“Algunos les roban a los pobres bajo la máscara de la ley. Nosotros le robamos a los ricos protegidos por nuestro coraje”. De esta forma Samuel Bellamy explicaba por qué se había convertido en pirata, no en corsario (que roba para una nación), ni en mercenario (que roba y mata por dinero), Bellamy robaba con proclamadas intenciones distribucionistas, similares a la del legendario Robin Hood.
El “príncipe de los piratas” nació en 1689 en el seno de una familia de granjeros que no tuvo los medios para darle un mejor oficio que el de marinero. Desde los 13 años surcó los mares hasta que se casó y tuvo un hijo. Sin embargo, a los 36 años, abandonó a su familia buscando nuevos horizontes. Viajó a Boston, donde conoció a una joven de 16 años llamada Mary Hallet. Conocerse y amarse fue la misma cosa. Estaban por casarse cuando los padres de Mary se opusieron al matrimonio de su hija con un marinero sin dinero ni porvenir. Furioso, Bellamy juró volver a buscarla y enrostrarle a la familia la fortuna que habría de obtener… pero decirlo es fácil, no tan así lograr el cometido y menos aún honradamente.
Estaba a punto de convertirse en capitán de un barco mercante cuando la suerte (o la desgracia) golpeó a su puerta: llegó a sus oídos la noticia de que una flota española de once naves se había hundido en los mares de la Florida después de uno de esos recios huracanes que azotan sus costas.
Asociado a Paul Williams –hijo de una respetable familia de Rhode Islands– zarparon a la caza del tesoro, pero resultó ser que no eran los únicos que buscaban las naves hundidas y la tarea resultó ser difícil, peligrosa y muy competitiva. Al cabo de un mes, nada habían hallado y Samuel veía esfumarse sus intenciones de volverse rico para pedir la mano de Mary.
Fue entonces cuando, acosado por la ambición y el amor a Mary, decidió ser pirata y unió su tripulación a la del capitán Benjamín Hornigold. Este hombre pasó a la historia como el más amable de los piratas, caballerosidad que no siempre era bien vista por sus colegas…
Hornigold estaba asociado con Edward Teach más conocido como “Barbanegra”. Juntos habían capturado varios barcos franceses y españoles, pero nunca naves inglesas, pues Hornigold respetaba a sus connacionales.
Este respeto a ciertas normas le ganó la antipatía de su tripulación. A ellos no les importaba la nacionalidad de las naves mientras que el oro capturado apaciguara su codicia. Por esta razón la tripulación se sublevó, Hornigold decidió renunciar ante la posibilidad cierta de morir asesinado y Bellamy y Williams fueron consagrados como capitán e intendente de la nave respectivamente.
Bellamy, un experimentado hombre de mar, se hizo popular entre sus hombres por ser estricto pero ordenado, educado pero severo y ser dueño de un particular sentido de la justicia. También era elegante, gustaba vestir ropas costosas y no usaba la peluca empolvada como solía hacerse entonces. Por sus cabellos renegridos lo llamaban Black Bellamy.
Al mando de “La Sultana”, y con Williams al mando de la balandra “Marianne”, capturaron más de 50 barcos en aguas del Caribe. En menos de un año, Bellamy se convirtió en el pirata más rico de todos los tiempos. Pero como suele suceder, mucho nunca es suficiente y se encaprichó en capturar el “Whydah”, un barco negrero holandés, rápido y fuerte, capaz de hacer frente a las naves de la marina británica que lo acosaban.
Después de que el “Whydah” zarpara de Jamaica con destino a Londres, Bellamy y Williams lo persiguieron a lo largo de 150 millas hasta que intimaron a su capitán a rendirse luego de disparar tan solo 2 andanadas.
Esta captura consagró a Bellamy como el “príncipe de los mares”. Por fin tenía la nave de sus sueños y podía volver a buscar a su amada Mary para enrostrarle a la familia la fortuna acumulada. Pero resulta que Mary había quedado embarazada de Bellamy sin que éste lo supiera. La joven dio a luz a un niño que murió poco después del parto. La familia repudió a Mary y fue expulsada de la casa paterna.
La joven esperaba el retorno triunfal de Bellamy, aunque el tiempo pasaba y con la espera, que se hacía eterna, el amor fue mutando en desaliento primero y, lentamente, en odio. Él era el culpable de su desgracia.
Despechada, Mary le deseo a su amante la peor de las suertes…que no tardaron en llegar.
En el camino a Cape Cod, la flota de Bellamy capturó a una balandra capitaneado por un tal señor Beer. Bellamy y Beer se entrevistaron y este último tuvo la suerte de vivir para contar el encuentro.
Antes que nada, Bellamy se excusó por haberse visto obligado a asaltarlo ya que no era su intención causar daño. “Al final de todo usted es un cachorrillo que no tiene el valor de defenderse de los ricos, pues son unos tarugos con alma de gallina”, y a continuación le espetó la frase que le da inició a esta narración, donde resumía la filosofía de este príncipe de los piratas: robar a los ricos amparado por su coraje.
El capitán Beer fue invitado a integrarse a la tripulación del “Whydah”, pero este rechazó la oferta argumentando que su conciencia no le permitía saltarse “las leyes de Dios y los hombres”. Enojado, Bellamy le contestó: “Usted es un granuja con una conciencia endemoniada, mientras yo soy un hombre libre y cuento con toda la autoridad del mundo… No vale la pena discutir con cachorrillos que toleran las patadas de sus superiores, unos proxenetas hipócritas…”
Cuando los bienes de la balandra fueron traspasados a las naves de Bellamy, incendiaron a la nave y Beer y sus hombres fueron dejados en Rhode Island donde el capitán pudo relatar este diálogo que había mantenido con el Robin Hood del mar.
En su camino de retorno para exhibir las riquezas que lo harían merecedor de la mano de Mary Hallet, una tormenta hundió al “Whydah” y se llevó la vida del capitán Bellamy y 145 de sus marinos ¿Víctimas de la maldición de una amante resentida?
La historia no concluye aquí porque 270 años más tarde otro buscador de tesoros como lo había sido Bellamy en sus días, halló los restos del “Whydah” y entre sus muertos el cadáver del pirata más rico de la historia, un príncipe de los mares, el Robin Hood de un océano sin final que le gustaba impartir lecciones de moralidad basada en un distribucionismo utópico.
En su discurso solo había una falacia: con su fortuna. Bellamy se había convertido en un rico más que explotaba a sus subordinados …pero con mayor disimulo.
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Esta nota fue publicada originalmente en Ámbito