Marie Curie y las radiaciones

Nacida en Polonia, se llamaba Maria Salomea Skłodowska. En su país recibió una esmerada educación gracias a su padre, también un destacado matemático que veló por la formación de sus hijas, aunque en esa Polonia dominada por los zares rusos la educación a las mujeres estaba vedada.

La infancia de Marie quedó marcada por la muerte de su madre por tuberculosis cuando ella solo tenía 10 años y por la de su hermana Zofia por tifus. Estas pérdidas tempranas la hicieron cuestionarse la existencia de una divinidad que sometía a sus criaturas a instancias tan crueles. Toda la vida se declaró agnóstica.

El pueblo polaco, para mantener su identidad e historia, impartía en forma secreta cursos sobre sus tradiciones. Marie fue una ferviente patriota y nunca olvidó su patria natal, a punto de llamar “polonio” a uno de los elementos transuránicos que descubrió.

Debió oficiar de institutriz en una familia adinerada para solventar sus estudios en la universidad clandestina que sus connacionales llamaban “volante”, donde se permitía el ingreso de mujeres.

Marie tuvo un desafortunado romance con su primo, Kazimierz Żorawski, quien con los años se convertiría en un conocido matemático. Los padres de Kazimierz rechazaron a esta joven como novia de su hijo, razón por la cual Marie volvió a Varsovia y de allí viajó a París donde se había instalado su hermana Bronisława Dłuska para estudiar medicina; ambas hermanas se asistieron mutuamente para sobrellevar las estrecheces del exilio.

Cuentan que Żorawski en su vejez, después de haber sido profesor y rector de la Universidad de Krakow, solía sentarse por largas horas frente al monumento de Marie Curie erigido en Varsovia, justo frente al instituto que llevaba el nombre de su amada de la juventud. ¿Qué hubiese sido de Marie de haberse casado con Kazimierz?

No sin esfuerzos, dada la dificultad de estudiar ciencias en un idioma que no era su lengua materna, obtuvo el título de física en 1893 y de química un año más tarde cuando conoció al que sería su marido, Pierre Curie. La pasión por las ciencias los unió, pero cuando Pierre le propuso matrimonio, ella rechazó la propuesta porque aún fantaseaba con volver a Polonia. Y así lo hizo, pero le fue vedado ingresar a la Universidad de Krakow.

Pierre, con quien mantenía una relación epistolar y donde él la ponía al tanto de su trabajo sobre magnetismo, le propuso volver a París para concluir su doctorado.

Marie volvió y algunos amigos afirmaron que ella se convirtió en “el mayor descubrimiento de Pierre”.

“Sería una cosa preciosa”, le escribió Pierre, “si pudiéramos pasar nuestra vida cerca uno del otro, hipnotizados por nuestros sueños: tu sueño patriótico, nuestro sueño humanitario y nuestros sueños científicos”.

Se casaron el 26 de julio de 1895. La novia para la ocasión lució el uniforme azul que usaba en su trabajo.

El joven matrimonio compartía otras pasiones como los largos trayectos en bicicleta por la campaña y los viajes al exterior.

El genio de Marie eclipsó a los ojos de la historia los méritos de Pierre, quien no solo la “descubrió” y la estimuló, sino que gran parte de los estudios sobre la radioactividad que hizo Marie fueron ejecutados en el “electrómetro”, un aparato desarrollado por Pierre.

El 20 de abril de 1902, tanto Pierre como Marie, trabajando juntos en su primitivo laboratorio de París, pudieron aislar las sales radio. Fue un descubrimiento conjunto. Él siempre reconoció que eran un equipo. Cuando fue nominado para el Nobel, Pierre se resistió a que le fuese entregado el premio sin el reconocimiento a su esposa y así la convirtió en la primera mujer en recibir un Nobel.

Pierre murió en un accidente de tránsito el 19 de abril de 1906, una tragedia devastadora para Marie, por entonces madre de 2 hijas –una de ellas estaba destinada a seguir los pasos de su madre y sumar otro Nobel a la familia–. La vida continuó, Marie fue la heredera de la cátedra de física que su marido había dejado vacante y logró el apoyo del Instituto Pasteur para un nuevo y más moderno laboratorio donde continuó sus estudios de radioactividad, sin sospechar entonces que estos rayos serían la causa de su fallecimiento.

Los prejuicios de la sociedad francesa que habían condenado al capitán Dreyfus por su condición de judío, también la rozaron a Marie, una extranjera, señalada también como judía (que no lo era) quien había vivido una aventura con uno de los colaboradores de su marido, el físico Paul Langevin, para colmo casado.

La difusión de esta relación impropia desencadenó un escándalo. Marie llegó a sufrir agresiones y manifestaciones frente a su hogar acusándola de “extranjera judía que destroza hogares”. Por un tiempo Marie y sus hijas desaparecieron de los lugares que solían frecuentan.

