Antonio María Norberto Sáenz nació en Buenos Aires el 6 de junio de 1780. En ese tiempo, gobernaba el virrey Juan José Vértiz, quien sería importante como preludio de la acción que más se recuerda de la vida de Sáenz: la fundación de la Universidad de Buenos Aires.
Sin embargo, no fue la única labor en la que estuvo involucrado este personaje, ya que esa casa de estudios recién se inauguró en agosto de 1821, durante lo que serían los últimos años de su corta vida.
Sáenz estudió en el Real Colegio de San Carlos, antecesor del actual Colegio Nacional Buenos Aires, ingresando a la edad de 15 años. Allí cursó latinidad, filosofía y teología, siendo rector el Dr. Luis José de Chorroarín, que tendría una participación importante durante toda la posterior década revolucionaria. Una avenida en Villa Ortúzar, que también oficia como límite entre los barrios de Parque Chas y La Paternal, y a su vez entre este último y Agronomía, lo recuerda.
En 1801, partió rumbo a Charcas, actual Bolivia, para estudiar en la Universidad de Chuquisaca, y en 1804, se recibió de bachiller en leyes. Fue compañero de estudios de Mariano Moreno, y elegido prosecretario de la Academia Carolina, una institución parauniversitaria pero de asistencia obligatoria; que permitía a los alumnos tener conocimientos sobre las leyes generales del Reino y municipales, mediante la observación de las fuentes directas de la época, y la realización de algunas prácticas. Se matriculó de abogado en la Audiencia de Charcas (actual localidad de Sucre), habiendo recibido de manos del Arzobispo de esa ciudad “todas las órdenes hasta el subdiaconado”.
Vuelto a Buenos Aires en 1805, el entonces virrey Rafael de Sobremonte lo nombró catedrático de teología en condición de suplente, y fue designado funcionario de la catedral de Buenos Aires. Más precisamente, ostentaba el cargo de secretario capitular y notario de la Iglesia.
Era casi una obviedad que, con esos antecedentes, sería ordenado sacerdote, tal como ocurrió en 1806. Al año siguiente, las mismas autoridades le confiaron a Sáenz el empleo de “defensor general de los derechos y acciones de la Santa Iglesia Catedral y del Cabildo Eclesiástico”, conocido coloquialmente como Defensor General de Pobres.
En marzo de 1808, según señala el poeta, abogado, político y periodista Juan María Gutiérrez en su artículo “Biografía de Antonio Sáenz”, fue asaltada su casa por razones políticas: el promotor fiscal de lo eclesiástico, apoyado con algunos soldados, tenía orden de apoderarse de él. De más está decir la consternación que le produjo a su madre y al resto de la familia, aunque nada pudo hacer.
A Sáenz lo acusaron de haber redactado una presentación al rey, quejándose de algunos malos procederes del obispo Benito Lué y Riera, además de haber sobornado y engañado a varios de los sacerdotes que firmaron su petición. Fue tal el impacto que generó, que hasta el mismísimo virrey (por entonces ya era Santiago de Liniers) y el Cabildo, intervinieron en la causa a favor del personaje en cuestión. Sáenz le escribió a la Audiencia, pidiendo la declaración de fuerza de los procedimientos de la Curia al formar y dirigir el proceso que se le seguía.
En tiempos cercanos a la Revolución de Mayo, cada vez se hacía más notoria la división entre los miembros de la iglesia. Claro está que Sáenz apoyaba la causa revolucionaria, y otros-como el ya citado obispo Lué y Riera-, defendían el orden colonial.
Independencia y Constitución: palabras sagradas para Sáenz
En el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, Sáenz votó por la destitución del virrey Cisneros. Más concretamente, sostuvo que era hora de que el pueblo “asuma su originaria autoridad y derechos”. Más adelante se unió a la Sociedad Patriótica que se había creado en marzo de 1811 y que, al momento de su incorporación, dirigía Bernardo de Monteagudo.
En ese mismo año, integró la denominada Junta Protectora de la libertad de la Imprenta, que en la práctica era un organismo de censura porque juzgaba en función del decreto creado el 26 de octubre por el Primer Triunvirato.
En marzo de 1812, se produjo la muerte por envenenamiento del obispo Lué, luego de haber realizado una cena en su quinta de San Fernando, donde vivía. Allí había varios enemigos suyos, y a pesar de que Sáenz no estuvo presente allí, fue señalado como uno de los posibles sospechosos, a sabiendas de las desavenencias que llevaban desde hacía algunos años. Por lo tanto, las autoridades religiosas lo mandaron a Luján, en una especie de destierro obligado.
