Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) se retiró a su propiedad de Cagnes-sur-Mer, cerca de la Costa Azul, cuando el reumatismo que lo atormentaba limitó su movilidad mas no su espíritu. Luchó hasta el último aliento contra la enfermedad que desde 1888 lo tenía a maltraer.
Nunca tuvo buena salud Pierre-Auguste, la vida disipada de bohemio, una dieta irregular (que compensaba cuando su amigo Monet lo invitaba a comer) y las limitaciones económicas que lo atormentaron por años, le ocasionaron frecuentes enfermedades respiratorias que lo postraban por largas temporadas pero no limitaban su enorme deseo de pintar.
Renoir vivía por y para su arte, un reflejo de la alegría de vivir que plasmaba en sus cuadros. Jamás pintó obras mitológicas ni de momentos torturados, ni sufrimiento alguno. Lo suyo eran las flores, las reuniones de amigos, los bailes a orillas del Sena, los niños, los retratos de mujeres hermosas, sus modelos desnudas…
Fueron varias las modelos que posaron para el pintor, como Lise Tréhot, a quien pintaba como una odalisca, o Suzanne Valadon (la madre de Maurice Utrillo) con quien tuvo una conflictiva relación. También retrató a Henriette Henriot, una actriz del Odeón que aparece en su obra ,“El Palco”, pero la que reina en su obra es Aline Charigot a quien refleja de cien formas distintas y con quien compartiría el resto de sus días (ella murió en 1915 y él 4 años más tarde).
Jean Renoir (1894-1979), el hijo de Auguste y célebre cineasta, afirmaba que su padre comenzó a pintar a su madre antes de conocerla –y efectivamente hay obras de 1876 donde aparece una modelo muy parecida a Aline– .
Hacia 1880, después de haber sufrido desaires y burlas por su pertenencia al grupo que los críticos de arte llamaban con cierto tono burlón, los impresionistas, Renoir se convierte en un artista mundialmente conocido. Sus obras se venden en Londres, Milán y Nueva York. Viaja, conoce mundo y sigue pintando a Aline y criando a sus hijos.
Algunos sostienen que sus retratos de Aline se asemejan a la obra de Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), quien también tomó de modelo a su esposa. “Es mi pincel con lo que yo hago el amor”, decía Renoir .
Con su familia se muda a Essoyes en busca de un clima más benigno para la salud declinante del artista. Allí sufre una parálisis facial que le deja una pequeña secuela como puede verse en los autorretratos de su madurez. Renoir disimula esta secuela retratándose de perfil o con una ligera inclinación de la cabeza … Su barba también ayuda a disimular la asimetría facial.
En 1889 sufre un accidente de bicicleta y se fractura el brazo derecho, pero a raíz de otra fractura, Renoir había aprendido a pintar con su mano izquierda. De acá en más nadie puede decir cuándo una obra fue pintaba con una mano u la otra.
Un dolor insistente compromete sus movimientos. Reumatismo es la condena del médico. Por 20 años todos los días y sus noches, estará atormentado por ese dolor que lentamente lo reduce a una silla de ruedas. Sin embargo la adversidad no lo doblega. Cada nueva limitación la compensa con su espíritu indomable, sus ganas de vivir y la ayuda de su familia y el personal de servicio que tiene a disposición.
No se da por vencido y hace malabares con pelotas de cuero, juega al pillar, al bádminton…. Sabe que si se queda quieto es más difícil ponerse en marcha y de esta forma comienza una carrera contra la invalidez.
Se convierte en el inventor involuntario de la ergoterapia, 40 años antes de que surgiese como medio terapéutico.
En los últimos 20 años de su vida nace Claude, su tercer hijo, su carrera es reconocida con la Legión de Honor y en el Salón de Otoño de 1904, una sala lleva su nombre.
En 1903, nuevamente se muda en busca de un clima más clemente. Renoir y su familia se trasladan a Cagnes-sur-Mer, una zona famosa por sus flores que nutren a la industria del perfume. Allí en “Le domaine des Collettes”, su nueva casa está lista para albergar al pintor de movilidad cada vez más limitada. Lo asiste Gabrielle Renard (1878-1959), una prima de Aline quien también se convierte en su modelo. Gabrielle aparece en “Las bañistas” esas mujeres que lucen sus cuerpos desnudos bajo la luz del Mediterráneo. “Lo único que exijo de una modelo es que su piel no rechace la luz”, comenta el artista.
1915 es un año oscuro para Renoir, muere Aline y sus hijos Pierre y Jean parten para la guerra. Francia se desangra en sus trincheras, pero Renoir sigue pintando esa belleza cotidiana, de flores, colinas con olivos, y de mujeres hermosas. “Necesito sentir la emoción de la vida”, repite una y otra vez este hombre que jamás se da por vencido …debe atarse los pinceles a las manos que se han deformado a tal punto que no puede sostenerlos. Si embargo, él sigue pintando porque “el dolor se va, pero la belleza queda”.
Sus hijos vuelven de la guerra, los han herido tanto en el cuerpo como en el espíritu … han visto los horrores de esa contienda espantosa pero vuelven una vez más a la calidez de Cagnes-sur-Mer, donde se acumulan los cuadros que su padre produce diariamente.
El 2 de diciembre de 1919, ya no puede moverse de la cama, pero pide un lienzo y sus pinceles para pintar una flores que Gabrielle ha juntado para él. Cuando termina el cuadro, Renoir dice como pensando en voz alta: “Creo que empiezo a entender algo al respecto”. Y luego calla. Sus ojos se cierran y no volverán a ver la luz que dio vida a sus pinturas.