Ansina ¿poeta de la patria? posverdad ¿y después?

En 2020 se emitió por TVCiudad, en Montevideo y en cables del interior, la serie de televisión argentina “Artigas: Guerrero de la Libertad”. Durante la presentación de la saga, su director, Mauricio Minotti, alertaba que entre los personajes se destacaba “el Negro Ansina” a quien llamó el poeta de la patria. Este es uno de los nuevos paradigmas construido en el correr de estos últimos años sobre la figura de Lenzina: el fiel compañero de Artigas se trasmutó en prolífero escritor y guerrero.

Todo comenzó con los sesenta poemas atribuidos a Joaquín Lenzina, publicados en 1951 por Daniel y Victor Hämmerly en el libro ‘Artigas en la poesía de América’. Por ese entonces, la mayoría de los historiadores e investigadores de varias ramas de la literatura o de la música, entre los que se encontraba Lauro Ayestarán, omitieron estos textos, seguramente y con razón, por considerarlos apócrifos.

Nadie duda que Ayestarán sea un referente intachable de nuestra cultura popular y un luchador incansable por la integración de la cultura afrodescendiente. Este autor, más allá de sus tareas de investigador, procuró a lo largo de su vida desterrar del imaginario popular frases racistas, que vinculaban al negro con la música en general y con el candombe en particular. Al mismo tiempo, integró entre sus fuentes de investigación a la novela histórica, incluyendo en sus referencias bibliográficas a autores como Acevedo Díaz. Por lo cual, podemos concluir que estuvo atento a todo estilo narrativo para documentar sus investigaciones.

Ahora bien, todas las horas grabadas de “música negra”, recorriendo cientos de kilómetros para llegar al ranchito más humilde, toda su obra en la que rescata y exalta la cultura afrouruguaya, se vuela de un plumazo a partir de una velada crítica a su posición respecto de la poesía que recopiló Hammerly. Es así, que con suma ligereza aparecen textos que exhortan “A los señores eruditos…” a que recuerden que Lenzina había sido el “fundador de la literatura oriental… Guitarrero, arpista, poeta y payador políglota… vuestros próximos libros, traten de no olvidarlo nuevamente”.

¿Alguien puede pensar que los textos atribuidos a Lenzina pasaron inadvertidos para Ayestarán, o que se olvidó de ellos, cuando en sus exhaustivas investigaciones no dejó piedra sin dar vuelta? Si bien algunas cuartetas eran, desde un punto de vista estructural, similares a las de procedencia anónima recogidas por el propio Ayestarán, lo cierto es que este autor descartó los textos atribuidos a Lenzina como fuente documental porque, tras su análisis, concluyó que no eran auténticos.

 Sin el respaldo académico tanto de Ayestarán, como de los historiadores y de los intelectuales de otras disciplinas, los textos de Hämmerly pasaron mayormente inadvertidos ante la opinión pública de mediados del siglo XX.

Pero en 1996, el tema resurgió cuando un equipo autodenominado “Rescate de la Memoria de Ansina” publica el libro “Ansina me llaman y Ansina soy” citando y comentando los textos de Lenzina supuestamente colectados por Hämmerly.

Algunos historiadores, basados en esta única fuente, tomaron por buena tinta sus dotes de payador y literato, y se valieron de los datos bibliográficos presentes en el poemario. Otros investigadores dieron un paso más adelante. Estos últimos, sin documento alguno que lo avalara, otorgaron a Lenzina grados de oficialidad en una carrera militar inventada o lo signaron como “líder de los movimientos libertarios afroamericanos”.

Para esa fecha, el mundo había comenzado a transitar por un nuevo fenómeno que se sintetizó en la palabra “posverdad”. Si bien este concepto fue empleado por primera vez 1992, en un artículo de Steve Tesich para la revista The Nation, su desarrollo conceptual cristalizó entre los intelectuales a comienzos de este siglo. Uno de sus referentes es Ralph Keyes, quien aborda este tema en su libro “The Post-Truth Era”. Para este autor “La información embellecida se presentaba como verdadera en su espíritu”.

