El 22 de enero de 1879, se produjo el enfrentamiento entre 1500 tropas regulares británicas, con el apoyo de cientos de colonos sudafricanos y 20.000 guerreros zulús del jefe Cetshwayo (el líder que sucedió al rey Shaka Zulu después de su asesinato). El lugar de la contienda fue en la planicie cercana al cerro Isandlwana (a 160 km al noreste de Durban). En diciembre de 1878, los británicos habían presentado un ultimátum a Cetshwayo para que sometiera su reino a la corona inglesa. El ideólogo de esta anexión era Sir Henry Barthe Ferre, un funcionario ambicioso e imperialista, convencido de que era el deber de Gran Bretaña de imponer “la civilización” a estos salvajes.
A tal fin, organizaron un ejército de 16.800 hombres que no solo contaba con tropas británicas sino con un cuerpo de voluntarios de Natal, además de colonos Boers. Para llevar alimentos y pertrechos, organizaron un convoy de 700 carromatos tirados por 7.500 bueyes y caballos, un impresionante transporte de suministro que serpenteaba pesadamente sobre la sabana africana. El 11 de enero, unos 2.000 hombres al mando de Frederic Augustus Thesiger, conocido como Lord Chelmsford, cruzaron el río Bufalo entrando a Zululandia, en las vecindades del monte Isandlwana. Acamparon en la planicie al pie del cerro sin fortificaciones ni
trincheras confiando en su superior capacidad de fuego.
Cometió un grave error al no hacerse fuerte en esa posición. Aunque dispersaron patrullas que detectaron grupos de zulúes en las vecindades, no se percataron del fenomenal movimiento de tropas de Cetshwayo que convergían sobre los británicos. Chelmsford salió del campamento en búsqueda del grueso del ejército zulú, dejando al mando al coronel Henry Pulleine. Los zulús atacaron usando su clásica táctica en cuernos, encerrando en un bolsón mortal a los 1.300 soldados británicos asistidos por 800 nativos.
Pronto las defensas fueron rebasadas y un manto negro se extendió entre las casacas rojas que apenas pudieron defenderse de estos guerreros sedientos de sangre. Con sus espadas y lanzas no se contentaron con matar a los británicos, sino que los mutilaron, despedazando sus cuerpos, robando sus ropas, rapiñando sus bienes. Solo 55 soldados y 300 nativos pudieron escapar de la masacre. Algunos sobrevivientes llegaron a las 15.3 del mismo 22 de enero al puesto británico ubicado sobre el río Búfalo en Rorke’s Drift, una antigua misión. En este lugar que actuaba como hospital, se habían establecido 150 soldados ingleses (muchos de ellos heridos o enfermos) a fin de proteger la retaguardia.
Se organizaron a las órdenes de los oficiales Chard, Bromhead y Langley Dalton. Luchar en posición defensiva era la única opción, ya que salir a campo abierto hubiese implicado el fin del contingente. Se estableció el perímetro, se distribuyeron municiones, se fortificaron los edificios y se construyó una segunda empalizada que dividía la anterior en dos para una última defensa y huida en caso de ser sobrepasados. Poco después de las 16 horas, el vigía informó que unos 4.000 zulúes se acercaban. Al verlos, gritó: “¡Aquí vienen, densos como la hierba y negros como el trueno!”. Entonces los británicos abrieron fuego, ocasionando pérdidas entre los agresores, aunque no pudieron amedrentarlo. Los zulúes se arrastraron entre los muertos a fin de llegar hasta las empalizadas y penetrar el perímetro.
Desde las estribaciones de un cerro vecino, los zulúes que contaban con viejos mosquetes tenían un excelente campo de tiro y desde allí hirieron a algunos defensores. Después de las 18 horas, los soldados retrocedieron hasta la segunda línea de defensa. Pocos minutos después, los zulúes pudieron acceder al hospital donde el soldado John Williams se quedó a defender a los heridos, pero, superados en número, debieron abrir un hueco en una de las paredes para poner a salvo a los nueve ocupantes del hospital.
Con la caída de la noche, se intensificaron los ataques, pero los zulúes no pudieron romper el círculo a pesar que la mayoría de los soldados británicos estaban heridos. Las hostilidades continuaron hasta las 1 am y recién se reiniciaron con el amanecer a cargo del jefe kaMahole, pero minutos más tarde se retiraron, dejando en el campo con 370 heridos. Los británicos aprovecharon para recoger pertrechos, pero a las 7 am se reiniciaron las hostilidades con más fuerza, aunque solo pudieron hacerlo por unos
minutos ya que una columna conducida por el mismo Lord Chelmsford, puso en fuga a los atacantes.
Para compensar el golpe psicológico de la terrible matanza de Isandlwana y las enormes consecuencias sobre el orgullo británico que había movilizado hasta el imperturbable ministro Benjamin Disraeli – a punto de declararse “profundamente desolado” -, se decidió exaltar la heroicidad de los defensores de Rorke’s Drift condecorando a once de sus combatientes con la Cruz de la Victoria, el máximo galardón por gallardía otorgado por el ejército británico. Lord Chelmsford fue removido del cargo, juzgado, pero no se hallaron pruebas en su contra. Nunca más tuvo a su mando tropas en combates y jamás dejó de ser olvidado por esta derrota deshonrosa.
La colosal derrota de los británicos convenció a los colonos de origen holandés que estos no eran imbatibles y, años más tarde, desafiaban al imperio con el inicio de la guerra anglo-boer. Como toda herida profunda en el narcisismo de una nación, necesita la elaboración artística del desastre. Isandlwana mereció una película titulada “Amanecer zulú” (1979), dirigida por Douglas Hickox, con la actuación de Burt Lancaster y Peter O’Toole. La película apunta a la soberbia de los ingleses, quienes desoyeron la advertencias de sus entonces aliados boers, conocedores del terreno y la psicología de los zulúes.
El film “Zulú” había sido estrenado diez años antes. Escrita y dirigida por Cy Endfield, se concentra sobre la heroicidad de los británicos en Rorke’s Drift, contando con la juvenil actuación de Michael Caine. “Zulú” se convirtió en un canto a la perseverancia del ejército británico. De una forma u otra, Isandlwana fue el comienzo de la declinación del imperialismo y del cine que exaltaba esa gesta, ya que después de estas dos películas, no hubo más films que cultivaran ese género.
Hoy Isandlwana es solo un detalle en la historia de Imperio que los británicos prefieren olvidar.
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