La respuesta inicial no parece complicada: para la mayoría, para el establishment, para los que toman decisiones que influyen sobre muchas personas, para los que gobiernan, para los que creen que se las saben todas, para los escépticos, para los incrédulos, para los que están informados de todo, para los medios de comunicación, para los analistas…
A lo largo de la historia, los humanos hemos analizado el pasado constantemente y en base a eso hemos sacado conclusiones que asumimos ciertas, en algunos casos hasta infalibles. Sin embargo, el análisis del pasado, por minucioso que sea, parece no decirnos tanto como creemos sobre el espíritu de la historia; apenas nos genera la ilusión de que la comprendemos. A eso se agrega el empecinamiento humano de asociar elementos para explicar que las cosas ocurren por alguna razón que no tardamos en ubicar, como para hacernos a la idea de que comprendemos el devenir de los sucesos.
Muchas veces la historia no avanza paso a paso sino a los saltos, pero nos gusta creer que conocemos cada escalón sólo porque acertamos varios seguidos. Cuando uno engorda a un cerdo dándole de comer bien todos los días, el cerdo confía en que la situación se prolongará, y probablemente crea que quien lo alimenta vela por su conveniencia (por la del cerdo): él come, y se siente seguro y confiado. El día en que lo cocinan, todo su razonamiento obviamente se desmoronará, pero no porque ocurra algo sorpresivo sino simplemente porque el cerdo, digamos, extrapoló hacia adelante algo que para él se había transformado en habitual. Era imposible que el cerdo dedujera correctamente lo que le iba a ocurrir al día siguiente si se basaba en lo que le había ocurrido en los últimos veinte días. Se podrá argumentar acerca del coeficiente intelectual del cerdo, pero a ese comentario se opone uno más que válido sobre la capacidad de pensamiento del humano en el análisis de determinadas circunstancias. “La misma mano que te da de comer, te matará…” dice la frase. Y es claro que así ocurre, pero no terminamos de aprenderlo, ya que buscamos enfrascarnos en una idea o conclusión que nos de seguridad ante la incertidumbre del futuro. Así, confundir una observación del pasado con algo trasladable al futuro es, como mínimo, ingenuo.
De esta incapacidad para comprender o asimilar el futuro surge el término “Cisne Negro”, concepto actual (desarrollado principalmente a partir de los ensayos del matemático, analista e investigador libanés-norteamericano Nassim Taleb) que designa la aparición de sucesos inesperados (pero muchos de ellos no “inesperables”) y sus consecuencias, que no siempre son negativas, pero que siempre toman por sorpresa al establishment dominante.
Y una de las principales causas por las que estos hechos inesperados desacomodan a todo el mundo es ese empirismo ingenuo por el cual tenemos la tendencia natural a fijar en nuestra mente y dar por lógicos e inamovibles aquellos casos y cosas que confirman nuestra visión del mundo; lo de siempre, transformar “relato” en “historia”.
El efecto del azar es tan menospreciado como excesivamente valorada es la relación causa-efecto en los acontecimientos. En realidad, lo que hacemos es atar explicaciones a los sucesos; eso hace que tengan más sentido para nosotros. Esa asociación a partir de lo que ya ocurrió y de lo que ya vimos hace que sigamos un solo camino: el más fácil. Buscamos patrones, los necesitamos para poner orden y que nos resulte más sencillo meter la información en nuestra cabeza. Esa misma tendencia nos impulsa a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es.
El problema de los “expertos” es que no saben qué es lo que no saben. Y en ese autoengaño se toman demasiado en serio sus propias proyecciones, adjudicándoles una precisión que no tienen, y que será cada vez menor a medida que pasa el tiempo. En fin, es lo de siempre: esa manía humana de querer explicarlo todo y de sostener que las cosas siempre ocurren por alguna razón explicable.
