Los hombres de buena voluntad que poblaron la Argentina quisieron brindar, durante las celebraciones del Centenario, homenaje y agradecimiento a la nueva patria que los había acogido
Agrupados por sus países de origen, las distintas colectividades reunieron sus aportes para regalar monumentos a la ciudad de Buenos Aires que a principios del siglo XX no era el museo al aire libre que conocen sus habitantes, bastante distraídos sobre la envergadura e importancia de las estatuas que ornamentan sus paseos públicos.
Fue así como las colectividades francesa, alemana, inglesa, suiza y austrohúngara, entre otras, nos regalaron monumentos y estatuas que dispersaron por la ciudad. La comunidad española no podía ser ajena a este evento y se organizó para donar un monumento “por los hijos de España residentes en la Argentina”, financiado mediante una suscripción popular.
El Monumento a los Españoles
La piedra fundamental del monumento fue colocada en 1910 durante el gobierno de Figueroa Alcorta. En dicho acto, participó la Infanta Isabel de Borbón, tía del rey Alfonso XIII, un personaje célebre y querido.
El lugar elegido para el emplazamiento de dicha obra había sido el hogar de don Juan Manuel de Rosas. Actualmente ocupa el rond point entre las avenidas del Libertador y Sarmiento, rodeada por el exzoológico porteño (emplazado en ese lugar por una ocurrencia no bien intencionada de Sarmiento, quien dictaminó que ese lugar donde habían habitado “bestias” sería la mejor opción para que habitasen animales).
En una de las esquinas que enfrenta al monumento, hay una estatua de Carlos III, el fundador del virreinato del Río de la Plata. Del otro lado, curiosamente, se ha emplazado la escultura de Rodin que retrata a Sarmiento. El sanjuanino no era muy afín con nuestra herencia española a la que despreciaba.
Por último, en esta ciudad de contrastes que es Buenos Aires existe un monumento ecuestre a Juan Manuel de Rosas para continuar con el silencio del bronce los enfrentamientos que caracterizaron a nuestra patria.
Muchas veces los monumentos de la ciudad son emplazados siguiendo una lógica de antagonistas. A Lavalle lo pusieron frente al palacio de una familiar de Dorrego; a Sarmiento, frente a Rosas; y al “Pensador” que Rodin colocó coronando las puertas del infierno, en Buenos Aires lo pusimos a las puertas del Congreso.
Esta obra donada por los españoles se destaca entre los monumentos de las demás comunidades por su ubicación de privilegio, por sus dimensiones y por su estética ecléctica. La obra fue encomendada a Agustín Querol y Subirats en el año 1900, es decir, con la debida anticipación que de poco sirvió porque este notable escultor tuvo la mala fortuna de morirse antes de tener concluida la obra. En realidad, solo tenía el basamento de bronce que le da su nombre a este monumento: “La Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas”.
Al frente del basamento se lee un fragmento de nuestra constitución donde reza que su intención era “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. En los otros laterales, dice “un mismo idioma”, “grande sus destinos” y “una misma estirpe”.
Las cuatro figuras alegóricas en bronce, representan La Pampa, el Chaco, el Río de la Plata y los Andes; complementa la obra dos grupos de nereidas a los pies del pedestal.
Un monumento y muchas desaveniencias
La colectividad española eligió a uno de los amigos de Querol para finalizar este monumento, Cipriano Folgueras Doiztúa, artista naturalista que, además de la obra en Buenos Aires, se hizo cargo de la Columna del Centenario en Guayaquil.
Folgueras murió en 1911, razón por la cual no pudo concluir las obras encomendadas. A esta altura la colectividad española en la Argentina estaba consternada, ¿cómo continuar? Pues los discípulos de Querol se organizaron, y uno de ellos, Antonio Moliné, se encargó de concluir este monumento.
Por esta accidentada historia es que las esculturas que la conforman cambian de estilo a medida que ascendemos: neoclásico en su base de la que sale una columna que va cambiando hacia estilos más imprecisos.
No acabaron acá las desavenencias, todo parecía una confabulación para fastidiar a la colectividad española en la Argentina porque cuando necesitaron el mármol de Carrara, se declaró una prolongada huelga en dicha cantera. Al final, parte de la obra llegó a estas orillas en 1916 pero al emplazarla se quebró el brazo de una de las figuras y hubo que reinsertarlo.
Ese mismo año se hundió frente a las costas de Brasil el “Príncipe de Austrias”. Lamentablemente se perdieron 457 vidas y el material necesario para concluir este monumento… Un año más tarde fueron enviados desde España los materiales que faltaban pero fueron retenidos por la Aduana en forma inexplicable…
En 1926 –es decir, 26 años desde iniciada la obra por Querol– se estaba en condiciones de inaugurarla, pero la Municipalidad de Buenos Aires no había concluido la vereda ni estaban disponibles las luces, razón por la cual su inauguración fue postergada hasta 1927. Este acto contó con la presencia del presidente Alvear y la del embajador Antonio de Zayas, duque de Amalfi (un conocido literato), como representante de Alfonso XIII.
Poco duró en el puesto el duque porque junto a Ramón Franco (hermano del caudillo y popular piloto del Plus Ultra) protestaron por el establecimiento de una línea aérea regular entre Francia y la Argentina que desalentaba el asentamiento de una línea de bandera hispana. Por esta intromisión en los asuntos internos de una nación amiga, Franco fue arrestado y el duque pasado a disponibilidad por disposición del gobierno español.
En 1991, el gobierno de Brasil logró rescatar del lugar del naufragio una ninfa de dos metros de altura, pero, a pesar del amable ofrecimiento de ser restituida a sus destinatarios, la Legislatura de Buenos Aires no ha resuelto su restitución y la obra languidece en la basa naval de Ilha das Cobras en Río de Janeiro.
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