Gran parte del éxito de Clara como interprete se debió a la capacidad docente de su padre, quien no solo estimuló el don de su hija, sino que le brindó la oportunidad de tener una niñez normal, a diferencia de otros prodigios. Solo la hacía ejercitarse tres horas al día; el resto del tiempo lo dedicaba a jugar o estudiar. Mozart pasaba horas bajo la tutela de su padre, al igual que Beethoven (dicen que a este último lo obligaban a tocar el piano hasta que sangraran sus dedos, lo cual es una exageración que pretende graficar la crueldad usada con fines didácticos). Clementi y Czerny se ejercitaban 8 horas diarias, y Adolf von Henselt llegó a estar 16 horas frente a un teclado.
El padre de Clara no solo la guió, sino que también la protegió para llevar adelante una vida sana, sin presiones y con una excelente educación. Sin embargo, no pudo defenderla de un amor inapropiado, del amor que Clara sentía por uno de los alumnos de su padre, un joven romántico y atolondrado llamado Robert Schumann. Este, por unos ejercicios de su invención tratando de elongar la extensión de sus dedos, se lastimó las articulaciones de las falanges y arruinó su carrera de concertista… circunstancia que lo obligó a concentrarse en la crítica musical y la composición. Fue lo que se llama una desgracia con suerte.
A pesar de la oposición del profesor Wieck, quien había percibido la tendencia de Schumann a la bipolaridad, el romance prosperó.
Robert había estado a punto de casarse con una joven de la nobleza, pero la relación no triunfó. Fijó entonces sus ojos en Clara, quien ya había ejecutado alguna de sus obras. La oposición de su padre obligó a la pareja a mantener una relación secreta, reuniéndose a escondidas de su familia aprovechando las giras de Clara como concertista. Ella tenía 19 años y el 29 cuando debieron recurrir a la justicia para permitir el matrimonio.
A pesar de que ya desde 1844 Schumann mostraba signos de desequilibrio psíquico, la familia creció y llegaron a tener ocho hijos, sin que esto afectara en mucho la carrera de Clara como concertista. Fue ella quien estrenó el concierto para piano y orquesta de su esposo, consolidando su prestigio como compositor.
Sin embargo, los episodios alucinatorios, los intentos de suicidios y el constante sonido del La mayor vibrando en sus oídos obligaron a la precoz internación de su marido y a su muerte cuando solo tenía 46 años.
Tras la muerte de Robert y con la obligación de atender las necesidades de su familia (uno de sus hijos murió antes de que Schumann fuese internado), Clara retomó su carrera con bríos. Llegó a dar 22 conciertos por temporada.
Durante estas extensas giras percibió dolor en sus manos, que los médicos diagnosticaron como “inflamación reumática”. Fue tratada con analgésicos opiáceos y se le ordenó reposo. Si bien los síntomas mejoraron a los 10 días, el cuadro empeoró, creando en Clara un estado de ansiedad al ver comprometido el futuro de su carrera.
¿Era una afección reumática o una reacción psicosomática? Algunos opinan que las obras de Brahms, que Clara asistía a difundir (hay quien sostiene que Brahms estaba enamorado de Clara –fue ella quien estrenó su celebérrima Canción de cuna–), eran técnicamente demandantes y ella no estaba aún en condiciones de ejecutarlas, lo que la ponía mal y posiblemente somatizaba ese pesar con dolores que le impedían la ejecución. A estas dificultades se sumó la muerte de su hija Julie de tuberculosis.
Finalmente, Clara se puso en manos del Dr. Esmarch, quien encaró el tratamiento desde otra perspectiva, porque no consideró afectadas las articulaciones sino una “sobreestimulación de los músculos”. Inició el tratamiento con masajes y con largas entrevistas que le permitieron expresar sus pesares y verse contenida. Pero lo más importante fue que el doctor le permitió volver a tocar el piano, lo que creó más confianza en su recuperación. Aunque aún sentía dolor, sabía que podía seguir su carrera de concertista y eso la aliviaba.
Esta combinación de fisiatría, psicoterapia y sostén psicológico fue tan exitosa, que, al cabo de un año, Clara retomó su carrera, que continuó exitosamente .
Fue más cauta en la elección de su repertorio, eligiendo piezas menos demandantes para evitar recaídas. Entre las obras que dejó de ejecutar estaban las de su querido Brahms. Aun así, mantuvieron una extensa relación epistolar, reflejo de un afecto platónico (Brahms decía que había dos cosas que nunca se atrevería a hacer: componer una ópera y a casarse).
Clara también encontró alivio financiero por los derechos de autor de su marido y con su trabajo como profesora del Conservatorio Hoch de Frankfurt.
El diagnostico más plausible es que Clara Schumann sufrió un dolor miofascial crónico por sobreestimulación, en otras palabras, lo sostenido por el Dr. Esmarch. Esta es una afección muy frecuente en pianistas, especialmente en los dedos de las manos y a veces en su brazo. Casi un 25% de los concertistas padecen este cuadro. Gracias a la experiencia de Clara, hoy existe un tratamiento efectivo para los intérpretes que lo sufren.
Vale aclarar que estos dolores crónicos no solo se dan en pianistas. Los doctores Fishbein y Middlestadt estudiaron a 4025 músicos profesionales de 48 orquestas, y el 76% confesó tener “serios problemas” para ejecutar sus instrumentos, siendo casi el 50% de estos de origen musculoesquelético. El lugar del dolor variaba de acuerdo al instrumento ejecutado: los violinistas se quejan de hombros y brazos, mientras que los chelistas y ejecutantes de instrumentos de viento refieren dolores de espalda.
De allí que algunos músicos como Yehudi Menuhin practican yoga, y Salvatore Accardo recomendaba una serie de ejercicios físicos diarios para los concertistas de violín.
Además de su ejemplo, su perseverancia, su dedicación a la familia, Clara Schumann dejó más de 60 composiciones y abogó por el reconocimiento de las mujeres compositoras. Su arte ha trascendido como un tesoro invalorable que merece ser honrado y a través del cual “se pueden contar historias sin necesidad de palabras”.
“La música es el refugio de la mente cansada y el bálsamo del alma herida”, nos recuerda Clara Schurmann con su lucha, su perseverancia y la ayuda de un médico que la asistió a superar sus problemas.