Las sendas del Zelda Fitzgerald: historia de una locura

“Nada pudo haber sobrevivido a nuestras vidas”
Zelda

Fueron los años locos, esos años cuando el mundo empezó a disfrutar de la vida de forma desenfrenada después de haber vivido una guerra espantosa y una pandemia apocalíptica. La vida era breve y había que disfrutarla.
En esos años, Zelda Sayre (tal era su nombre de soltera) fue quizás la figura más representativa de esa locura, de esos tiempos del jazz y el charlestón, de las grandes fiestas plenas de snobismo y alcohol que su marido, Scott Fitzgerald, describiría en sus libros, especialmente en El gran Gatsby (1925).
Zelda pertenecía a una destacada familia sureña cuya abuela materna fue, por un breve periodo, senadora de Kentucky, algo inusual en el siglo XIX, tan inusual como la vida de su nieta, una niña díscola e inquieta que fumaba, bebía, pasaba mucho tiempo entre pretendientes y aprendiendo ballet. Soñaba con ser bailarina. 
Sus aventuras amorosas eran la comidilla de la pacata ciudad de Montgomery, conservadora, retrograda e hipócrita, donde aún la segregación racial es cosa de todos los días.
“Pensemos únicamente en el hoy y no nos preocupemos del mañana”, escribió bajo su foto de graduación.
La futura pareja se conoció en 1918 en Montgomery mientras él se preparaba para asistir a una guerra que concluyó antes de viajar a Europa. Se encontraron en un baile, y él se le acercó para contarle que estaba trabajando en su primera novela y que estaba confiado en su futuro literario. Zelda lo escuchó y rió, tenía otros pretendientes, y este novel escritor no estaba entre sus favoritos… pero él perseveró, ya que algo de esta joven desprejuiciada ejercía una fascinación que le impedía dejar de pensar en ella. 
Zelda era como abrir un libro nuevo cada día, una fuente inagotable de historias a veces disparatadas de una joven voluble e independiente. Zelda le serviría de inspiración para muchas de sus futuras novelas.
La publicación y éxito posterior de A este lado del paraíso (1920) fue un factor determinante para que Zelda concretase su relación con Scott, aunque la familia de ella se resistía al matrimonio por el futuro incierto que ofrecía este escritor en ciernes. 
La historia de su relación con Zelda fue meticulosamente registrada en una libreta que sirvió de apuntes para la escritura de El gran Gatsby.


Rápidamente, la pareja se convirtió en una celebridad en New York, ciudad donde se casaron. No solo fueron célebres por su glamour, sino por sus conductas escandalosas: fueron expulsados de dos hoteles y, un día, Zelda, al mejor estilo de la Dolce Vita, brincó a la fuente de Union Square.
“Le tout” New York los quería conocer por sus respuestas chispeantes, especialmente cuando estaban bajo los efectos del alcohol, que consumían en forma desmedida. Aun así, eran los íconos de la juventud, del éxito, convertidos en los “enfants terribles” de la Gran Manzana, los ejemplos del sueño americano…
El 26 de octubre de 1921 nació quien sería la única hija de matrimonio, Scottie. Su padre la recibió diciendo : “Espero que sea hermosa y tonta, una tontita hermosa”. Expresiones como éstas se reproducen en El gran Gatsby.
En su segunda novela, Hermosos y malditos, abundan los diálogos autorreferenciales y se baraja la hipótesis de que Zelda haya quedado embarazada y abortado.
En un artículo donde le preguntaron la opinión del último libro de su marido, Zelda recomendó enfáticamente su lectura a fin de incrementar el ingreso familiar y concluyó con un contundente: “El Sr. Fitzgerald parece creer que el plagio comienza en su hogar”. Este fue el comienzo de una serie de artículos que Zelda vendía para mantener su rumboso ritmo de vida. 


