“¿Alguno de ustedes ha visto un dólar?”, preguntó el general Perón a una multitud enardecida desde el balcón de la Casa Rosada, en 1948. Entonces, la divisa norteamericana había desplazado a la libra esterlina como moneda de referencia y todos los argentinos estaban inquietos por la creciente desvalorización del peso ante la divisa norteamericana. Su apreciación era parte del precio que el Imperio Británico se había visto obligado a pagar por la asistencia de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Pocos años después, el centro financiero del mundo se trasladaría de Londres a Nueva York.
Desde entonces, el dólar se ha convertido en una pasión argentina, curiosamente nacida en las minas de plata de Checoslovaquia.
La palabra dólar deriva del thaler de plata de origen bohemio que en el siglo XVI se usaba en el Imperio Austrohúngaro y que se utilizó extensamente en el Nuevo Mundo. De hecho, los colonos ingleses en América del Norte lo llamaban “dólar español”.
Cuando los EE.UU. se independizaron de su metrópolis, comenzaron a imprimir el dólar americano que nació el 2 de abril de 1792. Sin embargo, por muchos años ambos dólares –el americano y el español– coexistieron, hasta que este último fue prohibido durante la Guerra Civil. En 1861, los Estados de la Confederación imprimieron billetes conocidos como “greyblacks” en tal cantidad que la inflación llegó al 4% mensual (poco para nuestros estándares, pero una barbaridad en el siglo XIX). Al terminar la contienda, solo servía para alimentar las fogatas de los soldados sureños porque 155 “greybacks” equivalían a un dólar de la misma moneda de 1861, una desvalorización comparable a la del peso argentino. Por tal razón, es lícito pensar que Argentina es un país en guerra…contra sí mismo.
Los Estados del Norte imprimieron su primer dólar en 1862, pero este no llevaba el consabido rostro de Washington, ni el de Lincoln sino el de Salmon P. Chase, secretario del Tesoro del gobierno de este presidente. Chase, en un alarde de escasa humildad, incluyó su retrato en la divisa para satisfacer su deseo insaciable de poder.
Con el fin de la guerra, Lincoln nombró a Chase miembro de la Corte Suprema, cargo que ejerció hasta su muerte en 1873. Un famoso banco eterniza su apellido.
El primer billete de dólar en llevar el rostro de Washington fue emitido en 1869. Para honrar al primer presidente se eligió el retrato que le hiciera el pintor Gilbert Stuart conocido como “Athenaeum Portrait”. No era este el primer cuadro que el artista había hecho del presidente. En 1796 fue convocado para retratar a Washington que entonces tenía 63 años y un solo diente.
Cuentan que, para poder arrancarle una sonrisa al presidente, Stuart trató de mantenerlo entretenido mientras posaba, y hasta le contaba chistes, pero el presidente no era de sonrisa fácil porque había perdido toda su dentadura por el exceso de mercurio administrado en varios tratamientos, circunstancia que lo obligaba a usar dentadura postiza.
Washington no tenía una, sino cuatro dentaduras realizadas con distintos materiales, como dientes de alce, marfil, oro y molares extraídos de ¡esclavos! En varios museos de Estados Unidos, se exhiben estas piezas, de hecho, una de ellas fue sustraída del Museo Nacional de Historia Natural (Smithsonian Institution). No vayan a creer que este es un problema solo en el país del norte, a Belgrano le han robado los dientes y su reloj, pero esa es otra historia.
Como estas dentaduras le causaban dolores que lo obligaban a usar láudano, Washington solo los utilizaba para masticar. Como la ausencia de dientes desinflaba su mejilla y acentuaba su gesto adusto, cuentan que Gilbert Stuart rellenó sus carrillos vacíos con algodones, a fin de mejorar su aspecto.
Este primer retrato del Ateneo permanece inconcluso y se lo atesora en el Boston Museum of Fine Arts, pero sirvió de modelo para otras reproducciones que el mismo Stuart vendía a buen precio. Una de ellas terminó, como no podía ser de otra forma, en la Casa Blanca.
El billete de un dólar tiene varias alusiones masónicas, como la pirámide y “ojo visor del universo”. En su diseño abunda el número 13, remitiéndose al hecho que fueron 13 las colonias originales de los Estados Unidos y 13 los comensales a la última cena. Algunos sostienen que es una alusión al viernes 13, fecha en que fueron capturados los caballeros templarios liderados por Jacques de Molay; aquellos que pudieron escapar se convirtieron en los primeros masones.
Por tal razón este billete tiene 13 números romanos, 13 estrellas, una pirámide con 13 escalones y el mismo número de barras verticales y horizontales; son 13 los olivos, las flechas y las palabras inscriptas “Annuit cœptis” (“Aprobar y llevar adelante”) y “E pluribus unum” (“Todos somos uno”), también tiene 13 letras.
Apropósito del lema “In God we trust” (“Confiamos en Dios”), recién fue introducido en 1957. También fue, en su versión de 1886, el primer billete en retratar a una mujer, en este caso, Martha Washington.
El dólar se ha convertido en una obsesión nacional desde esa famosa referencia del general Perón, pasando por célebres afirmaciones como la del ministro Lorenzo Sigaut («El que apuesta al dólar, pierde»), la del ex presidente Eduardo Duhalde («El que depositó dólares recibirá dólares»), la de Mauricio Macri («Que los argentinos no se preocupen por el dólar») o la de Aníbal Fernández («Tengo dólares porque se me antoja»). Cualquier arbitrio fue utilizado para contenerlo, desde la restricción hasta la prohibición, desde la seducción del uno a uno hasta la actual propuesta de asumirlo como moneda nacional. Todo es válido para obtener ese oculto objeto del deseo en el que se ha convertido un billete verde ilustrado con el retrato de un presidente desdentado.
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