáciles de utilizar), con el teléfono celular, con el smart-watch o la IC (“intelligent card”, una especie de tarjeta digital en la que se cargan los viajes).
Los horarios de los trenes se cumplen en forma precisa, no fallan ni un minuto. En los andenes hay indicadores de todo: qué número de vagón se detendrá en ese lugar, dónde se abrirán las puertas del tren, cuáles son los vagones para mujeres (“Women Only”), dónde hay que formar fila para tomar cada tren: roja para los trenes locales, verde para los express, azul para el aeropuerto, amarillo (frente al lugar donde se abrirán las puertas) para los que bajan del tren (nadie puede pararse ahí). Y si uno tiene alguna duda, pregunta. A cualquier empleado de la estación. Están en todos lados y es fácil distinguirlos porque todos tienen uniforme: un uniforme prolijo, impecable, planchado, limpio, como si acabaran de retirarlo de la tintorería. Y el empleado le contestará, en su muy precario inglés (la gran mayoría de los japoneses en Japón no habla inglés o apenas lo balbucea), y si percibe que usted no lo entiende, lo acompañará hacia donde usted necesite ir. Con una sonrisa y una reverencia final.
Todos los trenes y metro tienen en su interior cartelería electrónica que permanentemente muestra el recorrido y las estaciones en japonés y en inglés. Y se solicita educadamente en el altavoz a los pasajeros que pongan el teléfono celular en silencio y que no hablen por teléfono en voz alta. Y todos respetan eso.
Ni hablar de los Shinkansen (tren-bala). Viajar en un tren bala es como viajar en avión; en realidad es mejor, porque no hay turbulencias, no hay que abrocharse el cinturón, si uno tiene equipaje lo lleva cerca de uno, los asientos son mucho más cómodos, hay wi-fi libre y gratuita y se puede usar el teléfono celular o computadora sin ninguna restricción. Si uno tiene que levantarse para ir al baño, deja su teléfono, su laptop o su mochila en su asiento y nadie los tocará.
El controlador (el inspector, digamos, aunque no corta ningún boleto ni se revisa eso, ya que se supone que todos los que viajan tienen su ticket y, además, tendrá que registrar su viaje en el molinete a la salida de la estación) abre la puerta del fondo del vagón, hace una reverencia al pasaje, circula por el pasillo central, llega a la puerta opuesta del vagón, se da vuelta, hace nuevamente la reverencia y sale del vagón. Así en cada vagón.
En Japón todo el mundo agradece todo el tiempo. Casi todos sabemos que “arigato” significa “gracias”, pero lo que más se escuchará en Japón es “arigato gozaimasu” (en realidad la “u” al final casi nadie la pronuncia así que fonéticamente suena “arigatogozaimááááááásssss” con esa tendencia que tienen de prolongar la última sílaba), que es una expresión que enfatiza el agradecimiento y significa algo así como “muchas gracias” o “muchísimas gracias”. Aunque uno no haya hecho nada, aunque uno simplemente salude inclinando la cabeza, en cada compra, al pagar un boleto, en cualquier circunstancia, ellos agradecen efusivamente.
La reverencia como saludo no es ampulosa; es una leve inclinación del torso hacia la persona que esté enfrente, con las manos superpuestas al frente, con la mano izquierda sobre la derecha. Eso tiene un significado, y es mostrarle al otro que su mano izquierda impedirá que la mano derecha se alce en contra de la otra persona (en el caso de los zurdos, las manos se invierten: la derecha va arriba de la izquierda). A veces, al despedirse, ambas personas se reverencian una y otra vez y nadie se da vuelta primero para retirarse, lo cual hasta puede resultar gracioso.
Los japoneses son silenciosos. En las calles no se escuchan más ruidos que los del tránsito; en las estaciones, los trenes o el metro sólo se escucha la voz de los altavoces, en las tiendas lo mismo. Se evitan los sonidos de los teléfonos celulares, las charlas en voz alta, las conversaciones telefónicas en público. Ni hablar de gritar o llamar a alguien alejado habiendo otras personas en el medio.
En Tokyo, Osaka, Kyoto y cualquiera de las ciudades medianamente grandes hay mucho de todo (o de todo hay mucho, como se prefiera el término). Hay una interminable cantidad de modelos, variaciones, opciones, marcas, medidas, colores, materiales, accesorios, repuestos, complementos, etc, para todos los artículos de todos los rubros posibles, desde teléfonos celulares, televisores, computadoras o lavarropas hasta inodoros, relojes, cuadernos, pinceles, papelería, herramientas, auriculares, lentes para cámaras de fotos, especias, golosinas, desodorantes, videojuegos, lentes de contacto, maquillaje, lo que a uno se le ocurra; es interminable la lista de cosas de las cuales hay miles de opciones y variedades.
