Nietzsche decía que Dostoyevski era el único psicólogo del que había aprendido algo mientras que para Ortega y Gasset, el autor ruso era uno de los pocos grandes escritores que sobrevivía a “la misteriosa resaca de los tiempos”.
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, a pesar de sus limitaciones (o quizás por ellas) se anticipó a dos de los grandes fenómenos filosóficos del siglo XX, el existencialismo (“el existencialismo no es ateo…”, declaraba ” incluso si Dios existiese no cambiaría nada”) y el psicoanálisis (podemos discutir largamente si el psicoanálisis tiene un sustrato científico o filosóficos por su falta de análisis estadísticos, pero este no es el tema del presente artículo).
Era el segundo hijo de una familia burguesa conducida por un padre médicos de carácter dominante. A los 7 años Fiódor sufrió un episodio alucinatorio y a los 16, cuando murió su madre, atravesó un proceso depresivo por varios meses. Dos años después falleció su padre (Freud sostenía, erróneamente, que fue entonces cuando sufrió su primera convulsión, cosa que es inexacta ya que, como veremos, fue años más tarde).
Fiódor se recibió de ingeniero naval, profesión que le permitió ingresar al Ministerio de Guerra para ganarse la vida, aunque su interés por la literatura crecía a medida que también aumentaban sus problemas económicos por su ludopatía, experiencia que volcaría en uno de sus libros más famosos: “El Jugador”.
Fue en 1846, a los 25 años, cuando experimentó su primera convulsión tónico-clónica durante un entierro. Poco después sufrió una “ausencia” durante una fiesta. “¿Dónde estoy?”, preguntó al cabo de unos minutos que a los presentes parecieron años. Su amigo, el Dr. Janowsky , testigo de esa y otras crisis comiciales, lo describe como un hombre de mediana complexión con cicatrices de viruela en el rostro y un pulso irregular.
Un año más tarde, Dostoyevski fue acusado de pertenecer a un movimiento revolucionario. Por tal razón fue apresado, condenado a ser fusilado y conmutada su pena a minutos de ser ejecutado. La pena de muerte se convirtió en una reclusión en Siberia donde conoció a todo tipo de personajes que volcaría en sus novelas. “¿Pero podrías vivir y no tener historias que contar?”, solía decir.
Estas experiencias traumáticas desencadenaron múltiples episodios convulsivos a punto tal que no había mes en que no sufriese uno, tal como el mismo autor le escribiera a su hermano Andrey.
También Dostoyevski describió las auras que precedían a algunas convulsión como momentos de absoluta armonía y paz. “No cambiaría estos segundos de felicidad por nada en el mundo”, escribió Fiódor, quien hace tener estas auras al Príncipe Myshkin, uno de los personajes de su libro “El Idiota”.
En 1859, Fiódor pudo volver a San Petersburgo y dos años más tarde inició su primer viaje a Europa, lugar que encontró “corrupto” y aumento su inclinaciones por las costumbres y modismos rusos. Sin embargo, dos años más tarde realizó un segundo periplo, donde su ludopatía le trajo nuevos problemas económicos agravados por la muerte de su esposa y su adorado hermano Mijail.
En esta situación crítica fue que aceptó la propuesta de una editorial para escribir una novela en una tiempo récord. Entonces produjo “El Jugador”, donde describe su experiencia en el casino de Bad Homburg, Alemania (aún existe una placa recordatoria).
Las desgracias y las convulsiones se suceden mientras escribe esos libros que le granjearon un sólido prestigio (“Incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor”).
En Ginebra murió su hija de tres meses y fue enterrada en Plainpalais, el cementerio que alberga los restos de dos grandes argentinos, Borges y Ginastera.
Fiódor regresó a Rusia donde las convulsiones se recrudecieron a la vez que comenzó a notar una creciente dificultad para respirar. Cada nueva convulsión se acompañaba de un prolongado periodo de recuperación y con un proceso depresivo asociado. Para intentar paliar sus crisis comenzó a consumir opio y a instancias del Dr. Janowsky se le realizaban sangrías.
Sin embargo, Dostoyevski aún tenía fuerzas para iniciar su obra magna, “Los hermanos Karamázov”, concluida poco antes de morir por los problemas respiratorios que lo aquejaban (¿tuberculosis ? ¿enfisema?)
No hay antecedentes familiares de epilepsia pero uno de sus hijos murió por convulsiones febriles. Fiódor tuvo varios episodios neuróticos (con afonía y depresión) que acompañan su cuadro inconfundible de epilepsia que incluía episodios de “grand-mal” (convulsiones) y “petit mal” (ausencias).
Es interesante considerar esas “auras ectásicas”, esos procesos de inmenso placer que solo se dan en el 2% de los epilépticos y que implican el compromiso de la amígdala –una de las partes más primitivas del encéfalo–.
El hecho que 30 años de enfermedad no tratada no hayan deteriorado su capacidad intelectual o al menos que esta no se haya evidenciado, probablemente se deba a su esmerada educación e inteligencia superior.
Su obra tan compleja es reflejo de una existencia difícil, plena de desventuras que Dostoyevski supo convertir en experiencias enriquecedoras (algo poco frecuente porque “mentirnos a nosotros mismos está más arraigado que mentir a los demás”). La epilepsia era una enfermedad estigmatizante que en otros momentos de la historia fue considerada como un signo de posesión demoniaca y que no hace mucho tiempo, y en países como EEUU y Alemania era obligatoria la castración de quienes la padecían.
En su obra abundan las autorreferencias y varios de sus personajes son epilépticos como el ya mencionado Príncipe Myshkin (de “El Idiota”- 1868-1869), el viejo Murin (de “La Patrona” – 1847), la joven Nelly (de “Humillados y ofendidos” – 1861), Kirilov (de “Los demonios” – 1872) y el parricida Sverdiakov (de “Los hermanos Karamázov”).
La epilepsia no solo se refleja en sus personajes, sino también en su ludopatía ( que suele asociarse con disritmias y pensamientos forzados). Las auras estásicas probablemente hayan influenciado su misticismo (“Cuanto más profunda es la pena, más cerca se estás de Dios”).
Con la exposición de la epilepsia y los personajes que la padecen, Dostoievski pretende demostrar que las personas que la sufren no deben ser juzgadas por este desorden en forma prejuiciosa sino por su naturaleza.
El sostenía que: “El secreto de la existencia no consiste solo en vivir, sino en saber para qué se vive”: Y su obra se ha convertido en el más elocuente testimonio de su pensamiento y sentido que le da a su vida.