A dos siglos de la muerte de José Moldes, el coronel alborotador

Los conflictos del coronel José Moldes fueron el comentario obligado en los primeros años de gobierno patrio, por sus denuncias, sus peleas, sus desencuentros y, también, por sus generosas donaciones a la causa de la independencia ya que pertenecía a una rica y tradicional familia salteña.

Su padre, Juan Antonio de Moldes y González, les dio a sus hijos una excelente educación que, en el caso de José, no solo incluyó acceder al Colegio de Monserrat sino viajar a España en compañía de su amigo Francisco de Gurruchaga, para completar su formación. Pensaba estudiar leyes, pero cambió de parecer y junto a Gurruchaga ingresó al exclusivo Cuerpo de Guardias del Rey. Aunque su función era cuidar al monarca, pronto comenzó a conspirar contra él, junto a otros notables americanos que aspiraban a independizar las colonias de la metrópolis. Así fue como Pueyrredón, Alvear, Zapiola, Lezica y el mismo Moldes formaron una asociación secreta para liberar a América del yugo español. ¿Y quién mejor que Francisco Miranda, el patriota y aventurero venezolano, para inspirar esta conspiración? Fue Miranda para Moldes un apoyo moral y ejemplo a seguir que no siempre lo llevó por buen camino.

Un pintoresco lance de honor con un oficial francés llamó la atención del monarca español sobre el joven indiano y su impetuoso accionar. Modes fue ascendido a teniente y se convirtió en el comentario obligado del mundillo madrileño… pero este mismo prestigio le jugó en contra cuando los franceses tomaron Madrid en 1808 y el mismo Murat se encargó de encancelarlo. Los barrotes y rejas no fueron suficientes para retener a Moldes, quien con la ayuda de un amigo escapó de la prisión y se dirigió a Cádiz, ciudad que aún no había caído en las garras de los invasores. De allí viajó a Londres donde continuó con los planes para liberar América, conspirando con otros indianos en la llamada Logia de los Caballeros Racionales de Cádiz grupo que prefiguró la conocida Logia Laurato y que Moldes llegó a presidir.

Su actividad en Inglaterra incluyó gestiones ante el ministro Canning y hasta la necesidad de viajar a Suecia para buscar tropas que asistiesen a las colonias sudamericanas a emanciparse. Como esto no pasó de ser una fantasía, Moldes decidió volver a Buenos Aires donde llegó a principios de 1809. No bien arribado se puso en contacto con otros revolucionarios que lo invitaron a viajar al interior para auscultar las intenciones libertarias. Estando en Córdoba se enteró de la Revolución de Mayo y pocos días después estaba en Buenos Aires para ponerse al servicio de la Primera Junta. La primera tarea asignada fue la inspección de la Real Hacienda de Mendoza, donde separó a funcionarios leales a la corona.

Como su experiencia militar era indispensable en esos arduos momentos, se trasladó a la Banda Oriental donde Artigas y Rondeau intentaban poner sitio a Montevideo. El Primer Triunvirato, gracias a la gestión de Pueyrredón, quien había conocido a Moldes en España, le reconoció el grado de coronel y lo adjuntó al Ejército del Norte “en consideración a su mérito” para organizar e imponer disciplina en el conflictivo cuadro de oficiales quienes se habían politizado a punto tal de perder la cadena de mando. En pocas semanas, gracias a la dureza en el trato, se malquistó con la bulliciosa oficialidad que dio en llamarlo “el tirano Moldes”. La hostilidad llegó a tal extremo que Moldes se vio obligado a renunciar y dirigirse a su casa en Salta.

Sin embargo, la difícil situación en el norte lo obligó a reconsiderar su alejamiento y presentarse ante Manuel Belgrano con 125 hombres montados y equipados de su propio pecunio. En calidad de observador asistió a la Batalla de Tucumán donde tuvo un altercado con el capitán Juan Carreto, a quien Moldes trató de “ratero”. Estaban a punto de batirse a duelo cuando Belgrano, quien seguía los avatares de esta batalla, que en ese momento daba por perdida, se vio obligado a separarlos.

Sin embargo, Belgrano recomendó a Moldes encomiásticamente en el parte de la batalla. En recompensa por los servicios y la donación de dinero para continuar la campaña, Belgrano lo nombró inspector del ejército… pero, una vez más, Moldes se topó con la resistencia de la oficialidad (entre ellos se destacaba su antipatía con el barón Holmberg), viéndose obligado a renunciar.