Los muñequitos de animé, manga y cualquier serie animada desde hace 70 años a esta parte invaden los sentidos, desde Astroboy y Ultraman hasta DragonBall y Super Mario Bros. Godzilla es un ícono local, y hasta se lo ve en la calle amenazante desde uno de los rascacielos de Shinjuku.
En Japón hay cuatro tipos de escritura: kanji, hiragana, katakana y romaji. Los kanji son caracteres provenientes del chino y representan tanto palabras concretas como conceptos abstractos. En Japón hay más de 2100 kanjis. El lenguaje-escritura hiragana es una escritura fonética, más simple, con símbolos que muchas veces significan sílabas más que letras; es la escritura más usada para las palabras japonesas. La escritura-lenguaje katakana también es fonética, se utiliza más para palabras extranjeras. El romaji (“roma” refiere a lo romano, “ji” es carácter, letra) representa los sonidos japoneses en el alfabeto latino; no se utiliza habitualmente en la escritura cotidiana, sino que se usa principalmente con fines educativos o para ayudar a los estudiantes de japonés, a quienes no hablan japonés, para escribir japonés en teclados que no tienen caracteres japoneses, ese tipo de situaciones. En Japón se utilizan indistintamente el kanji y el hiragana, algo menos el katakana.
En cuanto a la manera de escribir los textos, esta puede ser tanto vertical como horizontal. En el caso de la escritura vertical, esta es de derecha a izquierda; los libros escritos de esta manera empiezan a leerse “desde atrás, desde la última página y hacia adelante” teniendo en cuenta los parámetros occidentales. En el caso de la escritura horizontal, esta se desarrolla de izquierda a derecha y empezando por la parte superior de la hoja. En el colegio se enseñan a los niños todos los tipos de escritura y las dos formas de escribir, y así también se las encuentra indistintamente en la cartelería, avisos, libros o cualquier cosa que pueda leerse.
En los restaurantes de Japón no hay pan. Tampoco hay servilletas de tela, sino pequeñas servilletas de papel. Cada comensal recibirá un sobre con un paño descartable húmedo y tibio para enjuagarse las manos, eso sí. Y al lado de cada mesa hay un canasto para que el cliente ponga allí su cartera, paraguas, mochila, lo que fuera, y un pequeño lienzo para taparlos. Hay una jarra de agua fría que será repuesta las veces que sea necesario y en algunos lugares otra jarra con té frío, en las mismas condiciones. En muchos restaurantes lo que uno quiere comer simplemente se marca en una pantalla y los platos serán llevados a la mesa. En Japón no se acepta la propina, ni en restaurantes ni en ningún servicio.
Se ven muy pocos policías en las calles; sí hay muchas personas uniformadas que “dirigen” a los autos o camiones que entran y salen de los garages, deteniendo a los mismos para que pasen los peatones y viceversa; es curioso ver cómo hay tres o cuatro personas (y de uniforme) dispuestas para una tarea tan simple y básica.
En Japón hay gachas por todos lados. Las gachas son maquinitas que tienen de todo: muñequitos, peluches, llaveros, golosinas, juguetes, pero sobre todo cápsulas con diversas cosas adentro (sobre todo juguetitos, los famosos “capsule-toys”), souvenirs, chucherías. En Japón este es un fenómeno que atrae tanto a niños y jóvenes como a adultos. Después de insertar una moneda en la maquinita se mueve una palanca y sale una cápsula con algo adentro. Uno no sabe lo que habrá adentro de la misma y, créase o no, esa incógnita es parte del gran atractivo que las gachas tienen sobre los japoneses. Ahora muchas máquinas tienen código QR, con lo cual no hace falta tener monedas para usarlas; de todas maneras, en todos los locales de gachas hay maquinitas para obtener monedas. En cierto punto, se trata de un entretenimiento menor, absolutamente “naive”. Sin embargo, los japoneses se apasionan con eso.
Los viernes, en los malls o shoppings suelen instalarse pequeños escenarios en los que bandas y grupos juveniles de música pop ligera y aniñada actúan para el público que libremente se congrega, sin necesidad de ticket o entrada alguna. El orden es máximo, no interfieren en nada con las actividades del mall y es llamativo ver que hombres grandes que vuelven de su trabajo, portafolio en mano, se muestran entusiastas cantando las canciones de los jovencitos sin ningún disimulo y conociendo las letras de todas las canciones.
