Jacob Bolotin nació en enero de 1888 en la ciudad de Chicago, hijo de inmigrantes judíos. Padeció una ceguera hereditaria que también sufrió una de sus hermanas (podría tratarse de una enfermedad de Leber). Sin embargo, Jacob decidió superar su minusvalía y hacer una vida normal. Asistió al colegio de ciegos de Illinois donde se destacó por su sensibilidad extraordinaria. Podía leer Braille a través de tejidos y reconocer a la gente por su olor.
Egresado del colegio comenzó a ganarse la vida vendiendo máquinas de escribir. Llegó a ser uno de los mejores vendedores del país cuando aún no había cumplido 18 años. Sin embargo, su obsesión era estudiar medicina y a eso se dedicó con ahínco. Gracias a su ingenio diseñaba modelos anatómicos en tres dimensiones para poder reconocer estructuras del cuerpo por el tacto. Su vehemencia fue inspiradora para muchos de sus compañeros que asistían a sus esfuerzos superadores. Como sus ojos eran de aspecto normal, mucha gente no se percataba de su ceguera.
No solo debía pelear con los prejuicios que le impedían estudiar, también debía pelear para trabajar como médico, aún después de haberse graduado con honores. Fue interno del Frances Willard Hospital, donde gracias a su sensibilidad auditiva y táctil, detectaba afecciones que a otros colegas pasaban desapercibidas.
Sin embargo, no siempre sus esfuerzos eran recompensados. Pocas instituciones estaban dispuestas a dar empleo a un médico no vidente.
Una vez más, superando la adversidad, se convirtió en un neumólogo reconocido, en los tiempos donde la auscultación era una práctica esencial para la detección de patologías que no escapaban al oído de Bolotin.
Pero su don especial, la habilidad que lo hizo destacar entre sus colegas era su talento para expresarse. Sus exposiciones cautivaban al público. “Denme una oportunidad sin prejuicios” era lo que pedía cada vez que tenía la oportunidad.
El Dr. Bolotin murió en 1924 a la edad de 36 años. Vivió una vida corta pero intensa. La actividad asistencial lo consumió. Dictaba clases en 3 colegios médicos y dirigió el primer grupo de boy scouts ciegos. A su entierro asistieron 5.000 personas, colegas reconocidos y pacientes agradecidos.
Dejó atrás una lección de superación y una lucha para dejar de lado prejuicios y dar empleo a los no videntes. Su historia fue rescatada del olvido por una sobrina que admiraba a Jacob Bolotin, el médico ciego que percibía al mundo mejor que muchos videntes.