Esta posverdad o invención emotiva se basa en fuentes documentales que se han distorsionado, primando en el emisor las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos. En consecuencia, una creencia mal fundada adquiere credibilidad y termina transformada en realidad, en tanto que la verdad de los hechos se esfuma en medio de los cambios acelerados de un “receptor”, que valora más lo que quiere creer, que la evidencia de los datos verificados.

Los campos emocionales del emisor y del receptor se encuentran en la misma frecuencia. Deconstruir este vínculo es quijotesco, un grito en el desierto. Obsérvese este detalle, Hämmerly (o algún allegado) escribe el poemario basándose en ciertos episodios históricos que en su época, a mediados del siglo XX, se daban por verdaderos.

A modo de ejemplo, en ese momento se creía que Bonpland había entregado la constitución uruguaya a José Artigas. En el imaginario de Hämmerly, Lenzina había sido testigo de dicho episodio y lo registraría en uno de sus poemas.

Conforme pasó el tiempo, la accesibilidad de los documentos nos ha permitido conocer detalles de la vida del botánico francés, entre ellos, su hábito de registrar de forma puntillosa –casi obsesiva- tanto en sus diarios de viaje como en su correspondencia epistolar, su derrotero en la tierra asunceña. Este cotejo documental no tiene dos lecturas, ya que proviene del propio Bonpland. Sus manuscritos permiten concluir que nunca se produjo un encuentro con Artigas.

En una próxima entrega me detendré en este episodio, simplemente lo traigo a colación como un ejemplo indiscutible, arto documentado, que evidencia que el contenido de los textos atribuidos a Lenzina refleja la historia consensuada del siglo XX y no los testimonios de Lenzina, como testigo de su tiempo.

Mi participación en este tema podría terminar aquí. Sería redundante y hasta innecesario redactar con pelos y señales todos los errores históricos, así como las omisiones en que incurren los supuestos textos de Lenzina. Tan solo y, a modo de ejemplo, señalo que no existen elementos que evidencien el sincretismo religioso, presente en la comunidad afrodescendiente de ese entonces y transferido a las generaciones siguientes, hasta nuestros días. Este sincretismo ausente en los textos, se presenta, entre otros, en la veneración de la imagen de Santo Rey Baltasar o Santo Cambá (kambá: ‘negro, morocho’, en guaraní), perteneciente al credo popular desde los tiempos de la revolución.

Estas prácticas religiosas se dan de bruces con la devoción cristiana de Hämmerly, por lo que no aparecen en ninguna parte de los poemas. La respuesta que se ensaya para este inexplicable silencio por parte de los Hämmerlianos, es que esos textos existieron, pero fueron “excluidos” por el pastor, al que se le perdona la discrecionalidad por su ortodoxia dogmática.

Con relación al análisis intertextual del poemario o a sus estructuras gramaticales, conforme pasa el tiempo, nuevos informes demuestran que esos textos están fuera de espacio y tiempo. Sin embargo, cuando más al desnudo aparecen las intenciones de Hämmerly, más asertivo parece ser el proceder de ciertos investigadores que suman nuevas cualidades a Lenzina. Algunas de ellas han sido legitimadas por instituciones como el Ejército Nacional o el Poder Ejecutivo.

Compilación poética

Comienzo pues a desglosar de qué manera las emociones y las creencias personales, le están ganando terreno a los datos objetivos. Aquí y en todas partes del mundo, en este y en todos los temas, la posverdad es omnipotente. Parto entonces de la premisa de que no existe modo, ni prueba que logre sacar de su línea de acción y de pensamiento a los “Hämmerlianos”.

 Los poemas atribuidos a Lenzina fueron supuestamente copiados por el pastor Daniel Hämmerly en 1928. Según su versión, Lenzina habría convivido los cinco años finales de su vida en la casa de Manuel Antonio Ledesma (último soldado artiguista), a quien habría dejado sus manuscritos. Este último entregaría los originales a Juan León Benítez, hijo del presidente del Paraguay Francisco Solano López. Finalmente, esos manuscritos habrían pasado a las manos de un antropólogo brasilero, quien nunca los devolvería.

