José Ingenieros, el siciliano “venido en tercera clase” que dejó una huella imborrable en la cultura nacional

José Ingenieros (o José Ingegnieros, Giuseppe en italiano), nació en Palermo, la capital de Sicilia, en Italia, el 24 de abril de 1877. Por razones políticas, y por los contactos de su padre Salvatore con la masonería en su país, tuvieron que emigrar primero a Montevideo, y posteriormente, se instalaron en Buenos Aires.

Pese a ser el segundo hijo, ya que era menor que su hermano Pablo, sus padres apostaron por la educación de José, a quien evidentemente veían con un potencial superior a la media. En Argentina, terminó la primaria nada menos que en el colegio que dirigía Pablo Pizzurno (la calle del famoso palacio del Ministerio de Educación, nombrado todavía así por el público, a pesar de que oficialmente lleve el nombre de Domingo F. Sarmiento). Posteriormente, inició sus estudios secundarios en el actual Colegio Nacional Buenos Aires, que dirigía el político Amancio Alcorta. Cabe destacar que tanto Alcorta como Pizzurno eran masones, y que José se inició muy joven porque su padre era gran maestre.

Más allá de haberse iniciado en 1888, es recién diez años más tarde, al cumplir la mayoría de edad en aquel tiempo, cuando Ingenieros adquiere oficialmente el carácter de masón en la Logia Italiana Primera N° 90. Esta relación con la masonería le permitió a este intelectual socializar con hombres prominentes como el ex presidente Bartolomé Mitre, a muchos de los miembros del futuro Partido Socialista, a Rudecindo Roca, hermano del presidente Julio Argentino, entre otros.

En 1893, ingresó a la Facultad de Medicina de la UBA y también cursó en la de Derecho. Al año siguiente, se decidió por la primera y finalizó sus estudios en 1900, con una tesis denominada Simulación en la lucha por la vida de la locura ante la Sociología Criminal y la Clínica Psiquiátrica.

Mientras tanto, Ingenieros siguió el camino de su padre, que había sido el primer fundador de un diario socialista en su país de origen. Así, José participó en la redacción del famoso periódico La Vanguardia, fundado por el jefe del flamante Partido Socialista (PS) y profesor de Ingenieros en la facultad, Juan B. Justo.

En 1897, dirigió el diario La Montaña, de carácter más radicalizado, y autodenominado  Periódico Socialista Revolucionario. En la redacción lo acompañó su amigo, el famoso poeta y escritor Leopoldo Lugones. De hecho, Ingenieros fue el primer secretario del PS y tuvo fieles seguidores en el ámbito universitario, además de codearse con destacados literatos como Rubén Darío.

Si bien apoyó la huelga ferroviaria de 1896, no participó activamente de la preocupación por mejorar la situación de los obreros. En cambio, comenzó a fusionar sus ideas marxistas (sobre todo desde el punto de vista económico), con la concepción evolucionista de Spencer y Engels; además del positivismo científico que imperaba en la época, y que acompañará Francisco de Veyga, en sus estudios de Medicina Legal.

Así las cosas, en el comienzo del nuevo siglo, Ingenieros se fue distanciando del Partido Socialista y de algunos miembros provenientes del anarquismo hasta tener un tenso diálogo con Juan B. Justo, previo a su desafiliación del partido. Se dedicó plenamente a su profesión, además de incorporarse como profesor de las cátedras de Enfermedades Nerviosas (el titular de la misma era el influyente médico José María Ramos Mejía) y Medicina Legal, con el mencionado Veyga a la cabeza. También sería parte de la cátedra de Psicología Experimental en la recientemente creada Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad.

Para 1902, aunque hoy quizás cueste explicarlo, se había acercado al grupo roquista. Con la cierta obsesión por el ascenso social, la cuestión de mérito y la formación de una cultura nacional y laica, Ingenieros se vanagloriaba de su pertenencia o acercamiento a las elites de entonces, sobre todo al recordar su procedencia como inmigrante y haber sido un siciliano “venido en tercera clase”.

Ese mismo año fundó los archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, con los que trabajaría hasta 1913. Al año siguiente, gana el premio de la Academia de Medicina por su tesis doctoral “Simulación de la Locura”. Apoyó cierto reformismo dentro de un papel cada vez más preponderante del estado, y fue uno de los candidatos para estar al frente del Departamento Nacional del Trabajo, cuestión que nunca sucedió.

En 1905, viajó a Roma para presenciar el V Congreso Internacional de Psicología y el gobierno lo comisiona para estudiar los sistemas penitenciarios europeos. A su regreso, Ingenieros hizo construir un predio denominado “La Cárcel Modelo”, con el objetivo de resocializar a los condenados de la entonces llamada Penitenciaría Nacional, que funcionó en gran parte del actual Parque Las Heras de Buenos Aires, desde 1876 a 1962. Otra de las novedades consistió en la realización de una ficha antropométrica, siempre ligado al método científico de tinte positivista que imperaba en dicha época.

