Julio Cortázar: El gigante de ojos azules

“Detrás de este triste espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria…”

Gracias a sus libros, Julio Cortázar no ha muerto, aunque haya fallecido en 1984. En un principio, se dijo que la causa de su muerte fue leucemia, pero con los años se descubrió que había contraído el virus de HIV a través de una transfusión de sangre realizada años antes, luego de una hemorragia digestiva. En ese entonces, el SIDA era una afección huérfana de nombre, una parca misteriosa y cruel que hacía estragos como esos asesinos seriales que por años se cobran sus víctimas, dejando rastros como en un rompecabezas incompleto que los investigadores no logran descifrar. Y Cortázar fue una de sus primeras víctimas…

Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 en Bélgica, cuando el país estaba ocupado por los alemanes. Su padre era un funcionario del servicio diplomático argentino. Tras la guerra, la familia volvió al país y se  instaló en Banfield, donde el joven tuvo lo que dio en llamar una “infancia brumosa”. Su padre abandonó el hogar y Julio jamás lo volvió a ver. Pasó su infancia rodeado de las mujeres de la familia. Niño retraído, su mejor compañía fueron los libros. Leía tanto que su madre consultó a un médico, quien recomendó aire y sol…

Más de una vez los médicos deben opinar sobre temas que no son estrictamente profesionales ni han sido preparados para estas contingencias, razón por la única guía es el sentido común, que no siempre es tan común. Julio pasó seis meses sin tocar un libro por prescripción médica y convicción materna .

Esta natural inclinación por las letras culminó con una precoz predisposición literaria; desde los nueve años volcó su talento en escribir cuentos y poemas “afortunadamente extraviados”, como contó Cortázar.

Fue docente y oficinista en distintas ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires (Bolívar, Saladillo, Chivilcoy), viviendo en pensiones donde aprovechaba el tiempo para leer y escribir largas cartas. Algunas han sobrevivido al olvido y al extravío.

En 1944, ingresó como profesor de literatura francesa en la Universidad de Cuyo, pero renunció con el advenimiento del peronismo. No quería “sacarme el saco, como le pasó a tantos colegas”.

De esa época es “Casa Tomada”, “La otra orilla” y “Bestiario”. También entonces conoció a Borges quien lo recuerda como a una persona muy alta y de rasgos que su dificultad visual le impedía apreciar. Cortázar frecuentaba el mundillo literario porteño, escindido entre el grupo de Florida y el de Boedo, mientras estudiaba para recibirse de traductor público.

Disconforme con el régimen peronista, dejó el país en búsqueda de otros horizontes. También pesaron otras razones de tipo personal y familiar, pero la excusa política primó sobre las razones más íntimas. Con el tiempo sus inclinaciones fueron hacia la izquierda, entusiasmado con el régimen castrista. Durante la dictadura militar, obtuvo la nacionalidad francés. Solo regresó al país con la vuelta de la democracia. Pidió un entrevista con el presidente Alfonsín, pero esta nunca se concretó…

El primer trabajo de Cortázar en el exterior fue traducir la obra completa de Edgar Allan Poe,  considerada por muchos la mejor traducción del torturado escritor americano.

En esos primeros años de exilio se hizo evidente un tema: no paraba de crecer. No solo en altura, sino también sus manos y pies. También se notó un cambio progresivo de sus rasgos faciales. Algo parecido a lo que el pasaba a Edmundo Rivero (“fui una letra de tango para tu indiferente melodía”) .

Cortázar (y Rivero) padecían una enfermedad endócrina caracterizada por la secreción en exceso de la hormona de crecimiento. Como los huesos largos solo crecen hasta los veinte y pico, la hormona actúa sobre los dedos de las manos, los pies y la mandíbula, confiriéndoles un aspecto muy particular que era más evidente en Rivero y que Julio Cortázar disimulaba con una barba.

Cuando murió, Cortázar medía 193 cm, y “sus  brazos largo eran tan largos”, recordaba Eduardo Galeano, “que con un solo brazo nos abrazaba a los dos”.

El tema de la barba tiene otra connotación fisiológica, ya que de joven Cortázar era lampiño. Algunos autores opinaban que por su falta de vello, su hábito marfanoide (a los médicos nos encanta poner nombres de distintos colegas para hacer parecer nuestro oficio más difícil, la Enfermedad de Marfan produce alteraciones en las articulaciones y los que la padecen suelen ser muy altos), y esterilidad (dado que, a pesar de sus varias parejas, no tuvo hijos), Cortázar podría haber sufrido un síndrome de Klinefelter (afección genética conocida como XXY, por tener un cromosoma X extra que se acompaña de hipogonadismo). Sin embargo, este diagnóstico no pasó del plano especulativo.

Lo que sí ocurrió es que estando en París, Cortázar recibió un tratamiento hormonal, y de lampiño, pasó a barbudo… Lo más probable es que, como el gigantismo acromegálico cursa con disfunción hormonal, haya recibido testosterona, lo que propició el crecimiento de la barba, que Cortázar usó a la moda de los 60 cuando el castrismo era mirado como un movimiento liberador y nadie pensaba que pasaría 60 años en el poder ….

Según su biógrafo, Miguel Dalman, en esa época de tratamiento con testosterona “se acaba el intelectual retraído y monógamo” y surge un célebre escritor acosado por el deseo, en búsqueda de satisfacerlo a la brevedad. Su literatura se tiñó de connotaciones eróticas cubiertas por las proteiformes caras del amor.

“Pobre amor el que de pensamientos se alimenta”

“Si te caes, te levanto y sino me acuesto contigo”

“Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo. Lo que me gusta de tu sexo es la boca…”

“Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará”

“Me atormenta tu amor, que no me sirve de puente…”

“Música! Melancólico alimento para los que vivimos de amor” (Cortázar era un fanático del jazz).

Incluso Vargas Llosa, en un encuentro con Cortázar, se sorprendió de su monotema erótico.

Esta fue parte de la vida de un escritor gigante de ojos azules que nos deslumbró con su literatura, con esos saltos de “Rayuela”, ese atascamiento infinito en una carretera –como una metáfora de nuestra existencia—, con esos monstruos que acechan y los mundos que dan vuelta cada día.

Esta pincelada por sus enfermedades no pretende explicar nada de su obra  porque “toda explicación es un error bien vestido”…

«En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también al basural».

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