Llama la atención que Juan León Benítez, entrevistado por varias personas, en diferentes contextos, en especial para localizar la última casa de Artigas, nunca hubiera mencionado la existencia de dichos manuscritos, al ser interrogado sobre Lenzina ¿Nunca lamentó Juan León Benítez la pérdida de los originales, que relataban todos los hitos importantes de la Banda Oriental?

Lo mismo podemos acotar con relación Manuel Antonio Ledesma, quien, a partir de 1884, tuvo varios contactos con representantes del Estado Uruguayo, que lo entrevistaron para conocer su vínculo con los otros luchadores de la revolución artiguista, enviados a Guarambaré. En estas entrevistas nunca menciona a Lenzina, ni a sus supuestos manuscritos, como tampoco lo hicieron sus familiares, entrevistados luego de su muerte.    

Lo cierto es que la historia que cuenta Hämmerly no cuenta con ningún respaldo que la corrobore. Creer en sus dichos y en la literalidad del corpus literario que le atribuye a Lenzina, podría ser respetable como dogma, sin embargo, el tema parece salirse de cauce. Existe tierra fértil para el descontrol y en ese campo, algunos cronistas han dado un paso más allá, asignando a los textos de Hämmerly, cosas que ni los propios textos dicen. Se siembra posverdad de la posverdad.  

Un ejemplo claro de esto último es alertado por Alejandro Gortázar en su artículo Derechos de Memorias, del año 2003. Gortázar cita a un integrante del grupo Rescate de la Memoria de Ansina, quien afirma que en “Entre Ríos y Río Grande do Sul aparecen confirmaciones permanentes” de la poesía de Lenzina y que ‘múltiples testigos presenciales recuerdan efectivamente que Lenzina escribía, ejecutaba el arpa y la guitarra y era payador’. Sin embargo [continúa Gortázar], el investigador no proporciona al lector las referencias de dichas ‘confirmaciones’, así como de los ‘numerosos testigos’…Esto no quiere decir, por supuesto, que no existieran payadores alrededor de Artigas, ni que los asistentes negros que lo acompañaron en Paraguay no lo fueran.”

De existir dichos testimonios, el investigador los hubiera citado sin más, pero como –hasta ahora- no se ha podido encontrar ninguna prueba, ni siquiera indiciaria, que sustente dichas aseveraciones, es recurrente este tipo de retórica que se limita a la sola enunciación: “información de testigos”, en procura de aprobar una narración que solo puede auto validarse. Vayamos pues al encuentro, en primera instancia, de las observaciones literarias.

Análisis literarios y contextuales

El faro que iluminaba la ruta de Lauro Ayestarán, se podría decir que también alumbraba el camino de Ildefonso Pereda Valdés. Este autor, en su estilo y con su impronta, fue el factótum de la «cruzada negra» que fomentó el estudio y difusión de la cultura y tradiciones afrouruguayas. Parte de sus investigaciones salen a luz en los libros “La guitarra de los negros”, “Raza negra”, “Cancionero afroamericano”, “El negro rioplatense y otros ensayos”.

Al analizar el poemario de Hämmerly en el libro “El negro en la epopeya Artiguista”, Pereda Valdés sostiene que “no era imposible que Lenzina hubiera sido payador, lo eran muchos de los soldados de Artigas, lo fueron los creadores de los ‘cielitos’ y algún prócer de la independencia; pero el estilo de las poesías que se le atribuyen a Lenzina… no pertenecen al estilo payadoresco, sino al estilo culto, no es ‘Mester de gauchería’, sino cultalatiniparla…. No es posible admitir… tanta perfección métrica y estilística…”.

