Edvard Munch, la magia atormentada

Edvard Munch, uno de los precursores del expresionismo y quizá el artista noruego más trascendente de la historia, nació el 12 de diciembre de 1863 cerca de Loten, a 125 km al norte de Kristiania (hoy Oslo). Fue el segundo de los cinco hijos (Sophie, Edvard, Andreas, Laura e Inger) de Christian Munch, médico militar, y su esposa Laura Bjølstad, veinte años menor.

Laura falleció de tuberculosis a fines de 1868; tras su muerte, su hermana menor Karen Bjølstad se unió a la familia y adquirió de hecho el rol de madre sustituta, aunque nunca se casó con Christian. Los tiempos eran duros, los ingresos modestos y los Munch se mudaron muchas veces; pese a mantener las apariencias de clase media con impronta académica, la familia vivía en una relativa pobreza. En 1877 también muere de tuberculosis Sophie, la hermana mayor. Las muertes de su madre y su hermana significaron un trauma para Edvard, por entonces de 13 años, y eso se hizo perceptible en dibujos y pinturas sobre su madre enferma y las últimas horas de Sophie.

El propio Edvard también tenía una salud débil; por esa causa no pudo asistir en forma regular a la escuela, lo que a la vez le permitió profundizar en su pasión temprana: el dibujo y la pintura. Edvard pintaba de todo: paisajes, naturalezas muertas, interiores, escenas familiares y domésticas. Su padre no desalentaba a Edvard pero le preocupaba que no pudiera ganarse la vida en ese ámbito, por eso le resultó un alivio que a los 16 años Edvard se inscribiera en el Colegio Técnico de Kristiania y cursara materias como ciencias naturales, matemáticas y química. Pero la endeble salud de Munch le impidió graduarse; al abandonar la carrera decidió “volverse artista” y se inscribió en la Escuela Real de Arte y Diseño. En los primeros cursos se dibujaba a partir de modelos de yeso, lo que tranquilizó algo a su padre, que debido a sus fuertes convicciones morales-religiosas temía que Edvard tuviera que dibujar modelos femeninas desnudas.

Graduado en 1882 en la Escuela de Arte, el objetivo de Edvard, por entonces utópico, era ir a París a desarrollar su carrera de artista; mientras tanto, estudiaba francés en forma autodidacta. Ese mismo año, Munch y seis amigos rentan un atelier. En el mismo edificio tenía su estudio Christian Krogh, un pintor reconocido que había estado en París, estaba empapado de las nuevas tendencias en el arte europeo, en especial el Impresionismo, y ofreció a Munch buenos consejos. Finalmente gracias a la ayuda de Frits Thaulow, otro artista destacado, Edvard llegó a París en 1885, donde pasó una corta estadía moviéndose en el ambiente artístico.

De regreso, Edvard conoce a Emilie Andrea Ihlen, “Milly”, casada con Carl Thaulow, hermano de su benefactor Frits. Cuatro años mayor que Edvard, era una figura conocida en la sociedad por su belleza y desenfado. Munch y Milly Thaulow se volvieron muy cercanos; a través de ella Munch se inició en el mundo del amor, el deseo y los celos, y se manejó en ese ámbito con ambivalencia: la lujuria y el amor lo embargaban, pero su educación religiosa le generaba culpa, vergüenza y vacío. El mismo Munch describe un declive en la fuerza creativa como consecuencia de su relación con Milly Thaulow. Por entonces Munch se había hecho amigo de Hans Jaeger, escritor, intelectual, bohemio, acusado de blasfemo, pornógrafo y partidario del amor libre. El padre de Munch le hizo saber a Edvard su preocupación por esas nuevas relaciones, lo cual generó peleas y un distanciamiento entre ambos. Jaeger, que ejercía gran influencia sobre Munch, llegó a sugerirle que matara a su padre. Munch no siguió su consejo y no estaba dispuesto a abandonar sus lazos familiares, pero sí comenzó a frecuentar al grupo de los “Bohemios de Kristiania”, grupo influenciado por Jaeger.

