Cancha Rayada: La noche más oscura para el general San Martín

Quizás la virtud más admirable del general San Martín haya sido su capacidad de recuperarse ante la adversidad, ante las enfermedades y las mezquindades de los hombres. 

“La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”, había dicho Bonaparte, pero esa noche del 19 de marzo de 1818, muy cerca del lugar donde las fuerzas chilenas habían sufrido una flagrante derrota apenas cuatro años antes, San Martín asumió la paternidad de la derrota y tan solo pocas semanas más tarde le concedía la independencia a Chile en los campos de Maipú.

Después de la captura de Marcó del Pont en la cuesta de Chacabuco, el general José Ordóñez tomó el mando de las tropas españolas y a la espera de refuerzos que habrían de llegar de España, se atrincheró en Talca. 

El ejército argentino-chileno acampó en dos líneas paralelas a las afueras de esa ciudad. Ordóñez vio la posición comprometida de los criollos y sin demora ordenó un ataque, a pesar de ser casi de noche. 

Si bien San Martín se había percatado del error y ordenado cambiar de posición, las fuerzas realistas no desaprovecharon la oportunidad y, al lanzarse al ataque, produjeron una confusión fenomenal entre las tropas patriotas que concluyó en el colosal desbande de la columna comandada por el mismo San Martín y, posteriormente, de las fuerzas dirigidas por Bernardo O’Higgins, quien resultó herido en el enfrentamiento.

Cancha Rayada


“La confusión que se produjo en nuestras tropas es imposible de describir”, escribió el coronel Manuel Alejandro Pueyrredón, años más tarde en las crónicas de la Guerra de Independencia. El único que mantuvo la calma fue el entonces coronel Gregorio Las Heras, quien rescató a casi la mitad del ejército (3500 hombres) y en orden se retiró del campo de batalla sin intentar un contraataque, decisión que fue alabada por sus superiores, conscientes de que esto solo hubiese agravado el caos entre las tropas patriotas.

La noticia del desastre se dispersó como reguero de pólvora y en pocas horas llegó a Santiago, donde muchos seguidores de la causa independentista decidieron huir de la ciudad. Aún estaba fresca en la memoria de los criollos la retaliación de los realistas pocos años antes. Entre los que tomaron camino a Mendoza estaba Bernardo de Monteagudo, quien entonces oficiaba de consejero del general.

O’Higgins fue tratado por el Dr. James Paroissien quien dio a entender, por los rumores que se corrían por Santiago, que era mejor cruzar la cordillera para poner distancia a la represión española, a lo que el jefe chileno contestó: “Ya he tenido bastante con un exilio”. Estaba resuelto a luchar hasta sus últimas consecuencias…

El director sustituto, el coronel Luis de la Cruz, decidió convocar a una reunión con las fuerzas civiles y militares de la ciudad para ponerse al tanto de todos los detalles. 

Estaba presente el general Miguel Brayer, un oficial francés de los ejércitos napoleónicos quien, después del alejamiento del Emperador, había decidido prestar su sable en la gesta latinoamericana. Lo precedía su fama de valiente y el honor de haber servido a las órdenes de Napoleón.

El testimonio de Brayer (que se desempeñaba como jefe de Estado Mayor) fue desconcertante. En su opinión era imposible rehacerse después de la derrota sufrida, el ejército estaba desmoralizado y se había perdido toda esperanza de reparar el golpe donde se había extraviado casi toda la artillería. Los presentes quedaron anonadados por esta declaración de alguien tan calificado. El único que se atrevió a contradecirlo fue Tomás Guido, quien aseguró “a esta Asamblea con irrefutables testimonios que poseo que el general San Martín… dicta las más precisas órdenes para la reconcentración de las tropas”.

San Martín en su noche más oscura

En ese momento corrían las versiones más insólitas sobre el destino del Libertador, desde que había sido fusilado en el campo de batalla hasta que ya se encontraba camino a Mendoza…El chileno Manuel Rodríguez, un valiente y decidido hombre de la causa libertaria, organizó una unidad llamada “Los húsares de la muerte”, dispuesta a iniciar una desesperada resistencia ya que para Rodríguez –un simpatizante de los hermanos Carrera– O’Higgins y San Martín estaban muertos o, peor aún, habían huido.

