Hubo un tiempo en que los científicos, con infinita soberbia, creían haber descubierto los secretos del alma. Estaban allí, a la vista de todos, demostrando virtudes y defectos, los vicios ocultos y las costumbres malsanas. Pero había que estudiarlas porque eran sutiles variaciones en las formas de los cráneos, accidentes óseos que desnudaban al alma de las personas. Por eso la llamaron frenología (de la palabra fren, diafragma donde los antiguos creían que se ubicaba el alma).
Franz Joseph Gall (1758-1828) fue uno de los primeros en transitar este tortuoso sendero que desencadenó una cacería de cráneos de celebridades, criminales y aborígenes para poder precisar dónde radicaba el genio, la perversión o la tendencia a cometer actos violentos. Y una de los primeros personajes en ser víctima de esta pseudociencia fue el prolífico compositor Franz Joseph Haydn, autor de más de cien sinfonías compuestas, muchas de ellas, como músico de la corte del poderoso príncipe Esterházy.
Como suele pasar con genios longevos (Haydn llegó a cumplir 77 años), se corren rumores sobre su paso a mejor vida cuando aún no han cruzado la laguna Estigia. Entre los que escucharon noticias sobre la muerte de Haydn estaba el maestro Luigi Cherubini, quien compuso una prematura cantata en honor al “difunto”, Haydn. Éste, al escucharla se limitó a comentar: “De haberlo sabido, yo mismo hubiera dirigido mi propia misa”.
Haydn, realmente, murió el 31 de mayo de 1809, cuando Viena había caído en manos de Napoleón. Para entonces el compositor estaba postrado por un franco deterioro cognitivo. Los vieneses no estaban de humor para honrar al músico, razón por la cual fue
enterrado sin pompas en el cementerio de Hundsturm. Solo entonces se ejecutó el Réquiem compuesto por Mozart, a quien Haydn había conocido en su visita a Londres. El secretario del príncipe Esterházy, Joseph Carl Rosenbaum, era un entusiasta frenólogo que no podía dejar pasar la oportunidad de estudiar el cráneo de uno de los músicos más prodigiosos del siglo XVIII. Sin más, decidió privar al cadáver de Haydn de su extremidad cefálica, sobornó al cuidador del cementerio, desenterró al músico, le cortó la cabeza y volvió a sepultar el resto de su anatomía.
Dicha sea la verdad, la frenología era una (pseudo) ciencia en pañales y ninguno de los que estudió el cráneo de Haydn pudo decretar fehacientemente dónde radicaba el accidente óseo de la genialidad musical. La cadavera fue devuelta a Rosenbaum, quien la conservó como recuerdo del músico a quien había conocido en sus tiempos de esplendor. Concluía la invasión napoleónica, los vieneses se dedicaron a honrar a uno de sus músicos más célebres y planearon trasladar sus restos mortales a un mausoleo en Eisenstadt, ciudad donde había compuesto gran parte de su producción artística. Cuando fueron a desenterrar el cadáver, se sorprendieron al descubrir que al músico le faltaba la cabeza.
Rosenbaum fue prontamente señalado como el principal sospechoso y la policía vienesa revisó su casa en búsqueda del cráneo perdido. Rosenbaum no tuvo mejor idea que esconderlo bajo las amplias faldas de su señora. A la gentil policía vienesa no se le ocurrió buscar bajo las faldas de una dama que decía estar indispuesta … Fue entonces que Rosenbaum le sugirió al príncipe que, por cierta suma, él podría hacer aparecer la testa de Haydn. El príncipe, que no estaba muy interesado en el tema, deslizó una cifra insignificante y Rosenbaum prefirió quedarse con la cabeza del genio y poner otro cráneo menos genial en el mausoleo del músico.
Total, ¿quién se podría percatar de esa diferencia? Así fue como por más de cien años Haydn descansó en paz con una cabeza que no era la propia… y así hubiese continuado por el resto de la eternidad si Rosenbaum en su lecho de muerte no hubiese confesado la autoría de esta sustracción póstuma. En un gesto enaltecedor, cedió la cabeza de Haydn a la Academia de Música de Austria.
Pero su deseo no se cumplió, o no de la forma en la forma que hubiese deseado, porque la testa del músico pasó a manos de Johann Nepomuk Peter, su cómplice en la sustracción, quien la conservó como un recuerdo hasta su propio óbito en 1839. La viuda prefirió deshacerse del trágico memento y se la entregó a un tal Dr. Haller, quien, a su vez, se la entregó al célebre Dr. Rokitansky, un miembro del Instituto de Patología Anatómica de la Universidad de Viena, lugar en el que Rokitansky había realizado no menos de diez mil autopsias. A la muerte de Rokitansky, el profesor Kundrat les devolvió a los hijos de Rokitansky, quienes pensaron que lo mejor era cumplir con el deseo póstumo de su padre y ceder el cráneo a la Sociedad de Melómanos de Austria.
A esta altura las cosas habían cambiado el panorama político y el príncipe Esterházy estaba cautivo por los soviéticos que habían invadido Austria, acusado de ser un aristócrata antiproletariado. Recién en 1954, con la liberación del príncipe, el presidente austriaco Theodore Koerner y el poeta y escultor Gustinus Ambrosi, el verdadero cráneo del compositor por fin se juntó con el resto de la anatomía.
Como nadie supo qué hacer con la falsa testa del músico, Haydn descansa con dos cráneos… y esta vez esperamos que sea por el resto de la eternidad.
+
Esta nota fue publicada originalmente en mdzol.com
Dicha sea la verdad, la frenología era una (pseudo) ciencia en pañales y ninguno de los que estudió el cráneo de Haydn pudo
decretar fehacientemente dónde radicaba el accidente óseo de la genialidad musical. La cadavera fue devuelta a Rosenbaum, quien la conservó como recuerdo del músico a quien había conocido en sus tiempos de esplendor. Concluía la invasión napoleónica, los vieneses se dedicaron a honrar a uno de sus músicos más célebres y planearon trasladar sus restos mortales a un mausoleo en Eisenstadt, ciudad donde había compuesto gran parte de su producción artística. Cuando fueron a desenterrar el cadáver, se sorprendieron al descubrir que al músico le faltaba la cabeza.