Sin embargo, el presbítero volvió rápidamente a la ciudad: tras el derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del segundo, el presbítero integró la Asamblea dispuesta para fines de octubre de ese mismo año. Finalmente, de manera formal, fue representante por San Luis en la Asamblea del Año XIII, dominada en principio por los principales integrantes de la Logia Lautaro, a quienes se unió.
En 1815, luego del llamado Motín de Fontezuelas que produjo la caída de Alvear en abril de ese año, fue designado miembro de la Junta de Observación que promulgó el Estatuto Provisional, del que Sáenz fue uno de sus redactores. Este estatuto, entre otros temas importantes, quitó atribuciones al Ejecutivo, ejercido entonces por un directorio unipersonal.
Es que después de la famosa Asamblea (aunque muy recordada por otras leyes que sancionó, no logró sus principales objetivos de redactar una constitución y declarar la independencia), y el breve mandato de Alvear como director supremo, se produjeron diversos hechos internos y externos que obligaron a cambiar el panorama. Al igual que el intento que no prosperó en 1811 cuando gobernaba la Junta Grande, ese estatuto puede considerarse el primer esbozo de una constitución.
Más tarde, Sáenz fue capellán castrense y uno de los cinco diputados por Buenos Aires al Congreso de Tucumán, que declaró la independencia el 9 de julio de 1816. Su persona quedó así sellada para la historia, aunque aquí hay que destacar un hecho poco conocido por el público argentino en general: de los 29 miembros que firmaron el acta, 11 pertenecían al clero (frailes y/o sacerdotes).
Cuando al año siguiente el congreso se mudó a Buenos Aires, Sáenz volvió a ser elegido como representante. La independencia ya estaba consumada, pero dicho congreso tenía nuevamente el carácter de constituyente. Sáenz integró la comisión que se encargaría de redactar el proyecto, y finalmente, el 22 de abril de 1819 se logró sancionar la Constitución. Si bien es recordado el Deán Funes por su manifiesto que funcionaba como preámbulo, ese año Antonio Sáenz fue presidente del Congreso.
Sin embargo, ese texto constitucional no funcionó en la práctica, ya que el Directorio siguió rigiéndose con los estatutos o reglamentos previos; y además fue tildado, con razón, de unitario y abierto a una posible monarquía. En las provincias, primaba el sistema republicano y federal. Además, en Jujuy y especialmente Salta, todavía estaban Güemes y sus gauchos infernales, que seguían conteniendo las invasiones realistas que bajaban del Alto Perú, en tanto que la Mesopotamia y Santa Fe continuaron apoyando a la Liga de los Pueblos Libres, comandada por el caudillo oriental José Gervasio Artigas.
La figura de José de San Martín, conocido actualmente como el Padre la Patria o el Libertador, fue muy importante para que esta constitución fracasara. Eso le llevó muchas críticas de los porteños y de quienes apoyaban al Directorio, porque siguió teniendo el apoyo de Güemes en el norte y, especialmente, porque decidió no acatar el pedido de invasión a los llamados rebeldes federales. Mantuvo así su ejército en pos de luchar por la independencia en Perú, el bastión realista en América del Sur, y hasta tuvo correspondencia con Estanislao López, por esa época el flamante gobernador de Santa Fe.
En enero de 1820, se produjo el llamado Motín de Arequito, que fue el preludio de la batalla de Cepeda, librada el 1° de febrero de ese mismo año. El ejército porteño, al mando de José Rondeau, cayó derrotado por el que comandaban el mencionado López y el entrerriano Francisco Ramírez. El 11 de febrero, Rondeau renunció y el Congreso quedó disuelto. Sáenz tuvo que huir de la ciudad al igual que muchos de los demás congresales. Como dato de color podemos mencionar que de las 24 personas que aprobaron la fallida Constitución de 1819, once habían firmado el Acta de la Independencia (incluido Sáenz).
La fundación de la UBA y su labor educativa
Podemos afirmar que la tercera fue la vencida. Al comienzo del artículo, nombramos al virrey Vértiz, quien tuvo la idea de crear una universidad en Buenos Aires, para que no sea necesario tener que estudiar en la de Córdoba o en el Alto Perú. Inclusive, para los de mayores recursos, una opción era Europa, como fue después el caso de Manuel Belgrano.
Pero, tal como sostiene Adrián Pignatelli en una nota publicada en Infobae el 12 de agosto del 2021, con motivo de los 200 años de la fundación de la UBA, la corona española consideraba a Buenos Aires como “un lejano punto perdido en el otro lado del Atlántico”. Por lo tanto, para el entonces rey Carlos III no era una prioridad. Además, señala bien dicho artículo, “las internas entre docentes y los miembros eclesiásticos hicieron que el funcionario archivara el proyecto”.