Del texto transcripto, emerge con claridad que su autor no descarta la posibilidad de que Lenzina fuera soldado o payador, aunque no dice que lo hubiera sido. Es más, la forma en que lo expresa parece incluso reflejar su creencia de que no había pruebas concretas que reflejaran estas condiciones: “No era imposible que Lenzina hubiera sido payador”. Unos párrafos más adelante, retoma el tema para señalar: “Lenzina, Soldado de Artigas y payador, sí, poeta culto es inadmisible.” La primera parte de esta aseveración debe necesariamente interpretarse en el contexto de lo expresado en los párrafos previos, la posibilidad de que lo fuera existe, aun sin pruebas, pero de ninguna forma considera admisible que se tratara de un poeta culto.

Ahora bien, los Hämmerlianos no refieren a ese párrafo que da contexto a lo que quiere trasmitir Pereda Valdés. Se limitan a citar solo el siguiente texto, de forma aislada y lo que es peor, parcialmente: “Lenzina, Soldado de Artigas y payador, sí…”. Adviértase que, deliberadamente la frase se corta con puntos suspensivos en la parte medular de lo que quiere transmitir el autor. Transforman, en consecuencia, una mera posibilidad en una aseveración, en busca de legitimar atributos de Lenzina a través de la autoridad del escritor citado.

Luego esto se amplifica. A modo de ejemplo, apoyándose en esa frase recortada, Elder Silva, en su artículo “El otro Negro Jefe”, publicado en “El Estandarte” en mayo de 1996, señala que Pereda Valdés “habla de la condición de Payador de Ansina”, cuando en realidad, como vimos, nunca dijo esto. En el mismo sentido, “Tito” Sclavo, en Cuadernos de Marcha del año1985, expresa: “Resulta curioso que en la copiosa producción de Ildefonso Pereda Valdés que me fue posible consultar no haya podido rescatar ninguna mención a la condición de Ansina como narrador de la gesta artiguista… Apenas una alusión a «Lenzina, soldado de Artigas y payador, sí…»  en la cual veladamente condensa sus reparos a la poesía del «Tío Lenzina»”.

Lo que en verdad resulta curioso, es que Sclavo advierta como un problema que Ildefonso Perera no incluya pruebas que acrediten la condición de Lenzina de narrador de la gesta artiguista. Precisamente, la no inclusión de pruebas o menciones radica en su ausencia, lo que resulta absolutamente coherente con el texto de Pereda.

Otros autores han puesto en tela juicio la poesía atribuida a Lenzina, al cuestionar las menciones que esta realiza a la mitología romana, a las dinastías incaicas y a una veintena más de referencias bibliográficas e información enciclopedista, que cuesta creer que pudieran atesorar tanto Artigas como cualquiera de sus allegados, incluyendo a sus secretarios, Monterroso o Barreiro. A modo de ejemplo, cuando se menciona en la poesía “los colores de Apeles”, tendríamos que admitir que Lenzina conocía la existencia del pintor de la corte de Alejandro Magno. Y así se podría continuar citando ejemplos, que compila Ildefonso Pereda Valdés para sostener su sospecha. En lo personal me cuesta creer que el fiel compañero de Artigas fuera un rapsodo trilingüe de la Grecia antigua, al describir a los ilotas y su padecimiento como esclavos de los lacedemonios.

A lo anterior sumo que, al auscultar el léxico empleado en la presunta poesía de Lenzina, detecté el empleo de palabras de un periodo de tiempo que no se corresponde con el que le es propio. Entre ellas, dos irrebatibles: en la poesía “La llegada de Artigas al sitio” se recurre a la palabra Éxodo. Como es bien sabido, el término “éxodo” vinculado a la gesta del pueblo oriental se difundió a partir del uso por parte del historiador Clemente L. Fregeiro en 1883.

Por su parte, en la poesía “Canto de los orientales en el Salto Chico” se recurre a la palabra “uruguayo” para referir a las fuerzas artiguistas que acampaban en 1811, lo que constituye un anacronismo, puesto que dicho término comenzó a usarse varios años después.