En 1883 Munch ya exponía sus obras en el salón de Otoño de Kristiania, pero la escena artística de Kristiania era menor. Sus trabajos eran criticados y elogiados por igual, hasta que en 1886, su óleo sobre tela “La niña enferma” generó conmoción. La pintura representaba el recuerdo de Munch sobre la muerte de su hermana Sophie, y por entonces nadie había pintado un tema tan serio de una manera tan drástica y brutal. La opinión pública sobre la obra quedó dividida entre “noble y conmovedora” y “escandalosa y fea”, pero se habló tanto de la obra que se transformó en el primer gran éxito de Munch: había causado un escándalo público sobre el cual el artista podría seguir construyendo su obra y había obtenido la publicidad que deseaba. Sin embargo, las críticas a “La niña enferma” afectaron algo a Munch, que produjo en ese período obras algo más convencionales.

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Hacia fines de la década del ’80 la carrera de Munch en Noruega  parecía estancarse; sus obras se exponían pero se vendían poco. Munch sentía que debía volver a París pero no tenía dinero para hacerlo, así que organizó una enorme exposición individual, algo que no se estilaba en Noruega. La exposición resultó exitosa y Munch logró así reunir el dinero necesario que le permitiría en 1889 viajar y vivir un año en París. Al despedirse de su padre no sabía que no volvería a verlo: meses después de la partida de su hijo, Christian Munch moriría luego de una apoplejía.

París se había convertido en el centro cultural del mundo occidental, con la torre Eiffel recién terminada, innovaciones, movimientos artísticos y literarios, impresionismo, cubismo, simbolismo, surrealismo. Munch alquiló una habitación cerca de Montmartre y comenzó a tomar clases de dibujo en el estudio de Léon Bonnat, visitó museos y galerías, se empapó de las obras de los grandes maestros, de van Gogh a Cézanne, y por esa época hizo varios de sus mejores dibujos.

De regreso a Kristiania pintaría su primera obra simbolista: “Atardecer.Melancolía”. Munch volvió dos veces a París en los años siguientes; también viajó a Marsella, Niza y Montecarlo, donde se hizo habitué del casino, lo que fue reflejado en otra célebre pintura en 1892, “En la ruleta en MonteCarlo”.

La muerte de su padre afectó muchísimo a Edvard, pero de esa desolación surgieron nuevas ideas estéticas. En esta nueva dirección de su arte, en la que Munch buscaba presentar la esencia emocional de la existencia humana, produce obras trascendentes como “Vampiro”, “El beso”, “El grito” (famosa obra de la cual haría varias versiones en distintos materiales y con diferentes técnicas), “Madonna” y “Desesperación”.     

Hacia fines del siglo XIX el ámbito cultural de Berlín estaba inmerso en una fascinación por lo escandinavo, por eso no resultó sorprendente que Munch fuera invitado a mostrar sus pinturas en Berlín. Sin embargo, la escena artística berlinesa era estricta y conservadora, atributos opuestos al estilo de Munch. La exhibición de Munch despertó críticas a nivel escándalo; un referendum en la Asociación de Artistas de Berlín decidió que la exhibición debía ser cancelada y eso generó una escisión en la Asociación de Artistas. Munch disfrutaba la conmoción que había causado: “no podría tener una mejor publicidad”, decía, mientras todo Berlín hablaba de él y le llovían pedidos para exhibir sus “infames pinturas” en otras ciudades alemanas.

En Alemania, Munch se relacionó con artistas librepensadores y otros intelectuales que frecuentaban el círculo “The Black Pidget”; la crítica decía Munch “capturaba las más delicadas y sutiles vibraciones del alma”, como si fuera “filosofía pintada”. La obra de Munch en este período presentaba emociones y estados primarios de la existencia humana, llevando al lienzo la soledad, los celos, el éxtasis, lo sagrado y lo sexual (“La muerte y la vida”, “El día después”, “Angustia” y otras). Estas nuevas ideas e imágenes muestran el alejamiento de Munch de la fe cristiana de sus padres; empieza a concebir la vida no como algo lineal sino como un ciclo infinito de nacimiento, reproducción y muerte.