Además, por esos años dirigió el Instituto de Criminología de la recientemente mencionada Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, y sus escritos en diarios y revistas científicas fueron publicados en distintos idiomas, aunque la gran difusión de ellos hacia el público, no siempre coincidía con las pretensiones de prestigio profesional que Ingenieros pretendía de sus colegas. Estando todavía en Europa, Ingenieros ofició como secretario privado del ahora ex presidente Roca, que había finalizado su mandato en octubre de 1904.

A partir de la década de 1910, intensificó sus investigaciones filosóficas, habiendo intentado alejarse (al menos en parte) de las concepciones positivistas que habían dominado sus estudios previos. En este contexto, tuvo una discusión con Alejandro Korn, sostenedor del idealismo filosófico, aunque ambos apoyaron la reforma universitaria de 1918. Sus discursos y posteriores escritos tuvieron (y todavía poseen) seguidores, especialmente a partir de la juventud universitaria de entonces.

Si bien Ingenieros logró posicionarse como un hombre importante, por todas sus intervenciones de carácter especialmente científico, y vinculado a su vez a un modernismo y naciente argentinización, nunca renegó de lo que hoy diríamos racismo. La visión de la llamada “generación del ’80” y sus variantes posteriores, acerca de los indios y los gauchos encuentra en Ingenieros la propuesta de fundar una raza “euroargentina” que prevaleciera sobre esos “elementos inferiores”, entre los que también pertenecían los coloquialmente llamados negros. Fue uno de los seguidores, además, de aquella idea sarmientina de civilización y barbarie, y ponderó al llamado “padre del aula”, que de cierta manera, consideraba su modelo a seguir.

En cuanto a sus obras literarias, pese a la cantidad de publicaciones y traducciones, no le permitieron a Ingenieros un ingreso económico extra a su actividad profesional, que salvo excepciones, nunca dejó de realizar para poder vivir. Se destaca El hombre mediocre (1913), libro en el que fiel a su estilo, critica a las masas con una concepción elitista, y parte de una pelea que tuvo con el entonces presidente Roque Sáenz Peña, que- algunos sostienen que por cuestiones políticas-, no le otorgó la cátedra titular de Medicina Legal que había dejado Veyga. Así las cosas, Ingenieros cerró su consultorio, dejó la cátedra y volvió a Europa.

De nuevo en Argentina, Ingenieros se preocupó por difundir los conceptos de la moral y los elementos históricos constitutivos del país. Ahora desde un lugar por fuera de los ámbitos académicos o educativos institucionales, desarrolló la Revista de Filosofía que dirigirá desde 1915 hasta su muerte, y también la colección La Cultura Argentina. Pese a que no se lo considera un sociólogo ni un psicólogo en términos modernos, sí se lo puede ubicar como ensayista.

En 1914 escribió Las direcciones filosóficas de la cultura argentina, una obra en la que separa claramente la enseñanza de tipo colonial y vinculada a la escolástica o sus versiones modernas, del neocolonialismo de la etapa rosista en lo que respecta al ámbito de las ideas, para luego pregonar al maestro precursor Amadeo Jacques y la formación de un academicismo moderno y netamente científico, logrado a principios de siglo, con la influencia positivista descripta anteriormente.

También escribió “Hacia una moral sin dogmas”; en 1918 se publicaron sus “Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía” y otro de sus célebres escritos fue La evolución de las Ideas en la Argentina, que puede sonar como contradictorio a los conceptos vertidos por el propio Ingenieros, pero que a lo largo de tres volúmenes (incluyendo los escritos póstumos), también constituyó una de sus obras destacadas. “Las fuerzas morales” de 1925, se editó post-mortem. Por su parte, Ingenieros terminó apoyando el movimiento latinoamericanista junto al ya mencionado Rubén Darío, y cierto nacionalismo que se profundizaría en la década siguiente, con hombres como Ricardo Rojas y el propio Lugones.

A pesar de haber coqueteado con una de las hijas de Roca en su época de secretario, José Ingenieros se casó en Suiza con la argentina Eva Rutenberg, con quien ya venía teniendo un romance en Buenos Aires. Tuvieron cuatro hijos, siendo la más destacada su primera, Delia, mejor conocida como el seudónimo Delia Kamia, quien editó las obras de su padre de manera más ordenada y completa que como lo hizo su tío Pablo Ingenieros.

José Ingenieros falleció de una meningitis el 31 de octubre de 1925, a los 48 años. Ni bien sucedida su partida de este mundo, y con autorización de su familia, una localidad del partido de 3 de febrero en el Gran Buenos Aires pasó a llevar su nombre. También lo homenajean institutos educativos y bibliotecas en distintos puntos del país, calles y una estación de tren perteneciente a la línea Belgrano Sur.

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