Solo la misiva del Libertador destinado a de la Cruz, informando que reorganizaba el ejército en San Fernando, devolvió, en parte, la tranquilidad a la capital chilena.

Enterado del caos en las calles de Santiago, O’Higgins, a pesar de sus heridas, precipitó su vuelta a la ciudad donde llegó en la madrugada del 23. Era imperioso terminar con las intrigas de Manuel Rodríguez y reasumir el mando. 

Guido fue en busca de San Martín a quien halló abatido por las circunstancias. “¡Mis amigos me han abandonado!”, exclamó atento a las versiones y críticas que corrían en ese momento tan difícil. Guido le aseguró que lo aguardaban en Santiago como a un salvador. 

“Rebosa el pueblo de alegría y de entusiasmo al saber de vuestra aproximación… le esperan como a su Mesías y será usted recibido con palmas”. Serenado su ánimo, el Libertador le contestó: “Le prometo recobraremos lo perdido” y continuó su camino a Santiago donde lo esperaba una ansiosa multitud a la que dirigió palabras de esperanza. 

“Chilenos, uno de aquellos sucesos que no es dado al hombre evitar, hizo sufrir a nuestro ejército un contraste… Es natural que este golpe inesperado y la incertidumbre os hiciera vacilar”…

Y después de describir el proceso de reorganización del ejército, el Gral. San Martín les aseguró a los presentes: “La patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria a la América del Sur”. El pueblo recibió estas palabras con algarabía.

Era esta una profecía que el general cumplió antes de lo que muchos pensaban…

El golpe por sorpresa había sido más psicológico que real ya que Ordóñez no se había aventurado a perseguir a los patriotas que huían y perdió la oportunidad de ultimarlos. 

Los muertos entre los criollos apenas sumaban 120, los dispersos (que se estimaban en 2000 hombres) estaban retornando a los cuarteles, pero la artillería del ejército de los Andes se había perdido al igual que el parque, solo quedaban los cañones chilenos. Para informarse con cuántas municiones contaban los patriotas, San Martín convocó a Fray Luis Beltrán, quien, ante la pregunta del general y sabiendo la importancia de levantar los ánimos, respondió alzando el brazo “Hasta los techos, Señor”. 

En realidad era esta una mentira venial, porque la escases era alarmante pero esta fue suplida con la incansable actividad de este “Vulcano de la Patria” que llegó a fabricar 50.000 cartuchos por día a fin de abastecer las necesidades del ejército.

No solo el fraile trabajó en forma incansable, San Martín planificó minuciosamente la próxima batalla considerando todos sus aspectos, aun el de una derrota… al decir de Las Heras, en 10 días el general había descansado 40 horas y trabajado 200…

San Martín después de Cancha Rayada

En esos días, Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas, al enterarse del traspié, le envió al Libertador una misiva desde Buenos Aires en la que decía: “Nunca es el hombre público más digno de admiración y respeto que cuando sabe hacerse superior a la desgracia”. 

Y así lo demostró quien habría de convertirse en el Padre de la Patria, la persona al que todos vuelven los ojos en busca de confianza, fortaleza y dirección en los momentos aciagos.

Todos sabemos cómo sigue la historia. San Martín castigó a quienes huyeron en los momentos de zozobra. El general Brayer, poco antes de entrar en acción en Maipú, pidió permiso para retirarse al general en jefe por las molestias ocasionadas por una herida en la rodilla. 

Fue entonces que San Martín le espetó una frase en la que descargaba la furia contenida por los comentarios desatinados del francés. “Hasta el último tambor tiene más honor que usted”.

El Libertador arengó a sus tropas sobre los llanos de Maipú instándolos a una “muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla en manos de nuestros verdugos” y la gloria lo cubrió en los llanos de Maipú donde se decidió la suerte de América, el 5 de abril de 1818.


Después de la noche más oscura es cuando el sol brilla con más fuerza.

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