El segundo intento concreto fue en 1816. Sáenz había sido comisionado para la creación de una universidad en Buenos Aires, y aprovechó su condición de diputado al Congreso de Tucumán para presentar el proyecto. El flamante director supremo Juan Martín de Pueyrredón llegó a anunciar su inminente apertura, pero la falta de presupuesto, y las constantes luchas internas que terminaron en la llamada Anarquía del Año XX, hicieron que el anhelo de Sáenz volviera a postergarse.
Finalmente, con la gobernación del brigadier general Martín Rodríguez y el apoyo de su ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia, se procedió a la fundación de la UBA, ubicada inicialmente en la Manzana de las Luces, tal como lo había pensado Vértiz el siglo anterior. Fue así como el domingo 12 de agosto de 1821 se produjo su inauguración oficial, con un acto en la iglesia de San Ignacio, en el que estuvieron presentes, el gobernador, sus ministros, jefes militares, autoridades de la iglesia y profesores. Allí también estaba Sáenz, que fue designado rector.
Más allá del impulso a la educación que traía el gobierno de Rodríguez y su principal ministro Rivadavia, fue Sáenz el que sentó las bases para la creación de la casa de altos estudios. Sostenía que era indispensable “para no caer en una generación de barbarie a que estamos próximos”.
La primera apuesta para lograrlo debía ser la agrupación de las instituciones ya existentes, organizándolas bajo una enseñanza inspirada en un espíritu nuevo. Sáenz persistió en su empeño por actualizar la educación superior del país, todavía muy aferrada a la enseñanza del tipo religioso en detrimento de las ciencias naturales y exactas, que por ese tiempo comenzaban a estudiarse. Pero era necesario organizarlas y estructurarlas en una academia.
Dadas las circunstancias de la época, los sectores más vitales de la nueva institución, fueron la enseñanza primaria y preparatoria. Sáenz destinó toda su atención a la extensión de la educación: ordenó la creación de numerosas escuelas en las ciudades de la campaña, y realizó una gira por la provincia con el objetivo de evaluar la calidad de los colegios.
La universidad funcionaba junto a la biblioteca y el Colegio de San Carlos (que había dejado de llamarse Real, por cuestiones obvias, y que prontamente pasaría a ser de Ciencias Morales). Tal como describe la ya nombrada nota de Infobae, se cursaban Primeras Letras, Estudios Preparatorios con un docente de lujo, el propio Rivadavia; Ciencias Exactas, Medicina, y Jurisprudencia. La primera inscripción fue la siguiente: 4 en Medicina, 9 en jurisprudencia, 165 en Ciencias Exactas -estudiantes que venían de las escuelas técnicas consulares- y 150 en Estudios Preparatorios.
El propio rector estuvo a cargo de las cátedras de Derecho Natural (1822) y de Gentes (1823), y escribió para sus alumnos las Instituciones Elementales, convirtiéndose así en el primer autor de la universidad. Además, Sáenz fue presidente del Departamento de Jurisprudencia, antecesor directo de la Facultad de Derecho.
En esa época, el título universitario no era habilitante por sí mismo: quien aprobaba las asignaturas previstas, recibía un título académico que no le permitía desempeñarse activamente en la profesión; y debía realizar tres años en la Academia para la habilitación profesional. El Departamento y la Academia de Jurisprudencia funcionaban como un doble sistema interdependiente de formación, entre teoría y práctica. Recién en 1874, se creó la actual Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, que reemplazó al Departamento de Jurisprudencia.
Finalmente, Antonio Sáenz murió ejerciendo sus funciones de manera prematura, un 25 de julio de 1825. Fue sucedido como rector el canónigo, diplomático y político José Valentín Gómez.
Homenajes
Si bien Sáenz vivió solamente 45 años, tiene varios espacios públicos que lo recuerdan. En la ciudad de Buenos Aires, la principal avenida de acceso entre el barrio de Nueva Pompeya y el partido bonaerense de Lanús, unidos por el famoso puente Alsina, se llama Sáenz. No es casual que en la nomenclatura porteña, haya quedado separado de las calles que recuerdan al resto de congresales que declararon la independencia: quedó recordado por ser el impulsor y primer rector de la UBA. También en Nueva Pompeya, existe una plazoleta en su homenaje, y una estación de ferrocarril de la línea Belgrano Sur, lleva por nombre Dr. Antonio Sáenz.
Además, existen calles en otras partes del país: Antonio Sáenz atraviesa el centro de Lomas de Zamora, en el sur del conurbano bonaerense, y allí existe el Instituto Presbítero Antonio Sáenz, que depende del Obispado y tiene alumnos que van desde la primaria hasta el terciario. En Mar del Plata, y en Boulogne, muy cerca de la estación de tren de esa localidad, hay calles que se llaman Antonio Sáenz. En Rosario, también lo recuerda un pasaje.