Por último, en el prólogo del libro “La traza y la letra” se comenta la investigación “Ansina, el cambá”, realizada por Kildina Veljacic e incluida en dicha publicación. Allí se destaca su aporte para la discusión sobre la autoría de Lenzina respecto del poema “Ybiray: el árbol que llora a los difuntos”. Expresamente se observa “…en particular la atención a la yuxtaposición del español y del guaraní, como generación de entrelugares que ocasionan desajustes, discontinuidades e hibridaciones en la lengua, en los mitos y en las identidades, pero sobre todo la ruptura con una idea de un centro hegemónico, de una autoridad, incluso de una autoría”. En tanto, la propia investigadora al estudiar en su artículo señala, entre otros, la ausencia de género gramatical, así como vocales paragógicas que no admiten consonantes al final de la palabra o agregan una vocal de apoyo y concluye: “Lo primero que encontré –afirma Veljacic- es que ninguno de estos rasgos se encuentra en los poemas de Joaquín Lenzina.

Ahora bien, alguien podría llegar a pensar que no encontramos estos “rasgos” característicos del habla de un liberto del siglo XIX, porque los poemas fueron alterados o castellanizados por Hämmerly, al transcribirlos. Sin embargo, para Kildina Veljacic: “En la hipótesis de la intervención de un tercero en la corrección de los poemas de este corpus, aparece un nuevo problema. Si realizamos los cambios siguiendo el criterio de los elementos vestigiales registrados por Lipski en las comunidades afroparaguayas, se verán alteradas la rima y la métrica. Esto compromete también la hipótesis de una oralitura vinculada al canto, a la poesía gaucha, luego registrada y corregida por un tercero en la escritura.”

Estos deslices, más otros graves errores históricos, que analizaremos en la siguiente entrega, son motivo suficiente para considerar apócrifa la poesía de Hämmerly. Fuera de estos textos, como dice Jorge Nelson Chagas en su artículo “Ansina: el mito y los documentos”: “no sabemos, hasta el momento cuándo nació, dónde pasó su infancia, cómo conoció a Artigas. Tampoco hay pruebas materiales sobre si sabía leer y escribir. ¿Ansina era un estratega como muchos creen? Por ahora no podemos afirmarlo. Tampoco podemos afirmar – por falta de datos – si actuaba como consejero de Artigas en cuestiones afro”.

Por más que se ha buscado y rebuscado, muy poco sabemos del fiel compañero de Artigas. Incluso las limitadas referencias documentales se contradicen y, hasta el verdadero nombre de pila de Lenzina (Joaquín), se encuentra en discusión. Tengamos presente que fueron contemporáneos de Artigas más de una decena de Ansina’s, Lencina’s, Encina’s, registrados en diferentes documentos, tanto en el Río de la Plata como en Paraguay. Muchos creen encontrar en estos nombres al compañero de Artigas y, a partir de allí, construyen sus relatos. Pero son hombres distintos que terminan fusionados para configurar una única biografía, la de Lenzina. A veces se señala, a modo de justificación, que el nombre aparece mal escrito en la fuente consultada; en ocasiones, ni siquiera se advierte que están hablando de un homónimo. Esta confusión se complejiza porque si bien la narración es compacta, no lo es su fundamentación. Conforme pasa el tiempo, incluso entre quienes conformaron originalmente el grupo “Rescate de la Memoria de Ansina” y sus futuros escuderos -que creen en el corpus literario de Lenzina-, aparecen contradicciones o datos que no pueden explicar para respaldar el relato construido y dar continuidad en el tiempo al personaje.

Entonces surge una nueva pregunta ¿lo que pensamos o creemos pensar del fiel compañero de Artigas, es aproxima si quiera a la verdad?

En la próxima entrega me detendré en esta pregunta y las tergiversaciones históricas de la supuesta poesía compilada por Hämmerly, ahora adelanto que “mi” Ansina es el que describe Isidoro de María en el diario “El Constitucional”, en base a la información que le diera su cuñado, José María, hijo de Artigas, luego de una visita que realizara a su padre, en el año 1846: “Artigas conserva a su lado a un anciano Lenzina, que lo acompaña desde su inmigración y con quien comparte el pan de la hospitalidad como un hermano”.

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