Son tantas las situaciones inadvertidas o inesperadas que cualquier enumeración sería insuficiente; las hay de todo tipo y en todos los ámbitos. Se mencionarán algunas pocas (poquísimas) como disparador, como para que cada uno recuerde alguna (o muchas) más…
480 a.C. Leónidas, el rey guerrero espartano, había derrotado a los persas del enorme ejército de Jerjes en el desfiladero de las Termópilas. Leónidas apuntaba a repetir su éxito, pero Jerjes lo sorprendió atacando por una ruta alternativa y masacró a los espartanos. Jerjes obtuvo el dato de aquella ruta sorpresiva porque un espartano, Efialtes, traicionó a los suyos debido a que Leónidas no lo había aceptado como combatiente a causa de sus deficiencias físicas, que le impedían sostener su escudo. Leónidas jamás imaginó que su rechazo a Efialtes, quien se sintió despreciado por el líder, podía traicionarlo. Subestimó los sentimientos y la perfidia de Efialtes, y eso le costó la vida a él y a sus hombres. Sencillamente, no lo vio venir.
1588. Felipe II de España se prepara para invadir Inglaterra. Cuenta para eso con La Armada Invencible, una impesionante flota dotada de todos los recursos bélicos de la época. Inicia su operación convencido de que la voluntad de Dios era que triunfara en su invasión. Pero dificultades con el clima, desencuentros en la logística, cambios en el itinerario, fallas de coordinación, vientos inusitados, etc, hacen que la Armada Invencible sufra una rotunda derrota: se pierden 50 barcos sobre un total de 129. Mueren alrededor de 15.000 hombres, más de la mitad de los hombres embarcados mueren en naufragio, inanición o enfermedad, mientras que los ingleses pierden apenas 8 barcos y unos 150 hombres. Ante el desastre, Felipe II atinó a decir: “yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos”. Y agregó: “ojalá Dios no hubiera permitido tanto mal, ya que todo se ha hecho para servirlo a Él.” En fin. No lo vio venir…
París, 1794. Georges-Jacques Danton, uno de los ideólogos y líderes de la Revolución Francesa, ha convertido al pueblo francés en una especie de ejército nacional ciudadano “ad hoc” dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden impuesto por “su” revolución. En esa época muere su esposa, y quizá afectado por eso o quizá comprendiendo que la república necesitaba ingresar en otra etapa, Danton cambia la dirección de su mirada. Comienza a distanciarse del régimen de terror que él mismo había ayudado a instaurar y se distancia de los asuntos del Estado; entiende que ese terror que él había desencadenado debía detenerse. Pero el pueblo no adhiere a su nuevo mensaje y esto lleva a sus enemigos a encontrar una oportunidad para deshacerse de él. Es así como Robespierre, su rival más importante, comienza a atacarlo y difamarlo, hasta que lo arrestan por traición, lo llevan ante el tribunal y lo ejecutan de la misma manera que él había hecho ejecutar a tantos otros. No la vio venir…
Junio de 1806, primera invasión inglesa a Buenos Aires. Los ingleses desembarcan en Quilmes y llegan casi paseando hasta Buenos Aires. Las autoridades del virreynato aceptan la intimación de Beresford, entregan Buenos Aires a los británicos y el virrey Sobremonte huye a Córdoba. Sin embargo, desde la nada, milicias urbanas, algunas tropas remanentes y pequeños escuadrones populares desordenados pero aguerridos atacan desde diferentes lugares a los ingleses, mientras los ciudadanos comunes usan lo que tienen a mano para echarlos. Los ingleses ya estaban confiados, ya tenían resuelto el asunto, pero no vieron venir la reacción del pueblo que terminó provocando el fracaso de la operación.
Septiembre de 1812. El invencible Napoleón ha asolado y conquistado enormes territorios y ha derribado gobiernos por toda Europa. Ahora está en Rusia, donde se propone someter al zar Alejandro I, derrotar a los rusos lo antes posible y volver a casa antes del invierno. Pero los rusos, en lugar de plantarse a luchar cara a cara, como habían hecho todos los adversarios de Napoleón hasta entonces, simplemente se van; se retiran y prenden fuego a las tierras que van dejando detrás. “Tierra quemada y tierra arrasada”, que le dicen; “extienden la guerra en el terreno”, en el enorme espacio del que disponen, para debilitar a su atacante. Y ningún ejército (en este caso, el de Napoleón) puede reforzarse adecuadamente si avanza más rápido que sus propias líneas de suministro. Además, la constante retirada de los rusos también prolonga la guerra en el tiempo; cuanto más avanzaran los franceses, más tardarían en regresar. Pero Napoleón no piensa en pegar la vuelta, no quiere “dejar las cosas sin terminar”. Y así le fue. No supuso que los rusos pelearían “sin pelear”, y eso fue su ruina.