Los Fitzgerald se fueron a vivir a París primero, y después buscaron el clima benigno de la Costa Azul, donde se conectaron con la colectividad norteamericana de este lujoso exilio.
Mientras Scott se encerraba a escribir El gran Gatsby, Zelda, aburrida y con nostalgia del coqueteo al que era tan afecta en su juventud, comenzó un romance con un piloto francés llamado Edouard Jozan. Zelda le pidió el divorcio a Fitzgerald, pero él decidió encerrarla en su casa. Jozan desapareció de los lugares que solía frecuentar y, años más tarde, negó la infidelidad y declaró que el matrimonio “era víctima de su propia imaginación”. 
“La vida es muy corta para vivir con arrepentimientos. Debemos aprender a olvidar y seguir adelante”, escribió Fitzgerald en una de sus novelas, pero no siempre lo que se escribe  puede convertirse en realidad.
Algo se había quebrado en la pareja; las peleas se sucedían, pero ante los demás fingían ser felices. Sin embargo, Zelda tuvo un intento de suicidio.
En 1925, Fitzgerald conoció a Hemingway, y ambos simpatizaron inmediatamente después del primer gin tonic, pero Zelda consideraba que Ernest era un hipócrita, “falso como un cheque sin fondos”, y hasta sospechaba que ambos escritores mantenían una relación homosexual.
Tanto Hemingway como Fitzgerald y Gertrude Stein fueron conocidos en los círculos literarios norteamericanos  como los escritores de  “la generación perdida”. 
El comportamiento de Zelda era cada día más errático, y Scott era cada día  más dependiente del alcohol. “La verdadera libertad no está en la ausencia de restricciones sino en la capacidad de elegir nuestras propias cadenas”, escribió Fitzgerald… y él fue libre de elegir las propias.
A la edad de 27 años, Zelda se obsesionó con el ballet -que ya había aprendido de niña–, pero a esa edad era casi imposible destacarse en ese arte, aunque ella lo hacía con una rigurosidad que la llevó al agotamiento. Esto desencadenó una nueva crisis matrimonial; de ser una pareja glamourosa, pasaron a una relación autodestructiva. “Nunca confundas el  éxito con la felicidad…”, había escrito Scott en El Gran Gatsby.
En 1930, Zelda aceptó internarse en un sanatorio en Francia y fue examinada por el Dr. Eugen Bleuler (1857-1939). De origen suizo, Bleuler fue uno de los más importantes estudiosos de la mente humana en el siglo XX. Su figura como psiquiatra quedó eclipsada por la de su amigo Sigmund Freud, con quien presentó trabajos sobre la histeria y el hipnotismo.
Si bien le parecían muy interesantes algunas ideas de Freud, como el inconsciente, la represión y la asociación de palabras, Bleuler encontró a la escuela freudiana demasiado dogmática, “propio de movimientos religiosos o partidos políticos… pero esto no sirve para la ciencia”. A Bleuler le debemos términos como autismo y esquizofrenia (conocida como demencia precoz por Emil Kraepelin, el gran organizador de la clasificación alemana de las patologías psiquiátricas). 
Esquizofrenia, éste fue el diagnóstico que Bleuler le dio a Zelda. De acá en más, ella se internó en distintas clínicas de Europa, como en Montreux y Prangins, hasta 1931, cuando decidieron volar a Alabama porque el padre de Zelda se estaba muriendo.
En 1932, fue internada en el John Hopkins de Baltimore. En el curso de seis semanas escribió una novela, Save Me the Waltz, obra que no recibió el reconocimiento público y causó la furia de Scott porque ventilaba algunos problemas que había vivido la pareja y él tenía reservado para su novela Tender Is the Night. Después de este fracaso, Zelda decidió dedicarse a la pintura, donde se hace obvia la desestructuración de su mente.
Desde 1930, el psiquiatra austriaco Manfred Sakel (1900-1957) había propuesto el shock insulínico como tratamiento de la esquizofrenia, es decir, bajar los niveles de azúcar en sangre para alterar las concentraciones de los neurotransmisores después del coma inducido y las convulsiones subsiguientes. Hasta la aparición de los psicofármacos en la década del 50, era la forma más efectiva de tratar la esquizofrenia en sus primeros estadios  porque de no ser tratada, evoluciona hacia un deterioro mental (de allí la denominación de demencia precoz como la llamaba Kraepelin)
Zelda se puso cada vez más agresiva, circunstancia que obligó su internación en Asheville, Carolina del Norte, donde aseguraba estar en comunicación con Guillermo I el Conquistador y María Estuardo.
En una carta que Scott escribió a su amigo, refiriéndose a su esposa, decía: “Yo era su única realidad, frecuentemente el único enlace que podía hacer al mundo tangible para ella… Nunca amamos a una persona por lo que es, sino por cómo nos hace sentir”. 
Las deudas de la pareja se acumulaban por esta prolongada enfermedad, y Fitzgerald viajó a Hollywood, donde inició su carrera como guionista mientras mantenía una relación impropia con la crítica Sheilah Graham.
Después de una serie de encuentros con Zelda que terminaron con peleas, recriminaciones, litros de alcohol y nuevas internaciones, Scott murió de un infarto en 1940. Para 1943, Zelda había regresado al Hospital Highland, donde continuó escribiendo su nueva novela, Caesar’s Things.
La noche del 10 de marzo de 1948, hubo un incendio en la cocina del hospital que se diseminó a los distintos pabellones. En uno de ellos estaba encerrada Zelda, dormida, esperando su turno para un nuevo tratamiento para la esquizofrenia: el electroshock.
Al enterarse de la muerte de Zelda, su hija Scottie dijo: “Nunca he podido comprender la idea de que el alcoholismo de mi padre llevó a mi madre al sanatorio. Tampoco creo que ella lo haya llevado a volverse alcohólico”:
Scott y Zelda fueron sepultados juntos  en Rockville, Maryland. Sobre su lápida esta escritas las palabras finales de El gran Gatsby: “De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado”.

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Esta nota fue publicada en La Prensa

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