EN EL MARCO DE LA CONMEMORACIÓN DEL 23 ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN DE LA MANZANA JESUÍTICA COMO PATRIMONIO UNIVERSAL DE LA HUMANIDAD POR LA UNESCO
Tras recibir la Pragmática Sanción de expulsión de la Orden de Loyola en todos los dominios de la corona de España, incluyendo los de Ultramar, promulgada el 27 de febrero de 1767 por el rey Carlos III de España. El Gobernador y Capitán General de la ciudad de Buenos Aires Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa recibe la orden de expulsar a los religiosos jesuitas de todos los dominios.
Bucarelli fue tibio y “moldeable” respecto a sus opiniones según se relacionaba con las personas respecto a la expulsión de los jesuitas, en una carta enviada al Conde de Aranda el 6 de setiembre de 1767 comenta:
“Confieso a V. E. que al ver los caracteres y expresiones estampadas de la Real mano, no puede contener en el pecho los naturales afectos, que el corazón derramó hasta por los ojos repitiendo muchas veces la lección de las soberanas cláusulas, sin poder distinguir si en el amor que profeso a S. M. Quién lo ocasionaba, y el sentimiento de dudar el acierto”.
En otra carta fechada el 14 de setiembre del mencionado año, dice:
“No bastan militares de resmas de papel para explicar él todo de lo que abraza la grande obra de sacar a los PP. de la Compañía de las predichas Provincias que es su mayor monarquía en esta América Meridional, y a fin de conseguirlo, sin llegar a valerme de las armas, me ha parecido lo menos arriesgado ocupar primero los Colegios de Córdoba del Tucumán, después emprenderé la conquista de los pueblos de las misiones…”.
Comenta que será dificultoso expulsarlos realizando un proceso muy ordenado sin utilizar las armas pues en la pragmática del Rey deja expreso que los jesuitas deben ser bien tratados, mientras son echados del dominio español. Ante estos dichos, delegó al Teniente del Rey Fernando Fabro (residente en la ciudad porteña), Sargento Mayor del batallón de infantería españoles de Buenos Aires y al doctor Antonio Aldao quien era auxiliador de oficio, el gobernador Bucarelli determinó enviarlos auxiliados de cinco subalternos y ochenta hombres de la tropa que los hizo venir de Montevideo con dos compañías del destacamento del Regimiento de Mallorca; Todos debían reunirse en Buenos Aires para ir a Córdoba. Entregó a Fabro un pliego cerrado y sellado para que se abriese el 21 de julio y luego seguir con las indicaciones para no despertar sospecha de los jesuitas y que estos se escaparan (Carta fechada el 6 de setiembre de 1767).
Córdoba fue la sede principal de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata, formando parte de la Provincia Jesuítica del Paraguay, junto a Santiago y Asunción. Por entonces, todo territorio pertenecía al Virreinato del Perú (no del Río de la Plata creado en 1776) cuyo virrey era el aristócrata Manuel de Amat y Junyent.
La ciudad cordobesa tenía Colegio Máximo, reputando generalmente por cabeza del poderoso imperio de la compañía como era casa de noviciado, se regulaba con mayor número de individuos y haciendas; Llegó a tener seis establecimientos productores de importancia: Caroya, Santa Catalina, San Ignacio, Jesús María, La Candelaria y Alta Gracia.
El viaje fue rápido, llegaron cerca de la urbe pues Fabro mando dos soldados (probablemente vestidos de civiles) adentrarse a la ciudad e inspeccionar el estado social, comentaron que todos andaban tranquilos realizando sus tareas cotidianas.
Fabro, provisto del título de Teniente de Gobernador y a partir de entonces Del Rey, recibe la noticia de cambios de instrucciones, pues el pliego ahora debía abrirse el 12 de julio; Así, desde el monte (sin especificar) en donde se hallaba escondido, decidió partir a la ciudad a las 23 hs.. Los documentos no comentan ¿Cómo Fabro conoció a un fraile franciscano Francisco J. Barzola?, ya que éste dió toda explicación e indicaciones para circular por la ciudad, en donde estaba la iglesia, quienes estaban, el nombre del portero y demás especificaciones pero sabemos que intentó ingresar a la Orden Jesuítica pero no lo logró, por ello entró a la otra. Su odio era grande y así descargó su ira de tanto años facilitando a los hombres del rey para el expulso de los jesuitas.
Según las crónicas, el Teniente del Rey interino llegó el 11 de julio con sólo 42 hombres mientras que Aldao, Auditor interino de guerra, recibe la orden de ejecutar la expulsión en la estancia de Santa Catalina con la real orden de expulsión pacífica firmada por el Rey, en El Pardo, Madrid. Mientras inspeccionaba la cuadra, Fabro se dirigió media cuadra de la ranchería jesuítica en donde el terreno era alto y allí empezó a llorar, pidiendo perdón a Dios por lo que estaba por hacer pero Barzola lo convenció y le dió ánimos para que éste continuara con la misión; Fabro era hombre del Rey, no de Dios y así bajaron de la cuesta, junto a los soldados se dirigieron a otro lado para descansar y prepararse para el día siguiente.