Suiza, primavera de 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Un hombre de mediana edad con una peculiar barba y un grupo de seguidores eleva un pedido al gobierno alemán: es ruso y quiere volver a su país, sumido en una gran agitación política, pero la guerra hace casi imposible viajar por Europa. La mejor opción para volver a Rusia es dirigirse al norte desde Suiza y atravesar Alemania, pero para eso el hombre necesita permiso de los alemanes. Los alemanes deciden ayudar al hombre. El caso es que aquel tipo era Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Los alemanes supusieron que el hombre armaría un poco de lío en Rusia, les quitaría a los rusos de encima durante un tiempo y luego la tensión se iría desvaneciendo mientras la política interna rusa se reacomodaba. Poco más de seis meses después, el gobierno provisional de Rusia había caído, Lenin había tomado el poder y se había establecido el Estado Soviético. Un par de décadas y otra guerra mundial después, la mitad de una dividida Alemania estaría bajo dominio soviético. Los alemanes habían caído en la vieja trampa de creer que el enemigo de su enemigo sería su amigo, y no lo vieron venir.
Diciembre de 1941. Sin que mediara una previa declaración de hostilidades (se habían dicho de todo en los escritorios de negociación pero no hubo una declaración de guerra formal), Japón ataca la base naval estadounidense en Pearl Harbor. El almirante Husband Kimmel, comandante de la flota americana en el Pacífico, pensaba ir a jugar al golf esa mañana con el general Walter Short, jefe de las fuerzas terrestres en Hawaii. Su programa (el del golf) sufrió algunos cambios, claro. Nunca la vieron venir.
1973. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) asesta una serie de golpes a la economía mundial. Durante la Guerra el Yom Kippur la OPEP sube el precio del petróleo 70% y además los miembros árabes de la organización reducen la producción de petróleo a un cuarto e imponen un embargo a los países que apoyan a Israel, lo que incluye a EEUU y sus aliados de Europa occidental. En enero de 1974, como para redoblar la apuesta, la OPEP vuelve a duplicar el precio del barril. Estas medidas causaron un efecto que generó desde incertidumbre internacional hasta pánico. En EEUU se produjeron colas kilométricas en las estaciones de servicio, en Europa muchos países prohibieron utilizar el automóvil los fines de semana y en todo el mundo se redujeron desde los límites de velocidad hasta los viajes en avión, pasando por muchas cosas de la vida cotidiana que cambiaron drásticamente. El embargo se levantó en marzo de 1974 pero sus consecuencias se hicieron notar hasta bastante tiempo después: la gran caída de la actividad económica aumentó la pobreza, alteró las balanzas de pagos internacionales, aumentó la inflación y se produjo un enorme traspaso de riqueza desde los países consumidores hacia los productores de petróleo. Occidente nunca lo vio venir.
Caracas, 1994. Rafael Caldera asume nuevamente la presidencia de Venezuela; en marzo, una de sus primeras medidas es indultar (“sobreseer”, dijeron) a Hugo Chávez, que estaba preso luego de su fallido intento de golpe institucional. Caldera quería congraciarse con los sectores políticos de izquierda, buscaba “poner de su lado” a los insurrectos y reafirmar su aversión visceral por su adversario el socialdemócrata (“adeco”) Carlos Andrés Pérez, ante quien se había insubordinado Chávez años atrás. “Debo confesar que Chávez me causó una excelente impresión. Ante las cámaras me pareció un hombre equilibrado, sensato”. Un visionario, Caldera. En febrero de 1999 Chávez gana las elecciones presidenciales y accede al poder. La primera frase de su juramento (“juro sobre esta moribunda Constitución…”) es un indicio de lo que vendrá: ese mismo año convoca a una Asamblea Constituyente y reforma la Constitución venezolana. El resto es historia conocida. Nadie lo vio venir (Caldera, menos que nadie).