La carrera de Munch en Europa levantaba vuelo. Había exposiciones suyas en Noruega, Alemania y Suecia. Empezó a hacer grabados en madera y litografías (hay grandes obras de Munch con estas técnicas) y a experimentar con diferentes formas de colorear, diseñando la innovadora técnica de “rompecabezas” para los grabados en madera; es en esta época en la que hace dibujos, grabados y cuadros relacionados con las obras del famoso dramaturgo noruego Henrik Ibsen.

En 1898 Edvard conoce a Mathilde Larsen (a quien llamaban Tulla), hija de un comerciante de Kristiania. Munch, por entonces excéntrico y bohemio, se acercó a ella, insegura y dudosa. Ella fue receptiva; cuando Munch decidió mudarse de nuevo a París, le propuso a Tulla acompañarlo y ella aceptó irse con él. La relación se transformó en una odisea de aristas dramáticas con picos de alto voltaje. Nuevamente Munch tuvo una actitud ambivalente en la relación: la buscaba y la rechazaba, disfrutaba sus “destellos” pero se sentía como “un fantasma” a su lado. Munch comenzó a tratar de alejarse de ella, más bien alejarla a ella de su vida: la enviaba de viaje con cualquier pretexto y se mudaba de ciudad sin avisarle, pero ella rastreaba sus pasos y lo seguía. Se pensaban, se deseaban, se encontraban, se separaban, se peleaban. Este juego perverso se extendió por gran parte de Europa y duró dos años. Munch no tenía el valor de romper con Tulla definitivamente, y había un detalle que le impedía separarse del todo: Tulla tenía dinero y él no. Cada vez que Munch se quedaba sin dinero, Tulla lo auxiliaba; a la vez, ella le escribía cartas impregnadas de deseo, urgiéndolo a reencontrarse con ella. Munch finalmente decide casarse con Tulla (según él, para tranquilizar la atormentada mente de ella): ella aceptó, pero no se reunieron; eso sí, Munch le pedía dinero con más frecuencia.

En esta época Munch comienza a incurrir en excesos en la bebida y decide alejarse de las grandes ciudades para mudarse a ciudades más pequeñas, y mientras Tulla forzaba el momento del casamiento, Munch huía del mismo: no respondía las cartas, perdía los documentos, se escapaba, se emborrachaba y se portaba con ella de manera insultante. En 1900 se separan, pero se reencuentran dos años después, luego de un intento de suicidio de Tulla; Munch fue a verla, y en ese encuentro la situación se volvió dramática e insostenible.

No se sabe con certeza qué ocurrió en ese encuentro. Munch se emborrachó y comenzó a juguetear con un revólver; en un momento el arma se disparó y el disparo alcanzó a Munch en el dedo medio de su mano izquierda. Cuando salió del hospital, Munch constata que Tulla ha desaparecido de su vida (se casaría poco después con el artista noruego Arne Kavli). Munch queda marcado por ese episodio y el desastroso final de su relación con Tulla Larsen acosaría siempre sus pensamientos. No se sabe quién disparó a Munch (Tulla, él mismo o un tercero), que hizo una pintura en la que se muestra a sí mismo en la sala de operaciones (“En la mesa de operaciones”) reflejándose a sí mismo como víctima.

En 1902 Munch fue el único artista en exhibir 28 pinturas en la exposición de Secesión de Berlín, presentando su “Friso de la vida”, un conjunto de 22 pinturas que representaban aspectos esenciales de la existencia humana: de la juventud y la inocencia al amor y el deseo, la pérdida y la muerte. La obra final del ciclo era la obra “Metabolismo.Vida y muerte”, originalmente titulada “Adán y Eva”. En esta etapa de Berlín Munch comienza a pintar niños, secuencias de playa y familias; también pinta retratos por encargo para personas acaudaladas, lo que le genera buenas ganancias, llegando a hacer un retrato de Nietzsche (ya fallecido) por encargo de su hermana Elisabeth.

