En “Amadeus”, la célebre película estrenada en 1984 y dirigida por Milos Forman, basada sobre la obra de Peter Shaffer, el genio musical vienés aparece como un niño malcriado y grosero pero dotado de un talento envidiable. Por esos años, se especulaba que Mozart bien podría haber padecido un Síndrome de la Tourette, un trastorno descrito por Georges Gilles de la Tourette (1859-1904), discípulo del renombrado Dr. Jean-Martin Charcot (1825-1893), jefe del servicio del Hôpital de la Salpêtrière en París. Gilles de la Tourette describió este cuadro basado en la observación de 9 casos caracterizados por la involuntaria combinación de movimientos, tanto motores como vocales, asociados a una irrefrenable tendencia a la coprolalia, es decir la expresiones de palabras soeces (asociación que se da en el 10% de los casos).
Se desconoce el origen de este síndrome. Se especula que podría deberse al daño de los ganglios secundario a una afección autoinmune, que se da en 30 cada 10.000 individuos.
El diagnóstico en el caso de Mozart se basa en la vulgaridad de sus expresiones en su correspondencia conservada, además del título concedido a algunas piezas como el canon K. 231/382c, hoy conocido como Laßt froh uns sein (‘¡Alegrémonos!’) aunque el titulo original otorgado por Mozart era Leck mich im Arsch, un expresión proctológica, que es mejor dejarla en alemán…
En la florida relación epistolar que mantuvo con su prima Maria Anna Thekla Mozart, las expresiones soeces y malsonantes se repiten con una constancia sorprendente y de una vulgaridad tan obscena que los admiradores del genio creyeron que eran falsas. Sin embargo, estas expresiones, en su mayoría proctológicas, también aparecen en algunas cartas con su padre Leopoldo, por quién tenía el mayor de los respetos (“Está Dios y después mi padre”, solía decir).
En estos textos hacia referencia a chistes tontos y groseros de los que reía puerilmente como lo retrata Milos Forman en “Amadeus”.
La primera vez que se sugirió que Mozart padecía un Síndrome de Tourette fue en el Congreso Internacional de Psiquiatría de Viena en 1983. El trabajo presentado perteneció a Feug y Regeur y fue el precursor de una serie de publicaciones entre las que se destaca la de Simkin en 1992, quien, después de un exhaustivo análisis de la correspondencia, señaló abundantes expresiones vulgares, insinuaciones sexuales, coprolalia, ecolalia … con juegos de palabras que podrían interpretarse como “tics vocales escritos”. En 63 de las 371 cartas analizadas existen este tipo de expresiones.
En cuanto a los movimientos involuntarios, existen varios testimonios de contemporáneos que señalan su inquietud incansable, moviendo sus pies, los dedos y hasta corriendo de un lado al otro en una habitación sin necesidad ni causa aparente.
Maria Sophie Haibel, cuñada de Wolfgang, relata como nunca dejaba quietos sus pies ni manos, siempre tenía algo entre los dedos y hacia extraños gestos con su boca.
Karoline Pichler, una de sus alumnas, contaba que a veces “maullaba” como un gato. ¿Podría ser este un tic vocal?
Al leer estas descripciones, nos cuesta creer que una persona que creó “La reina de la noche” de la Die Zauberflöte, el segundo movimiento de la Sinfonía 40 o el “Requiem” que se ejecutó en su misa de cuerpo presente, pudiera tener estos gestos grotescos, expresiones soeces o actos ridículos. ¿Alguno se lo imagina a Mozart maullando frente a su alumna? Tendemos a creer que estos creadores son ángeles impolutos y de lo único que podemos estar seguros es que son ángeles caídos… y, a veces, caídos en abismos de profundidad insondable …
Discusiones
Obviamente, no todos coinciden con este diagnóstico. Un artículo del Dr. Thomas Kammer, profesor de psiquiatría de la Universidad de ULM, puso en tela de juicio estas elucubraciones ya que la evidencia de los tics de Mozart son dudosas y no siempre coinciden entre la gente que conoció y trató al músico.
Por otro lado, el profesor Kammer destaca que en esa época la gente común (y Mozart, mal que nos pese, tenía una jerarquía social poco superior a la del personal de servicio –de hecho, comía con ellos y no con los nobles–) manejaba un lenguaje bastante soez. Incluso figuras como Lutero y hasta el prolífico Goethe recurrieron a metáforas escatológicas y referencias proctológicas. El profesor Kammer especula que Mozart hasta podría haber usado un lenguaje malsonante para diferenciarse de la nobleza, haciendo referencia a su condición de francmasón y que Die Zauberflöte, su última opera, tiene muchas referencias a ritos masónicos.
Además, en sus cartas, Mozart trataba de ser tan inventivo con las palabras como lo era con su música, jugaba con ellas al igual que con las fusas y corcheas… De hecho, al leerlas en voz alta se adivina cierta musicalidad, aunque para lograr tal efecto debiese recurrir a expresiones poco edificantes.
También Kammer hace referencia a dos grandes escritores como Samuel Johnson y André Malraux, quienes sufrieron los tics propios del Tourette, sin tantas alusiones cacofónicas y muchas referencias a esos movimientos involuntarios .
Así que para este psiquiatra alemán no existen claras evidencias como para catalogar a Mozart como un Tourette, aunque sus modales y lenguajes no hayan sido los de un caballero.
Si de algo le importa al lector la opinión de quien suscribe estas líneas, me inclino a pensar que Mozart bien podía haber sufrido este síndrome descrito por el neurólogo francés …
Una vez más, vemos que algunos ídolos tienen estas condiciones sorprendentes que pueden defraudarnos por nuestra estructura mental proclive al platonismo, es decir la existencia de un mundo ideal donde la belleza, la bondad y las virtudes andan todas estrechamente entrelazadas. Y nada es más lejano a la condición humana donde coexisten características contrapuestas. El bien y el mal, la belleza y la inmundicia se revuelcan y se dan la mano.
“Ni una inteligencia sublime, ni una gran imaginación, ni las dos cosas juntas forman un genio; amor, eso es el alma del genio”, decía Mozart, aunque ese genio a veces se expresase con malas palabras y movimientos inadecuados.