Septiembre de 2001. En un atentado cuidadosamente planeado, dos aviones chocan contra las Torres Gemelas en el World Trade Center de New York, un tercer avión se estrella en el Pentágono y un cuarto avión (cuyo objetivo era la Casa Blanca o el Capitolio) es desviado por los pasajeros y se estrella en un campo en Pennsilvania. Explicar motivaciones y razones es innecesario, todos sabemos bien lo que ocurrió. Nadie lo vio venir.
Septiembre de 2008. Lehman Brothers & Holdings, una compañía de servicios financieros, quiebra escandalosamente arrastrando a bancos, inversores, empresas y a todo aquel que hubiera puesto una moneda cerca. A causa de una indiscriminada e inconsistente política de hipotecas subprime que prestó dinero a cualquier persona sin respaldo, la bomba que fue creciendo durante años terminó por explotar. No parecía difícil prever lo que ocurriría, pero nadie lo vio: el empleado que otorgaba la hipoteca y su supervisión recibían su comisión, el directorio contable aprobaba todo ya que consideraba que eso aumentaba en gran forma su cantidad de dinero (dinero “virtual”, “en la calle”, ese que no se toca), dinero que nunca recuperó. No la vieron venir; mejor dicho, la vieron unas 24 hs antes de la explosión financiera. Ya era tarde.
Esta es una pequeñísima muestra y así podríamos seguir.
Porque…
…Nadie vio venir que Octaviano (Augusto) sería el primer emperador romano en 27 a.C. y acapararía tanto poder como su tío Julio César.
…Nadie vio venir el auge del cristianismo como religión dominante del mundo occidental, lo que nunca hubiera ocurrido si dicha creencia religiosa no se hubiera enquistado en el mismísimo Imperio Romano tras la conversión del emperador Constantino, en el siglo IV.
…Alfred Nobel nunca vio venir el uso que se le dio a su famoso invento, la dinamita, en 1866.
…Nadie vio venir el hundimiento del Titanic en 1912.
…Nadie vio venir la pandemia de gripe española en 1918.
…Nadie vio venir que Iósif Stalin sería quien tomaría el poder en la Unión Soviética luego de la muerte de Lenin en 1924.
…Nadie vio venir el estrepitoso crac financiero de la bolsa en 1929, que traería como consecuencia la Gran Depresión.
…Nadie en Gran Bretaña y Francia vio venir lo que tramaba Adolf Hitler cuando reclamaba por los Sudetes checoslovacos y firmaron con él el acuerdo de Munich en 1938, dejando entrar al lobo en el gallinero.
…Rusia nunca vio venir que los finlandeses, en mucho menor número, estaban mejor equipados para la nieve y el bosque y conocían mejor el terreno que ellos, y así frustraron su invasión a Finlandia en la Guerra de Invierno en 1940.
…el pueblo alemán nunca vio venir el fracaso de la invasión nazi a Rusia en 1941; engañado por Hitler, que se creyó su propia ilusión sobre una victoria en su invasión a Rusia en la famosa Operación Barbarroja, nadie imaginaba la derrota que terminó de consumarse en 1942.
…Nadie vio venir las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945.
…Nadie en todo Brasil vio venir el Maracanazo uruguayo en 1950.
…Reza Pahlevi, el sha de Irán, no vio venir la revolución islámica liderada por el ayatollah Ruhollah Khomeini en 1979. “No me daba cuenta de lo que estaba pasando. Cuando desperté, ya había perdido a mi pueblo”, dijo el sha.
…Nadie vio venir las propiedades “colaterales” del Viagra (favorecer la erección) o del Finasteride (previene la pérdida del pelo y favorece su crecimiento), desarrollados en los ’90 mientras se buscaba solución a otros problemas de salud bastante diferentes.
…Nadie vio venir la pandemia de Covid-19 en 2020.
Hay muchas, muchas más; y las seguirá habiendo, ya que los humanos seguimos creyendo que podemos entender, prever o suponer casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor en base a lo que hemos interpretado sobre lo que ya ha ocurrido antes…
La Historia se puede resumir en dos frases.
“Hagamoslo, que puede pasar?”
Y
“Como podiamos saber?”