En Japón la tecnología y la modernidad están presentes en la vida cotidiana. Algunos ejemplos: la mayoría de los inodoros tienen controles incorporados que proporcionan funciones de lavado y de bidet con posibilidad de regular el tipo de chorro, la intensidad del mismo y la temperatura del agua. Las tarjetas inteligentes resuelven la forma de viajar; de todas maneras, en todas las estaciones hay máquinas expendedoras de tickets de todo tipo: combinados, por el día, por una semana, etc, que pueden pagarse fácilmemnte con cualquier tarjeta de crédito o débito. Casi todos tienen smart-watchs. Los teléfonos celulares más modernos se venden como pan caliente. Los juegos de realidad virtual son de consumo masivo. Los ascensores son inteligentes. Los Shinkansen llegan a los 300 km/h, y están diseñando un modelo que estiman que alcanzará los 500 km/h para dentro de dos años. La conectividad es perfecta en todos lados, y el wi-fi libre y gratuito en todos los medios de transporte es lo más común. En muchos lugares hay publicidad tridimensional de extraordinario realismo. El check-out en cualquier hotel se hace en menos de dos minutos y con una máquina; eso sí, si uno necesita contacto con el personal no sólo se accede a él sino que el trato es respetuoso y empático. En todos lados hay escaleras mecánicas, todas funcionan, ninguna hace ruido, día y noche. Los lavarropas y secarropas de los lavaderos son supersónicos, con programas de lavado y secado que tienen mil variantes.
En Japón se usa dinero en efectivo bastante más que en la mayoría de los países desarrollados. En muchos lugares hay máquinas expendedoras de dinero en efectivo, no sólo los cajeros automáticos (ATM) sino máquinas en las que uno coloca billetes de determinadas monedas (dólares americanos, dólares canadienses, euros, dólares australianos, yuanes, wones coreanos) en una ranura y retira yens.
En Japón los autos tienen el volante a la derecha y se maneja por la izquierda. Los taxis tienen obligación de estar siempre limpios, impecables, por fuera y por dentro. Los taxistas usan corbata, abren la puerta trasera desde adentro, usan guantes, reciben cualquier forma de pago y depositan el vuelto, en el caso de que se trate de dinero cash, en una bandeja.
En las ciudades grandes, los comercios están abiertos todos los días, de domingo a domingo, desde las 9 o 10 hs hasta las 20 hs como mínimo; en las grandes tiendas (de las que hay cientos y cientos, por todos lados) hasta las 21 o 22 hs.
Las grandes tiendas (“department stores”) son algo especial. Abrumadoras por su tamaño, su abundancia y su disposición, hay por todos lados. De seis, siete u ocho pisos, son lugares apabullantes en los que uno puede llegar a perderse en cada uno de los pisos; y al salir, quizá salga sin darse cuenta en una calle diferente a aquella por la cual entró.
En Japón hay “feriados puente”. Lo denominan algo así como “día premio”, y hay quienes no trabajan y hay quienes se fastidian por su existencia y trabajan igual.
Esta ensalada de datos cotidianos le da forma a un país para el asombro. No se puede desconocer que Japón también fue la invasión a Manchuria, la masacre de Nankin, el ataque a Pearl Harbor, la Unidad 731, la guerra sino-japonesa. El presente de Japón no elimina la parte oscura de su historia, pero la diluye hacia un rincón hacia el cual arroja la contundencia de su presente.
Para occidente, Japón es el imperio de antaño, los samurais, el sumo, el keiretsu, Hiroshima, el nokan, el seppuku, los shogun, el kabuki, el monte Fuji, el Bushido, la Yakuza, Nagasaki, el animé, el aikido, el origami, la reverencia, Kurosawa, la tecnología, Godzilla, el sushi, el manga, Fukushima, el judo, los terremotos, los ronin, el kimono, la ceremonia del té, el Shinkansen. Y Japón es eso también.
Japón es la delicadeza, el orden, la educación, la limpieza, la cortesía, el silencio, la humildad, la simpleza, la responsabilidad, la sonrisa, el respeto, la disciplina, el honor, la tradición, la empatía, el agradecimiento, los modales, el servicio, la sencillez.
La suma de todo eso es el “japonismo”, algo que es intangible: la manera de ser de los japoneses. Como le dijo, con una sonrisa y levantando levemente sus hombros y sus cejas, una joven madre a un turista cuando su hijo de unos 4 o 5 años se levantó espontáneamente para cederle el asiento en el tren: “japanese manners”.