El Padre José Manuel Peramás, un joven misionero jesuita nacido en España, quien estuvo en los días de expulsión en Córdoba y posteriormente redactará (en italiano) su “Annus patiens / siue / Ephemerides / quibus continetur iter annum Iesui / tarum, qui Corduba Tucumaniae / egressi sunt, iussi a Rege / Catholico Carolo III regno exce / dere et in Corsicam nauigare. / Anno MDCCLXVII, / Mense Julio.”, conocida popularmente como “Diario del destierro” cuyos documentos se hallan en el Archivo General de la Compañía de Jesús (Roma) en impecable estado. Redacta la fecha exacta del comienzo de la expulsión de los jesuitas en Córdoba, ocurrió un Domingo, 12 de julio (en verano) de 1767 a las 15:00 horas cuando el día estaba nublado. Peramás narra que Fabro se presentó en la portería del templo que comunicaba con el colegio e iglesia (ver foto) junto al escribano Pedro Antonio Sosa, otros oficiales además de la tropa, tocó la puerta para solicitar la confesión de un enfermo. Le atendió el portero y los soldados (pacíficamente) apuntaron con dos fusiles para que les dejase entrar sin titubeos. Suponemos que cruzaron los patios y fueron directo al aposento del rector mientras otros soldados se dirigieron al interior de la iglesia, junto a tres jesuitas despertaron al P. Rector y en la sala más cómoda (sin especificar) se realizó el proceso burocrático para la expulsión de ellos; Soldados recorrieron el complejo avisando a los demás jesuitas y llevándolos a la sala para tomar nombre y apellidos para registrarlos.
Siguieron anotando nombres e incautando y enajenando de los bienes (no pudo mandar tomar por sorpresa porque ya había rumores y los corredores eran abiertos y comunicaban con los demás patios) del Real Colegio y Convictorio Nuestra Señora del Monserrat además del patio de obraje.
En la Pragmática se especifica que los novicios también debían ser expulsados pero Fabro consideró y dio oportunidades a los 10 novicios que habían sidos llevados al convento de San Francisco y reclutados en un aposento cómodo pero no para los jóvenes. Les dio la oportunidad de quedarse en esta ciudad o irse pero ellos optaron por seguirles a los demás compañeros jesuitas.
Al día siguiente (día 13) Fabro y con algunos soldados fueron al Cabildo (no es el actual mandado a construir por Sobre Monte) que estaba a dos cuadras para notificar el proceso de expulsión en nombre del Rey, demostrando documentos oficiales para que los cabildantes lo reconocieran como tal y de este modo no le hicieran oposición alguna; Siendo formalmente reconocido en el mismo día.
Pasaron los días y el 16 del mismo mes, empezaron a traer carretas y carretones (total de 44) muchos de ellos armados para su fin pues se habían convocado a carpinteros y otras personas que supiesen construirlos. El dia 18 Fabro requirió la presencia de los señores alcaldes de Primer y Segundo Voto, Joseph de Allende y el doctor Francisco Joseph de Uriarte para que observaran todo el procedimiento y actuaran como testigos, de ese modo se garantizaba que la expulsión era pacífica. Así mismo les exigió que trajeran 300 caballos de las estancias Jesús María y Santa Catalina.
No fueron expulsados todos los jesuitas pues los sres. Antonio Urianda, sacerdote de cuarto voto; Procurador de la provincia, Antonio del Castillo, coadjutor formado, o de cuarto voto y procurador del colegio y Joseph de la Torre, sacerdote de cuatro voto, declarado “furioso demente”… Quizás haya estado alterado durante días debido a la situación; Los tres pudieron quedarse en el establecimiento.
Eran un total de 130 jesuitas (incluyendo los de las estancias) y estuvo a cargo el Capitán Antonio de Bobadilla para la travesía. Fabro comentó que los jesuitas llevaron abundante comida y agua, además de un botiquín de primeros auxilios, camas y otros religiosos narraron que no pudieron llevarse nada más, ni ropa, libros u hojas sueltas; Todo quedó en el establecimiento, como si el tiempo se hubiera detenido… Fabro se disculpa con varios de ellos por lo sucedido pues sólo cumplía órdenes. En otra crónica resguardado en el Arzobispado de Córdoba, se comenta que las carmelitas hicieron tocar sus campanas (no es la actual edificación) mientras ellos se dirigían a Buenos Aires, en tanto los cordobeses observan con tristeza y toda la ciudad estuvo paralizada desde la mañana, a sabiendas que a la noche los jesuitas partirían. Entre las 22 y 23 hs. del martes, 21 de julio empezaron las despedidas y entre las 23 y 12 hs. de la noche del día 22 empezaron a moverse los carretones y carretas, junto a soldados con farolas para salir de la ciudad.
A pesar de que muchos ciudadanos habían apedreado a los soldados que custodiaban el ingreso de la portería en la iglesia y estos callaron, los días ya estaban contados; La regencia, control de los establecimientos jesuíticos pasó a la orden franciscana y Fr. Barzola recibió el cargo de primer Rector (1767/68) y Cancelario de la Universidad por buchonería por parte de Fabro, a pesar de ello, nadie pudo borrar las huellas de los jesuitas luego de tantos siglos.