La historia de Alexander Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe que inspiró las aventuras en la isla desierta

Muchos sueñan con alejarse del mundanal ruido y vivir en una isla desierta como lo hizo el célebre personaje de la novela Robinson Crusoe. Sin embargo, esta historia no es ficción: en febrero de 1709 un marino escocés llamado Alexander Selkirk fue hallado en una isla del archipiélago de Juan Fernández donde permaneció solo, a lo largo de 4 años.

Alexander Selkirk nació en 1676 en Escocia, más precisamente en Fife, en Lower Largo, un pueblo pesquero a orillas del Mar del Norte. Poco se sabe de Alexander durante estos primeros años, salvo que debió huir de su pueblo por ser acusado “de conducta indecente en una Iglesia” (dejando librado a la imaginación qué pudo haber hecho este joven como para verse obligado a abandonar su pueblo natal). Sin muchas otras opciones, Selkirk se metió en la marina, uno de los oficios más duros que se pueda concebir, donde la mayor parte de los marinos debían ser secuestrados para servir en una nave.

Sus primeros años sirvió en un barco corsario que lo llevó al Pacífico en tiempos de la guerra de sucesión española. El 11 de septiembre de 1703 se unió a una expedición comandada por William Dampier, en la nave corsaria llamada “Cinque Ports”. Alexander era el segundo de a bordo. Su capitán era Thomas Stradling. Después de combates, abordajes y tratar de saquear el puerto de Santa María en Panamá, la nave se dirigió al archipiélago Juan Fernández (a 600 km de Chile), y atracó en la isla conocida como Más a Tierra.

A criterio de Selkirk, la nave necesitaba ser reparada para continuar el viaje, pero Stradling era de la opinión que no valía perder tiempo en esos menesteres. Selkirk declaró que prefería quedarse en esa isla desierta antes que continuar navegando en una nave condenada a hundirse. Parece que el capitán tomó en serio la amenaza de su subalterno y optó por dejarlo por su cuenta en esta isla en el medio del Pacífico, y le proveyó un mosquete, un cuchillo, un hacha y unas mantas. Para matar las horas de ocio le dejó una Biblia. Ninguno de ellos pensó que tendría 4 años para leerla una y otra vez.

Selkirk aprendió a sobrevivir en soledad. Vivió comiendo peces, nabos silvestres, crustáceos, carne y leche de cabras salvajes que vivían en el interior de la isla, adonde debió mudarse cuando la playa fue invadida por leones marinos en época de celo. Con las herramientas construyó dos casas y usando los cuernos de animales que mataba confeccionó nueva ropa.

El principal peligro que afrontó fueron las ratas y los españoles. A las primeras las controló con gatos salvajes que domesticó y de los segundos se escondió para evitar ser hallado, ya que no sabía que tan tolerantes serían con el corsario que los había combatido.

En el ínterin leía una y otra vez la Biblia y entonaba salmos que había aprendido en su infancia. Lo hacía a todo pulmón. Sabía que nadie se habría de quejar por el ruido o la afinación.

El rescate tuvo lugar el 2 de febrero de 1709 cuando la expedición de Dampier arribó al archipiélago. Entonces se enteró que la nave de Stradling se había hundido tal como el había pronosticado.

Vuelto al Reino Unido, Selkirk gozó de cierto prestigio cuando se difundió su historia que el escocés contaba a quien quisiera escucharlo, entre ellos un escritor llamado Daniel Defoe, quien dio forma al relato con algunas libertades literarias, que convierten a Robinson Crusoe en una de las novelas de aventuras más famosas de la historia. Daniel Defoe era un panfletista político que apoyó distintos movimientos en Inglaterra. Por la irreverencia de sus escritos se ganó una permanencia en la picota. Compuso el “Himno a la Picota” que entonó mientras sufría el castigo. El público congregado le lanzó flores y lo asistió en lugar de burlarse como solían hacer.

Después fue encarcelado en Newgate de donde salió gracias a la ayuda del conde de Oxford. En 1719, después de escuchar la historia de Selkirk, se “adueñó” de las aventuras del corsario en una isla desierta (aunque en lugar de 4 años son 28 en la novela y la isla era en la desembocadura del Orinoco y no en el Pacífico).

Esta obra le ganó el prestigio que lo llevó a escribir otras obras como La Gran Plaga de Londres, una novela picaresca llamada Moll Flanders, sobre una mujer de dudosa reputación, y la historia del criminal Jonathan Wild. Después de escribir Historia política del Diablo (según Defoe, el diablo realmente “metía la cola” en la historia de la humanidad), muere en 1731 tras haberse pasado toda una vida huyendo de sus acreedores.

Mientras tanto, Selkirk dicen que se casó con una viuda, aunque también se sabe que esta relación no fue obstáculo para continuar metiéndose en problemas de faldas. Y nuevamente se hizo a la mar como corsario, aunque esta vez con menos suerte, ya que murió de fiebre amarilla en 1719. Su cuerpo fue arrojado al mar frente a las costas de Ghana.

En 1966, la isla que lo albergó durante esos largos y solitarios 4 años pasó a tomar el nombre de Alexander Selkirk.

La historia del marino abandonado, además de crear innumerables versiones literarias y cinematográficas, le ha dado su nombre al “Síndrome de Insularidad y aislamiento”, el hombre frente a la ambigüedad de la soledad que se reconforta en volverse amo y señor del territorio donde le toca habitar.

La soledad y soberbia se mezclan en estos individuos que involuntaria o voluntariamente se aíslan de la sociedad, una paradoja analizada por autores como Heidegger, Derrida, James Joyce y Eduardo Galeano, quienes señalan la ambigüedad de la naturaleza humana, en la vida de un hombre que elige la soledad como fuente de fortaleza, con los miedos y los peligros que esa decisión puede conllevar.

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