La resistencia a la inteligencia artificial

De Frankenstein a Pigmalión pasando por los luditas: La resistencia a la inteligencia artificial

La Inteligencia Artificial (IA) está en boca de todo el mundo. Hasta hace pocos meses atrás la IA parecía la salvadora de la humanidad. Todos imaginaban un mundo perfecto con uso racional de los bienes, administración adecuada de los recursos, y una medicina cibernética donde el Dr. House parece un residente de primer año… Casi, casi como el mundo de los Supersónicos.

En pocas semanas la historia se dio vuelta y el futuro del mundo por la IA parece una secuencia de la serie de Mad Max o Blade Runner. En una encuesta de 700 académicos que trabajan para empresas relacionadas a la IA, la mitad de ellos declaró que existía un diez por ciento de posibilidades que su uso indebido podría conducir a la extinción de los humanos. Después de estas estimaciones todos se han llamado a sosiego y hasta Elon Musk ha propuesto tomarse un tiempo para valorar las consecuencias (de hecho él fue víctima de una noticia falsa digitada con ayuda de IA).

La pregunta de fondo es, ¿estamos preparados para manejarnos con IA?

En cien años hemos progresado lo que no hicimos en milenios de civilización. Estos avances tecnológicos nos han permitido vivir más y mejor, liberarnos de trabajos esclavizantes, realizar tareas automáticas con máquinas ultrarrápidas (pero tan estúpidas como los humanos porque no aprendían de sus errores). Sin embargo, el avance tecnológico no nos hizo mejores personas .

Como en todo proceso creativo, el ser humano se enamoró de su criatura al igual que Pigmalión lo hizo de una estatua por él creada .

En la obra de Mary Shelley, el Dr. Frankenstein tiene una fascinación inicial por su criatura hecha de retazos humanos, pero pronto se da cuenta de las conductas impredecibles del monstruo y se esfuerza en destruirlo con nefastas consecuencias para el doctor.

Las maquinas industriales evolucionaron en menos de 250 años, y su desarrollo fenomenal creó miedos y la suspicacia que ellas venían a “robar” el trabajo de los operarios. Fue así como en el siglo XIX surgió el movimiento Ludita, así llamado por un mítico Ned Ludd, hipotético líder de una revolución que proponía la destrucción de estas máquinas que amenazaban las fuentes de trabajo.

Los luditas se alzaron contra las máquinas, los neoluditas contra las computadoras y esta moda de someternos a sus dictámenes, a una suerte de “dictadura digital” donde todo tramite debe pasar por estas máquinas (ponga su número de documento, después la clave, apriete la X, saque la tarjeta, disque 1, etc., etc., etc.). Esta presión por digitalizar todo dio lugar en España a un movimiento que al grito de “Somos mayores, no idiotas” forzó a los bancos a tener sistemas más amigables para aquellos no adentrados en el uso de la tecnología.

Volviendo a la IA, cabe destacar que el ser humano, a pesar de estos avances tecnológicos, es esencialmente el mismo desde hace miles de años. Amamos, odiamos, somos títeres de nuestras hormonas y esclavos de nuestros neurotransmisores. Nos sigue gobernando la abulia, los celos, la envidia y la codicia. ¿Qué hemos mejorado en estos años? ¿Somos mejores que Newton, que Leonardo, que Santo Tomás? ¿Qué ha cambiado en nuestra corteza cerebral? ¿Acaso somos mejores personas con una ética superior?

Probablemente seamos menos crueles con los animales, pero igualmente perversos con nuestros congéneres. Y, sino que hablen las víctimas de los campos de concentración, de las bombas nucleares, los bosnios, los serbios, los croatas, los tutsis y los ucranianos.

Hablamos de igualdad, pero las diferencias son cada vez mayores. Hablamos de libertad, pero la mutilamos con decretos, ordenanzas y ahora restricciones digitales.

Hablamos de democracia, pero nos venden a candidatos como si fuese un lavarropas… y cabe la posibilidad que con la IA la manipulación llegue a extremos insospechados.

Además, queremos ceder a un algoritmo la parte más íntima de nuestra condición humana: la creación. ¿Necesitamos que las máquinas con IA pinten, escriban discursos, creen novelas, compongan música y hagan poemas?

La facilitación de la búsqueda y la redacción provocará una distorsión educativa. ¿Quién redactó la tesis, la composición, o el ensayo? ¿Fue el alumno o el programa? ¿Cómo podremos valorar su nivel académico de aquí en más? Toda búsqueda bibliográfica se reducirá a apretar un botón.

La manipulación de la genética humana llevó a un debate profundo para saber qué se podía y qué no se podía hacer. Es el momento de debatir hasta dónde debemos llegar con la IA antes de arribar a un punto de no retorno.

En  el fondo, somos primates evolucionados que manejamos armas sofisticadas. La mejor metáfora de esta condición es la imagen de la película de Stanley Kubrick 2001: Odisea del espacio, cuando un hueso arrojado por los monos se convierte en una nave espacial al son de un vals de Strauss.

Nuevamente estamos al borde de un Armagedón nuclear porque las tecnologías han quedado en manos de incautos, incapaces e inmorales. Lo mismo va a pasar con la IA.

En última instancia, además de preocuparnos por la inteligencia artificial, ¿no deberíamos prestar más atención al deterioro de nuestra inteligencia natural?

Que algunos se cuestionen las consecuencias es un dato esperanzador.

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