También en Berlín conoce a la violinista inglesa Eva Mudocci (nacida Evangeline Muddock), que realizaba una gira de conciertos por Europa. Se atraen mutuamente, se reencuentran en París y viven un romance teñido nuevamente por el conflicto entre la atracción y el rechazo. Munch sentía que la intimidad con una mujer involucraba el riesgo de perder su creatividad y consideraba que la culminación sexual era nociva para su potencia creativa; sin embargo, Eva fue la modelo de algunas de sus obras consagradas (“El prendedor”, “Salomé”, “Cabeza con cabeza”). El romance con Eva no se afianzó porque Munch no había podido superar las consecuencias de su relación destructiva con Tulla Larsen. A esta altura ya bebía en exceso y una especie de paranoia malsana le hacía ver enemigos en todos quienes lo rodeaban; se sentía perseguido, despreciaba a los Bohemios de Kristiania, decía que todos lo habían traicionado. Enardecido por el alcoholismo, el stress y una energía desbocada, se involucraba con frecuencia en escándalos y peleas en casi todos lados; se había vuelto insufrible, y varias obras reflejan esos momentos de su vida (“El pleito”, “Autorretrato en el infierno”, etc).

Mientras pasa de una crisis a otra, Munch descubre una nueva dimensión de su arte: a tono con el movimiento naturista que se había vuelto popular en el norte de Europa, comienza a pintar hombres desnudos bañándose en el mar (“Jóvenes bañistas”). Pinta varios autorretratos (siempre lo hacía cuando se agudizaban sus crisis), y si bien está consciente de su estado alterado, no busca calmarse; sigue viajando, bebiendo y sufriendo su paranoia, gritando a los cuatro vientos en contra de Tulla Larsen y de todos sus “enemigos”. A esta altura sus ingresos ya eran buenos, pero la autodestrucción seguía su curso.

Finalmente, en 1908 es internado en Copenhague en la clínica del Dr. Daniel Jacobson, quien trata a Munch con una mezcla de medidas diferentes y simples: dormir bien, abstinencia de alcohol y tabaco, comer sano, terapia física y tratamientos “eléctricos”. Munch se muestra colaborativo, pasa siete meses en la clínica y queda muy agradecido con Jacobson, a quien pinta en un óleo (“Daniel Jacobson”). Mientras se recupera, Munch recibe la noticia de que en Noruega se le ha otorgado la Orden de San Olav, una de las distinciones más prestigiosas que podía recibir un noruego. Tras mucho tiempo de distanciamiento y tensión, el artista siente que “finalmente mi país me extiende la mano”.

Al salir de la clínica vuelve a Noruega y se instala en una casa grande en Kragerø, con la intención de empezar una nueva etapa en su vida. Está bien económicamente y envía ayuda a su tía Karen y a sus hermanas Inger y Laura, que sufría alteraciones mentales y a quien retrata en otra célebre pintura (“Melancolía”).

Cuando Noruega se vuelve plenamente independiente, la Universidad de Oslo, imbuida del sentimiento patriótico del momento, recibe tres grandes lienzos de Munch (“El sol”, “Historia” y “Alma mater”) y ocho paneles laterales para su salón de actos (llamado “Aula”), que incluye en esas trascendentes obras elementos de espiritualidad y sabiduría.

Hacia los comienzos de la Primera Guerra Mundial (conflicto en el que Noruega se declara neutral) Munch compra una enorme finca de 45.000 m2 en Ekely, en las afueras de Kristiania. En ella permanece casi todo el tiempo, explorando sus alrededores, cultivando frutas y verduras, criando animales, casi transformándose en un granjero. Los motivos de sus pinturas empiezan a mostrar escenas de la vida en la finca (“Segando el trigo”, “Bosque de olmos en otoño”, “Mujer con amapolas”), conflictos obreros en la ciudad (“Fuego en Gronland”, “Trabajadores camino a casa”) y escenas de guerra (“Guerra”).

Munch adquirió entonces el inusual hábito de pintar y almacenar obras de arte a la intemperie. En Ekely se hizo construir varios estudios, pero almacenaba y colgaba obras grandes en los muros exteriores, dejándolas expuestas a los cambios estacionales aunque les nevara, les lloviera, el viento les arrojara polvo o las aves dejaran en ellas sus deshechos. Es por eso que las pinturas de Munch de esta época se encuentran en mal estado, con lienzos sucios y dañados y colores desvanecidos. Munch decía que buscaba alcanzar una estética diferente, personal y única. A este método se lo denominaba “Cura de caballo” (“Hestekur”, en noruego) y sostenía que el clima noruego y las condiciones externas harían que sólo las realmente excelentes y fuertes resistieran y se hicieran bellas e interesantes.

