Un marinero besando a una enfermera en Times Square, la mirada sensual de Marilyn Monroe, Einstein sacando la lengua y Churchill con los dedos en V… Estas son algunas imágenes que ya forman parte de nuestra memoria críptica, pues todas ellas, y muchas más, son obra de un solo hombre que, con su Leica de 35 mm. y solo usando la luz ambiente, capturó la esencia de las personas que retrató, como una especie de “robo del alma”, similar a los personajes de Macondo descritos por García Márquez cuando los quería fotografiar.
Si bien nació a fines del siglo XIX en lo que hoy es Polonia, Alfred Eisentaedt se crió en Berlín y desde muy joven se interesó en la fotografía. Fue artillero durante la Primera Gran Guerra y una vez terminado el conflicto se dedicó a perfeccionar sus habilidades en lo que sería la pasión de su vida y profesión, la fotografía.
Desde sus comienzos Eisentaedt prefirió las máquinas de pequeño formato que le permitía ser más creativo, tanto desde la perspectiva como con el manejo de la luz, especialmente la natural, ya que pocas veces usaba el flash. Además creía que una máquina así era menos intimidatoria y los entrevistados se sentían menos invadidos en su intimidad, más relajados.
Su primer empleo como cronista gráfico fue en la revista Weltspiegel, luego pasó al Berliner Tageblatt y, más tarde, en Associated Press. Trabajando para esta empresa, fotografió al escritor alemán Thoman Mann cuando recibía el Nobel de Literatura, a Marlene Dietrich en los tiempos que filmaba El Ángel Azul y al encuentro entre Benito Mussolini y Adolf Hitler –encuentro que se realizó en Italia y dio lugar al inolvidable sketch “You Nazty Spy!” de los Tres Chiflados y la película de Charles Chaplin “El gran dictador”–.
La foto más memorable de esta época fue la imagen de Joseph Goebbels en Ginebra durante el año 1933, cuando éste frunció el ceño enojado al reconocer que quién lo estaba retratando era judío. Fue el testimonio antisemita más espontaneo… y espantoso.
Tras la victoria del nazismo y la institución de las Leyes Raciales, Eisenstaedt viajó a Estados Unidos, donde trabajó hasta su retiro en la revista Life. Sus fotos fueron portada de esa revista en 90 ocasiones dónde publicó más de 10.000 imágenes, entre las que se destacan retratos de celebridades como Sofía Loren, Ernest Hemingway y el presidente John F. Kennedy.
Sin embargo, la más famosa de todas esas imágenes tiene como protagonistas a dos desconocidos: Edith Shain y Glenn Edward McDuffie. Este último era un marino tan emocionado por el anuncio de la rendición de Japón el 14 de agosto de 1945, que besó a la enfermera Edith Shain en Times Square. No se conocían, pero el joven la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente sin que ella se opusiese porque, como dijo años más tarde, era una forma de gratitud hacia un hombre que había luchado por su patria …Y allí estaba Eisenstaedt para inmortalizar este encuentro casual pero que se convirtió en simbólico. Es más, por años no se conoció la identidad de los protagonistas que jamás volvieron a verse y solo se identificaron como tales en la década del 70. La foto fue un icono que se convirtió en una escultura de 7 metros de alto, obra de John Seward Johnson II llamada “Rendición incondicional”.
Entre los otros famosos que fotografió estaba Sir Winston Churchill, quien solía darle instrucciones sobre la luz y ángulo que más lo favorecía. No era un tema menor para Churchill, quien, además de su conocido rol político, era un esteticista: escribía –a punto de ser Premio Nobel de Literatura– y era un buen pintor amateur que cultivaba un estilo impresionista y cuyas obras aún se venden a buen precio.
Eisenstaedt siguió trabajando hasta los 80 años. A lo largo de esos años ganó la Medalla de las Artes y el Premio Master de Fotografía de 1988.
Murió mientras dormía a los 96 años.
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