En Buenos Aires fue designado intendente de la policía, puesto en el que poco duró al ser elegido diputado en la Asamblea del Año XIII. Destinado, una vez más, a la Banda Oriental, allí chocó con Carlos María de Alvear, un miembro de la Logia gaditana. Después de varias discusiones con Alvear por la conducción de la campaña, volvió a Buenos Aires, ciudad en la que se opuso a la propuesta del Director Posadas de enviar diputados a la corte española. Por esta razón, Moldes fue confinado a Carmen de Patagones, donde se peleó con el comandante militar del lugar, notificando a las autoridades las irregularidades observadas.

De regreso en Buenos Aires, fue designado por su provincia como diputado para el Congreso de Tucumán. Estando en esa ciudad, surgió su candidatura a Director Supremo, creando tanta resistencia entre los concurrentes que favorecieron la elección de Martín de Pueyrredón por unanimidad. Pese a la antigua amistad que los había unido desde sus tiempos en España, Moldes propulsó una grave acusación contra el nuevo Director Supremo: cuando en 1811 el Ejército del Norte se retiraba precipitadamente de Potosí, tarea encomendada a Pueyrredón, se “extravió” la mitad del enorme tesoro que debían trasladar a Buenos Aires para asegurar los fondos que abastecerían la campaña independentista.

El Director no se quedó atrás y valiéndose de Antonio Valdez, un cubano que escribía para “El Censor”, denunció a Moldes como una contrarrevolucionario españolista, una calumnia sin fundamentos.

Sin embargo, Moldes, quien no terminaba en ganarse enemigos, también fue acusado por Godoy Cruz, el representante de Cuyo en el Congreso, de violar la correspondencia que mantenía con San Martín. Juzgado por este crimen, los diputados decidieron inhabilitar a Moldes como representante de Salta.

También Belgrano estaba cansado del alborotador Moldes, quien acusaba al creador de nuestra enseña patria de querer “coronar a un indio”. Harto de intrigas y las faltas de respeto de Moldes, lo engrilló y envió a Chile donde San Martín lo encerró en el castillo San José de Valparaíso, de donde se fugó en marzo de 1819.

En 1820 regresó a Buenos Aires y le fue concedido el permiso de instalarse en Córdoba donde vivían sus hermanas.

Todos pensaban que por fin el coronel se había aplacado… pero no fue así y para 1823 estaba en Buenos Aires denunciando robos de la hacienda pública cuando, inesperadamente, amaneció muerto el 18 de abril de 1824. Todos pensaron en un envenenamiento, pero nadie investigó demasiado y prontamente fue enterrado. Hace exactamente doscientos años llegaba a su fin un enardecido defensor de la causa de la emancipación americana, un seguidor del ánimo beligerante de Miranda.

Moldes fue un hombre de maneras grandilocuentes pero de una actitud tan antipática que rápidamente se convertía en intolerable para sus camaradas y conciudadanos. Fue una de esas figuras conflictivas y conflictuantes que adornan las páginas de nuestra historia, con una vida de aventurero, actitudes pomposas y acusaciones altisonantes que incomodaban a todo el mundo.

Para coronar una vida de desencuentros, Moldes fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta, aunque sus restos se han extraviado, al igual que su gesta casi olvidada excepto por estos exabruptos que acabo de evocar.

¿Cómo juzgamos a nuestros hombres públicos? ¿Por sus intenciones o sus resultados? ¿ Por sus adhesiones o por la veracidad de sus reclamos? ¿Por su actitud confrontativa o su astucia política que lo lleva a hacer concesiones y renunciamientos? No hay una sola respuesta a estas preguntas porque la historia se reescribe constantemente con la perspectiva que dan los años y los nuevos acontecimientos.

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Esta nota fue publicada en Ámbito

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1 COMENTARIO

  1. Estimado Omar,

    Sin ánimo de rebatir su artículo, el desubicado general francés Requiers pagó con su vida el tratar a los dos veces vencedores de los ingleses de “plebe amodorrada e inculta”.
    Sólo por ese acto, propio de un caballero, merece la amnistía sobre sus demás debilidades.
    Por lo demás, es muy obvio que su pertenencia al naciente partido federal, lo hizo acreedor al posterior odio de los unitarios porteños que escribieron buena parte de nuestra historia a su gusto ideológico.
    Conste que soy porteño y orgulloso de serlo.

    Saludos cordiales!

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