Munch pintó una gran cantidad de cuadros con desnudos femeninos (“Desnudo de pie con los brazos en la cabeza”, “Modelo desnuda en el diván”, “Modelo junto a la silla”, “El artista y su modelo”, etc), muchos autorretratos con botellas, vasos, en su habitación, con otras personas (“El paseante nocturno”, etc). Incursionó en la fotografía y la misma tuvo impacto en varios de sus cuadros y dibujos, en los que incluía un doppelgänger semitransparente (“La muerte de un bohemio”).

En esta época Munch ya era independiente y sólido económicamente, y no le gustaba desprenderse de sus pinturas; las llamaba “sus hijos” y prefería realizar copias para los clientes a entregar pinturas con las que se había encariñado. Munch se había vuelto un artista célebre reconocido internacionalmente y un hombre rico. Pero su naturaleza volvía a aflorar y se buscó un nuevo enemigo: el fisco. Las autoridades impositivas no sólo consideraban que debían pagar impuestos los bienes de Munch sino también las pinturas que Munch no tenía intención de vender (según él, porque no estaban terminadas). Para Munch esto era muy injusto: “¿Se cobran impuestos no sólo a la vaca y a la leche, sino al embrión del ternero en el abdomen de la vaca?”, decía. Otros argumentos de Munch apuntaban al famoso escultor noruego Gustav Vigeland, a quien el Estado había donado un terreno de enormes dimensiones en Kristiania (“Vigeland no paga ningún impuesto”, sostenía), acusándolo además de haberle robado la idea de su obra “La montaña humana” para la obra escultórica “El monolito” (hoy en el parque Vigeland, en Oslo), que muestra una montaña monumental de cuerpos humanos escalando hacia los rayos del sol.     

En la década del ’30 Munch era el pintor más destacado de Noruega, era premiado y reconocido y, aún despertando polémicas, sus obras eran exhibidas incluso fuera de Europa. Por entonces, Joseph Goebbels, ministro de cultura y propaganda de la Alemania nazi, elogiaba su arte como “brotado del suelo nor-germánico”; sin embargo, en otros sectores alemanes se opinaba lo contrario y asociaban el arte de Munch con los movimientos avant-garde del arte moderno, lo que tenía un “sabor judío” de acuerdo a la mentalidad estética del régimen. En 1937, cuando la muestra de “Arte Degenerado” se exhibió en Munich (Munch tenía varias obras incluidas en la muestra) la exposición fue calificada como “una expresión de la degeneración de la sociedad moderna”, y las obras fueron confiscadas por toda Alemania.

En 1940, una semana después de que los nazis invadieran Noruega, Munch reescribió su testamento, legando oficialmente casi toda su obra artística al municipio de Oslo. Se dice que su intención era proteger sus obras de las garras de los nazis; si bien podría pensarse que el gobierno noruego carecía de una total autonomía y poder, tenía más recursos para defender sus obras que él mismo. Su hermana Inger recibió todas sus propiedades, más de cien grabados y sus cartas.

Durante los últimos años de su vida Edvard Munch estuvo alejado de la escena artística y del público, pasando con su hermana Inger el final de sus días; a fines de diciembre de 1943 enfermó de gripe, se fue sintiendo cada vez más débil y ya no pudo levantarse de la cama. Murió mientras dormía, en su casa en Ekely, el 23 de enero de 1944.

A su muerte, Edvard Munch había alcanzado logros sin precedentes en el arte noruego; alcanzó a ver sus obras expuestas en cientos de exposiciones en Europa y otras partes del mundo, se habían escritos libros y artículos sobre él y su obra y había sido reconocido como un pionero trascendente por la nueva generación de artistas, convirtiéndose en el artista más famoso de Noruega.

Hoy, Edvard Munch ha pasado a formar parte de la cultura popular y de la identidad noruega, y muchas de sus obras tienen una inexplicable capacidad de conmover a quien las observa. Magia, le dicen.

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