Por ese affaire la Academia Sueca estuvo a punto de negarle el otorgamiento del Nobel de Química por el descubrimiento del radio y el polonio. Uno de los miembros del comité, Svante Arrhenius (Nobel por la descripción del efecto invernadero –hoy tan en boga–) debió mediar para reparar esta injusticia. “No hay relación entre el trabajo científico y la vida privada”.

De acá en más su presencia fue requerida en distintos países a los que ella accedía a viajar un busca de medios para sostener económicamente sus investigaciones. Durante la Primera Guerra desarrolló equipos de rayos X para atender mejor a los heridos. Por este esfuerzo patriótico fue nombrada jefa de la Cruz Roja. Sin embargo, y a pesar de sus servicios, recién le fue concedida la Legión de Honor, cuando USA le otorgó la medalla del Congreso. Afuera de su país de adopción le reconocían lo que los franceses le retaceaban. Cuando llegó a Nueva York una multitud fue a recibirla y el New York Times publicó en su portada que Madame Curie tenía la intención de curar el cáncer con su descubrimiento: el radio. Fue el comienzo de un recurso terapéutico cada día más efectivo.

Marie Curie se convirtió en un símbolo, el de la científica dedicada, la mujer abnegada, horada por todo el mundo con premios, doctorados honoris causae, primer miembro mujer de una academia científica… y primera víctima de su descubrimiento.

En 1934, meses después de su última visita a su amada Polonia, murió Marie Curie de una anemia aplásica, secundaria a su exposición involuntaria a las radiaciones con las que trabajaba. Por su desconocimiento de los efectos biológicos, solía llevar isótopos radioactivos en sus bolsillos, pero sobre todo por el trabajo incansable usando aparatos de rayos X durante la guerra, su salud se había deteriorado.

Finalmente, su cuerpo y el de su marido fueron enterrados en el Panteón Nacional en la Iglesia Santa Genoveva de París.

Los documentos que acumuló durante sus años de estudios están tan contaminados por la radioactividad que debieron ser  guardados en cajas de plomo.

La radioactividad y nosotros

Desde Marie Curie a la fecha, hemos soportado dos bombas atómicas arrojadas a poblaciones civiles y cientos de ensayos nucleares, desde Bikini a Nevada pasando por Chernóbil, y acumulado  toneladas de evidencia de los peligros que entraña la radioactividad. Y, sin embargo, una vez más (y quizás más que antes) “we are on the eve of destruction” –en vísperas de destrucción como cantaba Bob Dylan hace más de 40 años–. Ahora hay no tan veladas amenazas de usar armas nucleares o volar plantas nucleares en los campos de Ucrania. Por tal razón es que conviene tener frescos los efectos deletéreos de las radiaciones ionizantes.

El daño se produce a nivel celular y es directamente proporcional a las dosis recibidas. La sensibilidad varía de acuerdo al tipo de células, es mayor en las  menos diferenciadas y que se reproducen rápidamente (como la piel y la sangre) y menos dañina en células más diferenciadas y de menor reproducción como las neuronas.

Los órganos más afectados son la piel, la médula ósea, el intestino y las gónadas.

Aquellas personas que sobreviven a la acción directa de las radiaciones (que implican  severas quemaduras en el cuerpo, náuseas y vómitos) a la larga sufren una alteración en su ADN, después de un tiempo de latencia que suele ser de años.

Pero no todos reaccionan igual, por ejemplo, tres ingenieros de la planta de Chernóbil (accidente ocurrido el 26 de abril de 1986) que se encargaron de descargar los millones de litros de agua debajo de reactor en los días posteriores al accidente recibieron una dosis altísima de radiación y, sin embargo, uno de ellos murió 19 años después y otros dos estaban vivos en el 2019… La resistencia es individual y cuanto mayor el adulto, más resistente será a las radiaciones (o menos tiempo tendrá para que se expresen las lesiones).

Las radiaciones desnaturalizan las uniones del ADN que se traducen en mutaciones, es decir errores en la trasmisión de la información genética. Estas mutaciones pueden generar canceres o, en su defecto, trastornos hereditarios ya que dicha mutación se hereda.

Sin embargo, y a pesar de los peligros , y aunque ya sepamos lo que Marie Curie desconocía, seguimos jugando con armas nucleares con la perseverancia de un niño travieso que insiste en poner los dedos en el enchufe.

A pesar de tanta civilización, cibernética, inteligencia artificial y dictadura digital seguimos siendo hombres de las cavernas con zapatos y armas nucleares en lugar de garrotes, lo que nos convierte en seres terriblemente peligrosos.

Y así nos va …

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